[dropcap]L[/dropcap]as elecciones presidenciales son como los juegos de póquer: en cada elección se baraja el naipe nuevamente y el resultado dependerá de cómo va la mano. Obvio, gana el que tiene una mejor combinación. Uno puede tener tres ases y dos reyes, y aun así perder frente a cuatro doses. Limitar el poder del juego a una carta, por más alta que sea, es perder la noción de que todas juegan un papel. Incluso las cartas menos importantes, dada su combinación pueden producir un resultado ganador. Parece que en la elección de abril ocurre lo mismo: no solo será el eje correísmo-anticorreísmo lo que determinará quién será el próximo Presidente. Pensar que el binomio Moreno-Glas (que obtuvo 39.3%) tiene más probabilidades de perder que Lasso-Páez (28.1%) porque la mayoría del resto de votación es anticorreísta es insuficiente, incluso a pesar de que las primeras encuestas sobre la segunda vuelta ponen al binomio opositor 4 puntos arriba de la candidatura de Alianza País, el partido de gobierno. El binomio oficialista tiene una ventaja que lo acerca a la mayoría simple: tiene dos ases y su oponente dos reinas. Pero el resto de cartas también juegan. De cómo se dé la mano en esta elección dependerá quién suceda a Rafael Correa.

El eje o carta principal de estas elecciones es el juicio sobre los gobiernos de Rafael Correa. La pregunta, no obstante, es qué tan correístas o anticorreístas son los votantes. En la primera vuelta se pudo definir que hay un núcleo duro correísta que casi dio el triunfo a Moreno-Glas el 19 de febrero de 2017, que tiene más de un millón de votos de ventaja sobre su oponente, Lasso-Páez, que muy probablemente sea el voto anticorreísta más extremo. Porque por Lasso votaron quienes creen que su opción -diametralmente opuesta a las posturas de Alianza País- es la mejor alternativa. Y porque a ese apoyo se sumaron los que quieren sacar al correísmo del poder y son capaces de votar por Lasso a pesar de ser la antítesis de sus convicciones políticas. Lo infiero por un hecho cercano: una amiga de izquierda me dijo que iba a votar por Lasso en primera vuelta para echar a Alianza País de Carondelet.

Ese voto castigo fue estratégico: el objetivo era alcanzar la segunda vuelta, algo que no ha sido posible en las últimas dos elecciones en las que Rafael Correa arrasó. Es probable que al voto duro de Lasso (22.7% en 2013) se haya sumado el voto estratégico para alcanzar el 28.1% actual. En cambio, el correísmo habría perdido cerca de 18 puntos, si se comparan los resultados de la primera vuelta de 2017 y 2013 (57.1%). La pregunta lógica es qué tan correístas-anticorreístas son ese 18% de desencantados. Y qué tanto encontraron un nicho que los identifique con Lasso o con los otros seis candidatos.

Tengo la impresión de que un segundo eje (no necesariamente el segundo más importante), se juega en el terreno económico. En particular, en la visión que tenemos de los espacios públicos y privados. El gran cambio que supuso la llegada del correísmo, tanto discursiva como prácticamente, fue el Big Bang estatal. Si uno lee los programas de gobierno de los candidatos, incluso en el mismo Moreno, hay una mezcla de un rol importante del Estado con más espacio para lo privado. La excepción es Lasso, con una postura liberal en lo económico que implicaría una reducción significativa del Estado: menos impuestos, menos delivery estatal. A ello se sumaría la aplicación de reformas para flexibilizar la economía, sobre todo quitando derechos laborales. Lo curioso es que la crítica a esa postura vino de los socialcristianos, sobre todo de Cinthya Viteri y Jaime Nebot.

La idea es simple: no se puede hacer completa tablarrasa de los derechos sociales alcanzados. Si bien el diagnóstico es compartido (la economía está en problemas, sobre todo fiscales) la pregunta clave son sus implicaciones y las alternativas. Si se opta por el inmovilismo (Moreno), por un tratamiento de shock (Lasso) o por un punto medio, que implique gradualidad y el sostenimiento de un piso de protección sociolaboral mínimo. Tal vez el candidato que ajuste su discurso a ese punto medio sea el que se lleve buena parte de ese 18%.

