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Viejo arisco y gruñón de aspecto lamentable. De mente apátrida y dentadura imperial. Su terapeuta le ha aconsejado seguir despotricando en privado contra los columnistas del Telégrafo, en tanto esta actividad resulta menos socialmente comprometedor que vestirse de Duque de Wellington y emprender vistosas guerras coloniales contra las iguanas de la ciudad.