numeración de la casas en Quito

Números de la vida

A medida que Quito crecía, crecía también la necesidad de ordenarla. Las numeraciones de sus casas son vestigios de sistemas pasados y órdenes presentes.

Crecer es necesitar ordenarse. O al menos intentarlo. Y la numeración urbana de Quito es una muestra de ello. En sus paredes constan aún las numeraciones que, época tras época, le han dado sentido a sus direcciones. 

Por ejemplo, si viviese en nuestros tiempos, la legendaria Bella Aurora, habría muerto embestida por aquel toro místico no en la casa 1028, como se conoce la leyenda, sino en Oe3-32, punto exacto de la calle Chile donde vivió Bella Aurora y se erige hasta ahora el edificio Guerrero Mora. 

Cómo llegar a una dirección en Quito

Como esa casa de la mitología quiteña, todas sus demás edificaciones —las famosas y las anónimas, las antiquísimas y las contemporáneas—, llevan en sus fachadas el número que las sitúa.  

Como toda ciudad, como toda historia, Quito no nació con direcciones. Durante siglos fue pequeña y reconocible, donde bastaba decir ahí en la esquinita”, “junto a la iglesia” o nombrar al dueño de la casa. 

A inicios del siglo XX, cuando llegó la electricidad, la habitaban apenas unas 50 mil personas. Era una ciudad compacta, concentrada casi por completo en lo que hoy llamamos el Centro Histórico y sus bordes inmediatos. En esas pocas cuadras, la memoria colectiva funcionaba mejor que cualquier número.

Dirección en Quito
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Ese origen urbano respondía a su herencia colonial. Quito, como muchas ciudades fundadas por España en América, nació a partir de un damero organizado alrededor de una plaza central, con calles nombradas y un orden simbólico pensado para una ciudad finita.

A diferencia de Nueva York, que desde 1811 impuso una grilla ortogonal continua y numérica, diseñada para expandirse sin límite sobre un territorio plano, Quito creció por capas, condicionado por los pliegues de su topografía andina. Su orden urbano no se impuso de una sola vez: se fue construyendo con el tiempo.

Una casa con su numeración escrita a mano

El primer quiebre ocurrió a mediados de la década de 1920, cuando entró en vigencia el primer catastro urbano. Para entonces, la ciudad ya había crecido —probablemente tenía entre 70 y 90 mil habitantes— y el Municipio tuvo su primera necesidad de identificar cada predio de forma estable para cobrar impuestos, registrar propiedad y planificar servicios. 

Fue un trazo clave hecho en la caligrafía propia de cada casa, que escribía con guaraguas preciosistas sobre sus paredes para pensarse como un conjunto de unidades registrables, no solo como un tejido de referencias.

Números en el centro histórico

Ese proceso se aceleró a mediados del siglo XX. Entre las décadas de 1950 y 1960, la capital dejó de contenerse. Comenzó a expandirse físicamente, sobre todo hacia el norte y el sur, siguiendo la forma alargada del valle y cuenca en la que crece Quito. 

Para entonces, la ciudad ya tenía alrededor de 480 mil habitantes y su mancha urbana había rebasado largamente los límites históricos.

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Numeración nueva, viejas formas

En esa misma época, el catastro se volvió más técnico: los predios se dibujaban en planos y se les asignó una clave catastral alfanumérica. Era un orden invisible para el ciudadano, pero fundamental para el Estado. Quito ya no solo se recorría: se medía, se codificaba, se archivaba. Adquirió un orden de metrópoli mientras conservaba sus modos andinos. Aún los guarda. 

Durante décadas convivieron dos lógicas: una ciudad que en la práctica seguía usando direcciones tradicionales —números simples, referencias, nombres conocidos— y otra que, en los archivos municipales, funcionaba con números, fichas y planos.

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Pero esa convivencia se rompió cuando la ciudad explotó en tamaño. Entre 1980 y comienzos del siglo XXI, Quito no solo creció en población, sino en extensión: barrios nuevos al norte y al sur, parroquias rurales que se urbanizaban, valles que se conectaron a la vida diaria de la ciudad y se volvieron parte de la ciudad.

Para 2005, cuando se aprobó la Ordenanza Metropolitana 160, Quito ya superaba los dos millones de habitantes. Creció demasiado para seguir dependiendo de sistemas ambiguos. Entonces comenzó a uniformar su numeración aunque aún queda en sus paredes registros de viejos sistemas de numeración.

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A partir de 2011, ese sistema se volvió omnipresente en la calle quiteña. Las placas alfanuméricas, verdiblancas, con dignidad de diseñador gráfico institucional, se instalaron de forma masiva, justo cuando la ciudad bordeaba los 2,3 millones de habitantes y su área urbana se había multiplicado varias veces respecto a mediados del siglo XX. 

La numeración dejó de ser solo un asunto municipal y se convirtió en una herramienta cotidiana: para el cartero, la ambulancia, el repartidor, el Courier internacional y la app de taxis que vive en el limbo legal.

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Hoy, con proyecciones que sitúan al Distrito Metropolitano cerca de los 3 millones de habitantes en 2025, la lógica numérica es evidente. La numeración alfanumérica de Quito no busca nombrar las casas, sino ubicarlas. Cada letra indica el sector de la ciudad —norte, sur, oriente u occidente— y cada número funciona como una coordenada que mide la distancia respecto a un eje urbano. 

Es un sistema técnico, no simbólico, creado cuando la ciudad ya había crecido demasiado para orientarse por memoria. Más que identidad, ofrece orden: una forma de leer una ciudad larga, fragmentada y tardíamente organizada.

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La historia de la rotulación de direcciones en Quito es, en realidad, la historia de su crecimiento y de su necesidad de orden. De una ciudad que podía explicarse con palabras y memoria, a una metrópoli que necesita sistemas compartidos para funcionar.

Numerar las casas no fue, pues, solo poner números. Fue aceptar que Quito dejó de ser una ciudad que se reconoce sola, y pasó a ser una ciudad que necesita ordenarse para existir a escala metropolitana. 

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Fue también permitirle a sus dueños escribir un pedacito de su identidad sobre sus paredes exteriores, hasta que la uniformidad necesaria y burocrática nos llevó a estos número recto y dignos que ubican pero no identifican. 

Nicole Moscoso Vergara Jose Maria Leon Cabrera
Nicole Moscoso Vergara y José María León Cabrera
Nicole es la directora audiovisual de GK, y José María, el CEO y director creativo de GK. Juntos desarrollan el proyecto de ensayos fotográficos de GK.