Uno de los pocos consensos universales es que el acceso a la educación de calidad es la herramienta más poderosa para igualar la cancha en cualquier sociedad. Los chicos de los barrios más pobres del Ecuador, por ejemplo, pueden acceder al conocimiento a través de celulares y wifi. Pero, ¿qué pasa si todavía medimos el valor de la gente por el título universitario que tiene? Si los pobres pueden consumir tecnología, ¿qué pasa cuando quieren producirla? ¿Puede salvarnos al crear un nuevo orden mundial?

Mariana Costa, activista peruana, y Herman Marín, músico y tecnólogo portovejense, se dedican a responder esas preguntas a través de una propuesta: enseñar programación a mujeres pobres. En lugar de estudiar una carrera de Ingeniería de Sistemas de cinco años, en Laboratoria.la, las estudiantes becadas pueden convertirse en desarrolladoras web mediante una capacitación intensiva. Como emprendedores sociales, Costa y Marín proponen una intervención que cambia el destino de sus alumnas, y que pone en entredicho la necesidad de tener títulos de prestigiosas universidades cuando las destrezas son evidentes. El mundo ha respondido positivamente a su idea de “tercerización con impacto”: Laboratoria ya existe en 4 ciudades en América Latina —y va por más.

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En su conversación con Matthew Carpenter-Arévalo, Costa y Marín hablan de los retos de fundar y hacer crecer a Laboratoria, de las diferencias entre el desarrollo de Ecuador y Perú de los últimos años, de qué significa ser feminista cuando uno es hombre, y de las similaridades entre hacer música y programar.