Un tercer eje tiene que ver con los valores conservadores y liberales. El correísmo implicó varios cambios en términos de reconocimiento de derechos, que se implementaron parcialmente. Pero que resultaban paradójicos, cuando lo que predominó fue un discurso correísta muy conservador y machista. El caso más paradigmático fue cuando Correa frenó a su bancada —supuestamente— feminista cuando se discutieron las causales de aborto permitido en la Asamblea. También se puede inferir del tipo de discurso y propuestas que, con excepción de Paco Moncayo, todos los candidatos mostraron una postura más conservadora. En ese sentido, da la impresión de que lo que expresó esta primera vuelta electoral fue un regreso a la matriz curuchupa que tiñe a buena parte de la sociedad ecuatoriana. La pregunta que ello sugeriría es cuál de los dos candidatos representaría mejor esa tendencia a la mano más dura en la discusión valórica. Y a quién apoyarían aquellos que se identifican con una visión más liberal de la vida en sociedad.

Un cuarto eje tendría que ver con la discusión local. Hasta antes del correísmo, el eje geográfico principal era Costa-Sierra. Pero con la llegada de Correa, que se convirtió en un fenómeno nacional, la discusión cambió radicalmente. De hecho, en la primera vuelta de 2017 un serrano como Moreno arrasó en la Costa, y a un costeño como Lasso le fue muy bien en la Sierra y ganó en todo el Oriente. Por ende, la idea de que la región marca quién tiene ventaja, se acabó. Por ello, hay que mirar los resultados en cada ciudad y provincia. El punto es que en aquellas en donde el candidato que ganó lo hizo de manera abultada, puede darse un factor de arrastre: es decir, más voces que promocionen a su candidato. Habría un peso específico, una especie de densidad, que facilitaría hacer campaña en algunas ciudades y provincias, de manera de generar una especie de fuerza de gravedad atractiva para otros votantes.

Un quinto eje tiene que ver con los imponderables y el factor de mayor o menor aversión a los candidatos. El mismo Rafael Correa lo dijo: Moreno no alcanzó el 40% por culpa de los Capayaleaks. El efecto que tuvieron las denuncias contra el candidato a vicepresidente Jorge Glas y la estatal petrolera Petroecuador podría intensificarse en la segunda vuelta. Por otra parte, el tono que han tomado las elecciones, sobre todo en redes sociales, es de un nivel superlativo de encono, en donde las fake news son el pan nuestro de cada día. Nadie sabe a ciencia cierta qué es verdad y qué no, ni cuál es el origen de esa noticia (o de esa invención). El factor hastío puede generar un punto de no retorno, que implique que estas elecciones se definan menos por las afinidades y más por las desconexiones. Una situación muy parecida a la que se vivió recientemente en las elecciones de Estados Unidos: una votación entre Hillary Clinton y Donald Trump para ver quién era el menos aborrecido.

Es cierto que la simpatía (o antipatía) con el correísmo es la carta mayor. Pero el resultado del balotaje del 2 de abril no se resolverá solo con este código binario. Para comenzar, existen muchos matices entre los dos extremos (Moreno y Lasso) que dieron su voto el 19 de febrero. El resto de cartas —y otras— también juegan un rol. El punto es que cada elector (y cada electorado) es una construcción hecha de varios elementos y componentes. No todas las cartas tienen el mismo valor para todos. La clave será encontrar una especie de patrón. Pensar que el eje Estado-Privados significa girar hacia la convicción de que el mercado lo puede hacer todo mejor es no entender la parte simbólica de lo que implicó el correísmo y quedó registrada en la memoria colectiva de muchos, correístas o anticorreístas. Pensar en un discurso de valores liberales puede ser efectivo para captar a una parte de la votación que no se ha sentido atraída por el grueso de los candidatos (como los votantes de Moncayo), aunque con el riesgo de perder apoyo de la base más conservadora. Las luchas a nivel local van a ser muy importantes, como ya lo está acreditando el tipo de campaña que se observa en Manabí a propósito de un supuesto audio del jefe de campaña de Creo. Además, el tono de la campaña puede terminar saturando a los electores y aumentar el número de nulos y blancos. Ni hablar del efecto que pudiera tener una noticia sobre Odebrecht en el binomio oficialista. No obstante, la pregunta clave es qué está pensando ese 18% que votó por Correa en 2013 pero no votó por el correísmo en 2017. Y cómo definir los ejes de campaña, de tal manera de que estos electores lleven a uno de los dos binomios a Carondelet.