La mañana del 8 de marzo 2017, Día Internacional de la Mujer, se viralizó un video en Ecuador: una mujer sentada en el asiento del copiloto en un cuatro por cuatro verde agua parece agacharse para que no la grabe con su celular un hombre cuyo rostro se refleja en el vidrio de la ventana. Es, da la impresión, su esposo, que ha corchado la salida del carro en que ella va.  “Hola, hola, ¿cómo estás? Hola, hola. Miren, miren saliendo del motel”. Ella se baja y empieza a decirle: “Ya, ya, ya”, como pidiendo que detenga la grabación. Luego intenta quitarle el teléfono, extiende la mano pero no lo logra. “Miren, del Tantra”, continúa la voz masculina aludiendo al motel ubicado en el norte de Quito cuyo nombre se ve al fondo de la toma. “Ya, ya”, sigue ella. ”Miren la placa. ¿Ya, qué? Quítate de aquí, ándate para allá”, le dice él con rencor sin dejar de apuntarla con el teléfono. Hay además dos hombres más con celulares alzados como si estuvieran grabando o tomando fotos, y hay otro más que parece una persona de seguridad del establecimiento. “Miren de dónde sale la señora” —dice el marido y acentúa— “la muy señora”. Ella camina hacia él pero él la rechaza: “Ándate allá con tu amante pues, ándate”. La mujer solo atina a seguir diciendo “Ya, ya, ya, por favor, ya”. Todo eso ha pasado en medio minuto. El hombre que graba se dirige hacia el auto del que salió la mujer, en el que ha permanecido el hombre que conduce (quien, se entiende, sería el amante). En ese momento se baja del vehículo. “Miren, miren como sale ese asqueroso. Miren. Ahí estás, ¿no, hijo de puta?”, vuelve a decir el esposo. Y entonces el video se corta.

Ese fue el video más visto en el país en el día en que se conmemora la lucha de las mujeres por la igualdad. Una fecha que la ignorancia ha edulcorado en una especie de engendro procreado por San Valentín y el día de la Madre, cuando en realidad es una fecha de reflexión, reivindicación y protesta: se recuerda la lucha por nuestros derechos, se recuerda a quienes murieron fruto de la violencia, el machismo y la impunidad. Y se rinde homenaje a todas aquellas que han dedicado sus vidas a buscar una sociedad más justa.

La escena se regó en Twitter, Facebook y WhatsApp con la inmediatez y la crueldad de la época de las redes sociales. En cientos —quizá miles— de grupos de WhatsApp empezó a aparecer —a eso del mediodía— junto a los nombres de los involucrados, las profesiones, el sitio en el que trabajaban, su número de teléfono, cuánto ganaban, las fotos del día de la boda y del hijo de la pareja, los mensajes que publicaban en Facebook. Hasta Ecuavisa, un medio que se supone serio (y que anda en la fanfarria de sus cincuenta años) publicó en sus redes sociales la recopilación de memes que se habían hecho sobre el tema. Nadie sabe quién lo divulgó. Un comunicado firmado por el esposo de la mujer del video rechaza las acciones de las personas que han tratado de dañar su nombre y el de su familia. Dice también que rechaza la creación de una cuenta falsa en la que se “difunde información tergiversada” que afecta a los intereses de personas relacionadas con el incidente. No aclara a qué personas se refiere ni se especifica que el comunicado sea emitido por la pareja. Anuncian además la contratación de un equipo de abogados para tomar las acciones necesarias. A nadie le pareció que era mejor esperar a una reacción así: todo el mundo en redes prefirió la burla y la humillación.

Antes de que la familia se pronunciara, incluso fotos de ella en ropa interior dieron vueltas por grupos de WhatsApp. La gente se ha creído en el derecho de comentar, opinar, juzgar y, por supuesto, sentenciar a esta mujer. La han insultado, la han humillado, se han burlado de ella con memes y comentarios machistas, misóginos e ignorantes. Bien hecho, por zorra¿Y qué querían, que el man se quede cachudo y pendejoBuena venganza del man¿Cuántas veces le habrá puesto los cachos? Hasta que le cacharon. Los primeros en opinar en estos casos son hombres, indignados, burlones, maliciosos. La puta es putaPobre el man que le acompañaba, cayó por pendejo y, por supuesto, el emblema del doble estándar: pudo haber sido uno.

Todo, repito para que quede bien claro, ha mostrado la fibra de la que está hecha el Ecuador, en el Día Internacional de la Mujer.

¿Por qué la consecuencia de un acto privado se convirtió en un show público en el que todos tienen algo que decir? ¿Por qué nos interesó y divirtió tanto? Las redes sociales han masificado el morbo de las esquinas. No bastaba con ver el video, había que compartirlo, comentarlo, burlarse. Había que saber quién es ella, cómo se llama, en dónde trabaja, a qué universidad fue, quién es el amante, cómo la encontró el marido, cuándo se casaron, todo, todo: cada detalle sirve hablar del otro y juzgarlo desde nuestra moral.

