La casa del otro invisible
¿Qué tramamos cuando caminamos por la calle a través de las membranas gigantescas de gente? ¿Sería posible suponer que hagamos caso omiso a la existencia del otro, cuando lo cierto es que nos rodeamos, entrelazamos, entrecruzamos con personas todo el tiempo? Tanto puede ser así que, sin importar el sexo, la etnia o la religión del otro, un simple roce nos aterra, nos irrita, nos colma la paciencia. Una suerte de narcisismo e instinto de supervivencia nos convierte en intolerantes al tránsito del otro, a su paso, al goce del otro . Por otro lado, es indiscutible que a partir LEER MÁS