[dropcap]E[/dropcap]l machismo no viene solo en las formas más burdas y evidentes de la discriminación a las mujeres. Cuando ideamos la sección ¿Qué, muy machito? creímos que eso estaba más o menos claro, que nuestros lectores entendían todo lo que este término abarca. Pero muchas de las reacciones en los tests para adivinar quién dijo qué frase sexista y en los gifs de redes sociales han demostrado que la idea de machismo en el Ecuador es limitada.

“Creo que ven machismo donde no hay”

“No alcanzo a ver el machismo en varias frases”

“Algunas de esas frases no me parecen machistas, por favor, busquen algo más apropiado”

Son comentarios de algunos de nuestros lectores.

El machismo no solo es insultar a una mujer o violentarla física, patrimonial o psicológicamente. O solo creer que los hombres son superiores a las mujeres, o solo pensar que el rol de las mujeres está en la casa. El machismo también es creer que las mujeres están limitadas a espacios de belleza como los concursos, que su rol es tener una pareja y ser mamá. Es asociar al género femenino con el maquillaje, las joyas, la ropa, los bikinis, el gimnasio, lo superficial, no con temas “masculinos” como el fútbol, el póker, la política, la economía. El machismo se trata, también, de la forma en que se intentan las narrativas sociales. Va desde detalles como pensar que las pelotas de fútbol son para niños, y las casitas de las muñecas para las niñas. Hace unos días, en la faja de un libro de Elena Garro —tal vez una de las escritoras fundamentales de América Latina— editorial Drácena describía a la autora mexicana como “mujer de Octavio Paz, amante de Bioy Casares, inspiradora de García Márquez y admirada por Borges”. Al parecer los editores no podían ver a Garro sino a través de sus relaciones con hombres. Soy de un hombre, luego existo.

En la política ecuatoriana sucede algo similar: un espacio tradicionalmente dominado por hombres, la irrupción de unas pocas mujeres se hace a través de la relación con un hombre. Es un mal que atraviesa a todos los políticos: sea Rafael Correa con su séquito de sumisas, o Cinthya Viteri aceptando ser el hombre de Jaime Nebot, o el exfiscal Pesántez diciendo que una mujer no puede ser ministra de defensa, o Guillermo Lasso hablando de “defender como varón” a las mujeres, las elecciones ecuatorianas son la narración de la búsqueda de un hombre fuerte. El machismo es pensar, aceptar (dar por hecho, en muchos casos) que las mujeres no pueden decidir sino que alguien más debe hacerlo por ellas: el Estado, la Iglesia, la pareja, la familia. Está lleno de expresiones de apariencia inocente, superficialidades como que “ahora las mujeres juegan muy bien fútbol” (como dijo el candidato Lenín Moreno) o que las campañas son buenas porque “mi mujer me da permiso para besar a todas” (como dijo el candidato Paco Moncayo). Es, también, creer que su incursión en la política se recibe con beneplácito porque conlleva traer a la discusión pública los estereotipos sexistas sobre la mujer. El machismo es también creer que los hombres deben cumplir ciertos roles: fuerte (no débil), valiente (no cobarde), agresivo (no pacífico). Ser viril, no vanidoso. Tener huevos, no ser sensible. Poder arreglar las cosas a trompadas, como le ofreció el ahora candidato a Vicepresidente Andrés Paéz al presidente Correa. Ser varón, no afeminado.

Otros medios, como BBC Mundo, han hecho ya ejercicios para demostrar cómo el machismo está incluso en el periodismo. “¿Qué pasaría si a los hombres les hicieran las mismas preguntas en las entrevistas que a las mujeres?” es el cuestionamiento que se planteó el equipo de periodistas de este medio. El primer resultado se puede ver en una graciosa (o incómoda) entrevista al cantautor uruguayo Jorge Drexler, quien no sabe qué responder cuando le preguntan “Pasas los 50, yo te quería preguntar: qué haces para verte tan bien?”. Drexler responde: “Esteee, bueno, muchas gracias antes que nada, es decir, este, agradezco que te parezca…la verdad es que, ehh, no sé” y sus palabras recuerdan al lector lo superficiales y sonsas que pueden ser las preguntas que reciben las mujeres, solo por ser mujeres.

En ¿Qué, muy machito? intentamos mostrar cómo en el discurso de viejos, jóvenes, hombres y mujeres que son políticos, presentadores de televisión, periodistas, exmilitares, exfuncionarios el machismo está como un cáncer terminal aún no diagnosticado: escondido, silencioso pero dañino y doloroso.

Sabemos que publicar estas frases y permitir que los lectores jueguen a adivinar quién las dijo es solo un primer paso: identificar el machismo. Los siguientes pasos dependerán de cada lector: comprender el problema, compartirlo, entender que ciertas actitudes, frases o creencias que se repiten desde hace mucho —desde siempre— son, en realidad, posiciones sexistas que limitan la participación ciudadana y que perpetúan las desigualdades (políticas, patrimoniales y familiares) que hacen que en el Ecuador seis de cada diez mujeres hayan sufrido alguna forma de violencia en su contra. Al final del día, lo que debemos intentar es invertir el significado de macho, la connotación de ser muy machito: no tiene nada de positivo, y más pronto que tarde debe convertirse en un demérito y no en una cualidad tan socialmente apreciada que los votantes la tengan en cuenta a la hora de elegir el candidato por el que votarán.