Más si ese otro es otra, si es mujer. En Facebook leí que alguien decía “La infidelidad está mal venga de quien venga”. No, no es así. En una sociedad machista y conservadora como la quiteña —y la ecuatoriana, en general— a las mujeres no se les perdona ningún acto que atente contra la virilidad de sus parejas. Por eso, cachudo es el peor insulto que un hombre puede recibir. Ser infiel, en cambio, es, en el mejor de los casos, un defecto masculino menor y en el peor escenario es una proeza aupada y celebrada ¿A cuántas mujeres las educaron diciéndoles “hijita, así son los hombres” para que miren a otro lado cuando sus parejas las engañan? ¿Cuántas veces se ha repetido la justificación de que “ellos buscan en la calle lo que no tienen en la casa”?

Si hubiese sido él quien salía del motel, el escándalo no habría sido igual y el juicio hacia el infiel tampoco. La burla y la humillación se habría limitado a reírse porque lo agarraron y a repetir el mantra del macho: pudo haber sido uno. El escarnio público tampoco habría sido el mismo, por el simple hecho de que una mujer infiel es una puta y se merece todo lo malo que le pase. Las infidelidades de los hombres, en cambio, tienen matices: “tuvo un desliz”, suele decirse. Hasta el lenguaje los protege porque en la historia de la humanidad al hombre se le ha permitido —y se lo ha premiado— por tener muchas mujeres. A las mujeres se las ha castigado. Por putas.

La misoginia —que muchas veces viene de las propias mujeres— intentó defender lo indefendible. “Tiene que asumir la responsabilidad por su error”, decía alguien en Twitter. Sí, claro que sí. ¿Pero esa responsabilidad se asume ante millones de usuarios de redes? ¿A ellos les debe explicaciones? ¿Su error justifica el regocijo con el que se la ha humillado desde lo más alto del pedestal de la moral y las buenas costumbres? A través de una pantalla, autonombrados jueces actúan como rectores de la moral y de la vida ajena —porque claro, ninguno, nunca, ha sido infiel. Ninguno, nunca, se ha equivocado. Ninguno, nunca, ha sido encontrado en falta.

La agresividad con que se ha hablado sobre el comportamiento de una mujer a la que no conocen refleja la normalización de la violencia en los espacios públicos. El discurso que agrede a las mujeres, con apelativos como gorditas horrorosas y “halagos” por el tamaño de las mini faldas construye violencia. La sanción disciplinaria —que vino de un hombre— hacia un grupo de asambleístas mujeres por querer discutir un tema que las atañe como el aborto también es violencia. Muchas veces la autoridad masculina silencia a las mujeres y pisotea sus derechos como un acto cotidiano. Casi imperceptible. Por eso incluso muchos hombres —y mujeres— hacen bromas, comparten memes y sueltan comentarios misóginos sin siquiera darse cuenta. Son micromachismos, sutilezas tan cotidianas que parecen inofensivas pero resultan peligrosas porque construyen un contexto en el que las mujeres seguimos siendo vulneradas. No podemos construir una sociedad igualitaria si el accionar y el discurso de actores ciudadanos y políticos es constantemente violento.

No se trata de justificar o condenar una infidelidad. Eso es un asunto de dos que se resuelve entre dos, en casa. Someter a una mujer al escarnio público, a la humillación, al odio, es un acto vil y por demás desproporcionado. Al subir ese video y exponer un acto privado al juicio de un público ávido de morbo es el equivalente de ofrecer un circo romano. No hay la supuesta voluntad de justicia con la que muchos han justificado la difusión del video, hay venganza: la adúltera tiene que ser expuesta ante la sociedad para que se la condene. Otros hombres tienen que ver su rostro para que sepan que no es digna: no es una señora muy señora, es una puta. Otras mujeres tienen que escarmentar con el ejemplo ajeno, por si a caso se les ocurra hacer algo similar, están advertidas, ya saben a qué atenerse. Y, por supuesto, ciertas mujeres lo utilizaron para dejar claro que ellas no, ellas no son putas, son señoras y señoritas bien educadas, que además están en contra las de allá, que viven la vida como una cualquiera.

No es la primera vez que ocurre un caso en el que la vida sexual de una mujer queda expuesta en redes sociales. En Italia, la expareja de la joven Tiziana Cantone divulgó un video sexual en el que ella decía “¿Me estás grabando”. Esa expresión fue utilizada para hacer bromas, camisetas y memes. Incluso la televisión local hizo mofa sobre el caso y se crearon canciones de burla. La insultaron y la humillaron, no solo en redes, también en la vía pública se acercaban para maltratarla. Algunas estaciones de televisión salieron a la calle y, en tono de mofa, preguntaron por ella y por la frase. Una amiga suya dijo que estaba destrozada. Ella inició un juicio contra los sitios web que colgaron las imágenes y la justicia italiana resolvió que debían ser sacados de línea y los comentarios que en ellos había borrado. Sin embargo, la corte decidió que Cantone debía pagar las costas judiciales en las que incurrieron las páginas web en el juicio: 20 mil euros. Después del fallo, Cantone se suicidó. Casos similares se dieron en Canadá y Estados Unidos, con mujeres de distintas edades. En Guayaquil, hace un par de años, un alto directivo casado se enamoró de una ejecutiva de su oficina. La madre del dignísimo colgó en los portones de las garitas en Samborondón la imagen de la mujer, insultándola. Zorra. Destrozahogares. Puta. Otra vez, escarnio público.

Detrás de todo esto permanece una convicción retrógrada: la sexualidad de las mujeres es materia de escrutinio público. Desde las épocas en que las recién casadas eran obligada a colgar las sábanas de su noche de bodas para demostrar que habían sido desfloradas, la vida sexual femenina ha sido observada con la moral impuesta desde el inicio de la cristiandad: la manzana de Eva es el pecado y por eso fue llamada fémina —menos fe. Por eso el Maleus Maleficarum, el libro medieval con que se perseguían a las brujas la llamó consorte del diablo y dijo que todo acto de brujería venía del insaciable apetito sexual de las mujeres. Hoy, al menos en Ecuador, el Maleus Maleficarum tuitea. El vídeo difundido por cientos de miles de personas, lo que han dicho, la crueldad con que la burla se ha hecho es, en toda regla, la caza de una bruja. La muchedumbre ya no la persigue con antorchas y tridentes sino con smartphones. El Ecuador pasó el día de la Mujer viendo un linchamiento en redes sociales.

Ahora que circulan fotos íntimas de la mujer del caso, eso está aún más claro: es una venganza de contenido sexual. No se sabe de quién, pero quien lo difundió lo hizo no para reparar, sino para agredir. No es la primera vez que pasa en el Ecuador, ni de lejos: intercambiar “cromos” —fotos o videos de mujeres desnudas, filtrados en muchos casos por sus exparejas— es una práctica habitual. La falacia que se repite es si no quería que se difundan no debieron tomárselas y se parece tanto al caso de la mujer filmada a la salida del motel: para qué se expone. En 2015, una concejala quiteña, Carla Cevallos, fue también blanco de burlas e insultos cuando uno de sus compañeros del Municipio, el concejal Antonio Ricaurte, difundió en el video en el que la llamaba ofrecida. Ella puso una  denuncia ante la Fiscalía. Hace un par de años, nos escandalizamos con la noticia de que una mujer fue lapidada por ser infiel a su esposo en Afganistán. Al amante lo castigaron con cien latigazos, pero a ella la mataron. Eso pasó hoy aquí, en Ecuador, en el siglo 21. No mataron su cuerpo, pero su espíritu fue lapidado. No hay diferencias entre estas pedradas virtuales y las lapidaciones de los regímenes teocráticos más retardatarios.

En muchas partes del mundo se han empezado a incorporar a las legislaciones normas en contra de estas venganzas. Carrie Goldberg, una abogada neoyorquina que alguna vez fue amenazada por un ex de que difundir sus fotos íntimas, representa ahora a otras mujeres que son víctimas de la venganza de sus parejas porque los dejaron (por el motivo que fuese). Algunos casos no vienen directamente del exnovio o exnovia, sino de terceros que conocieron la situación o —por alguna extraña razón— se sintieron ofendidos. Aunque en el Ecuador no existe ese delito, la abogada y activista feminista Silvia Buendía cree que lo que pasó podría ser procesado por la justicia local. El artículos 157 del Código Orgánico Integral Penal (COIP) sanciona la violencia psicológica, pues causa “perjuicio en la salud mental por actos de perturbación, amenaza, manipulación, chantaje, humillación, aislamiento, vigilancia, hostigamiento”. El artículo 178 prohíbe grabar, reproducir y divulgar videos personales. La única excepción es cuando quien lo difunde participa de los vídeos. Y este no es el caso. La difusión del video dice mucho más de nuestra sociedad que parece tener una tolerancia espantosa para delitos contra la privacidad y una moral para las mujeres rígida e inquebrantable. Hubo incluso tuits que decían que hay que agradecer que el esposo se controló, que otro se hubiera ido de puñetes, que en otra época o con más ira, habría podido asesinar a la mujer. Eso solamente demuestra lo pernicioso de la lógica machista: si te insultan, agradece que no te pegaron; si te pegan, agradece que no te mataron ¿Dónde está el límite? Y todo ocurrió el 8 de marzo de 2017, día internacional de la Mujer, como para que quede tristemente claro que no es una fecha para celebrar. Ha sido el cruel e infame recordatorio de que queda mucho por qué luchar.