Hace unos treinta años, a Rosa Torres le bastaban un par de horas dentro del manglar para recolectar hasta 500 conchas. Eran abundantes, asegura, y de muy buen tamaño. Pero la bonanza que vivió en su juventud duró poco. Todo cambió cuando el precio del camarón se disparó y empezó a ganar mercado. Con la llegada de las granjas camaroneras, comenzó la tala indiscriminada del manglar.
Este reportaje fue originalmente publicado en Mongabay Latam
El ecosistema que durante generaciones dio sustento a toda la comunidad de Bunche, en el cantón Muisne, al oeste de la provincia de Esmeraldas, en Ecuador, estaba en riesgo. Detener su destrucción se volvió una urgencia. Las mujeres concheras se organizaron, junto a sus familias, decididas a defender su territorio.
“Entonces vino la lucha de todas las concheras, porque no podíamos dejarnos quitar los manglares”, dice Torres, lideresa comunitaria de las concheras de Bunche. “Esa era nuestra única fuente de trabajo. Yo tenía 22 años y en ese entonces la lucha comenzó más drástica, más fuerte, porque los camaroneros eran más poderosos que nosotros. No teníamos el apoyo de las autoridades competentes, para nada. Éramos nosotros contra unos camaroneros, que tenían su plata y tenían su gente”.

Manglares de Bunche, Esmeraldas, Ecuador. Fotografía cortesía de Ayuda en Acción Ecuador.
Contra todo pronóstico, las primeras acciones de resistencia fueron contundentes. Rosa Torres recuerda que en 1998 incluso llegaron a derribar dos piscinas para la cría de camarón de una granja, con el respaldo de Greenpeace, organización no gubernamental que en ese entonces desembarcó en las costas de Muisne y apoyó la lucha de la comunidad.
“Yo todavía no tenía mucho conocimiento, pero estábamos ahí, junto a mi mamá y mis abuelos que estaban como jefes”, narra Torres. “Comenzamos a luchar y, entre palos, palas y machetes empezamos a desmoronar los muros que los camaroneros habían hecho. Derrumbamos todo su trabajo porque peleamos lo que era de nosotros y que ellos nos habían talado. Ellos nos echaron perros e hicieron tiros al aire”.
En aquel episodio incluso hubo una muerte: la del paramédico Hayhou Nanoto, de 38 años, quien formaba parte de la tripulación de Greenpeace y participaba en las acciones de defensa del manglar. Sufrió un infarto masivo. Ese momento marcó terriblemente a la gente de Muisne.
“Nos quedamos estancados, asustados porque había pasado algo bien delicado, bien duro”, relata Torres. “Él, que era una gente que no era de acá, que le interesó nuestra lucha y se metió a defender nuestros derechos, hizo más que las autoridades”.
Pero los camaroneros seguían teniendo fuerza, así que las mujeres concheras no se rindieron. “Dijimos: nosotras tenemos que estar organizadas y lograr tener un documento que nos acredite, que la ley nos ampare y nos apoye. Comenzamos a reunirnos, hasta que se legalizó la organización”, dice Torres. “En ese tiempo, se llamaba Concheras de Bunche”.
Un refugio amenazado
Las comunidades de Bunche y Sálima están ubicadas dentro del Refugio de Vida Silvestre Manglares Estuario del Río Muisne. Esta área natural protegida, ubicada al sur de la provincia de Esmeraldas, es parte del sistema hidrográfico Bunche-Cojimíes y resguarda una compleja red de esteros y manglares que cobijan una asombrosa biodiversidad.
En sus 92 246 hectáreas se han identificado seis especies de mangle: rojo (Rhizophora mangle), blanco (Laguncularia racemosa), negro (Avicennia germinans), botón (Conocarpus erectus), caballero (Rizophora harrisonii) y piñuelo (Pelliciera rhizophorae), junto a flora emblemática como el nato, orquídeas y bromelias.
En sus aguas y bosques se estima que habitan al menos 253 especies, desde mamíferos y aves migratorias hasta peces, moluscos y crustáceos. Pero este paisaje no solo sustenta a la fauna silvestre, sino también a las comunidades de Bunche y Sálima, históricas defensoras del manglar y guardianas de su equilibrio.

Los manglares de Bunche son sitios de refugio para aves residentes y migratorias. Fotografía cortesía de Ayuda en Acción Ecuador.
“Aparentemente es un área protegida —está dentro del Sistema Nacional de Áreas Protegidas del Ecuador— y lo que pretende es evitar que haya afectaciones como la tala del manglar para construir piscinas camaroneras o para hacer carbón. Pero a pesar de estar dentro de la reserva, no hay un control sobre el manglar”, explica Eduardo Michuy, coordinador de Cadenas Productivas Sostenibles de Ayuda en Acción Ecuador, organización que, desde 2013, trabaja con las concheras y pescadores de la zona.
Michuy señala que el Ministerio de Ambiente, Agua y Transición Ecológica (MAATE) de Ecuador no tiene claros los polígonos de protección del manglar y, aunque hay un guardaparques no es suficiente para cubrir la extensión del área natural protegida. De igual forma, apunta que tampoco existe un ente que proteja el ecosistema en su totalidad. “De tal forma que el Ministerio entregó el uso y custodia de este manglar —269 hectáreas— a tres Asociaciones de Producción Pesquera (Asopes) que están en esa zona”, agrega Michuy.
Las asociaciones de pescadores Asopesbunche, Asopesarisa y Asopesanjocha, que representan a las comunidades de Bunche, Sálima y Chamanga, son las que trabajan dentro del Refugio de Vida Silvestre Manglares Estuario del Río Muisne y agrupan a pescadores y concheras que trabajan por la conservación y el uso sostenible del manglar. Aunque son organizaciones mixtas, han sido las mujeres quienes históricamente han encabezado los procesos de defensa.

Comunidad de Bunche, Esmeraldas, Ecuador. Fotografía cortesía de Ayuda en Acción Ecuador.
“Es decir, con estas organizaciones se puede trabajar e implementar proyectos ambientales en la zona y es por eso, justamente, que nuestra articulación es directamente con ellas. Ahora, ¿qué pasa con este uso y custodia? Si bien es cierto que se ha transferido la responsabilidad a las asociaciones, estas no tienen recursos para un monitoreo constante, mientras que cada vez son más las camaroneras que, de manera informal, pueden deforestar el manglar para construir las piscinas para crianza de camarón”, afirma Michuy.
Pero el impacto de esta industria va más allá de la deforestación. En cada etapa de producción, se utilizan químicos como tripolifosfato de sodio, bisulfito de sodio, hidróxido de calcio, yodo, cloro y amonio cuaternario, cuyos residuos, al ser vertidos sin tratamiento adecuado, contaminan suelos y cuerpos de agua, explica Michuy. Estos compuestos alteran el equilibrio del ecosistema, eliminan microorganismos beneficiosos y afectan a peces, crustáceos y aves, con el riesgo de bioacumulación en la cadena alimenticia del manglar.

Agua no tratada que se vierte directamente en Río Muisne, Esmeraldas, Ecuador. Fotografía cortesía de Ayuda en Acción Ecuador.
“Ellos trabajan con un polvo que es muy tóxico. Es para que el camarón no se dañe cuando se va a exportar a otros países”, explica Rosa Torres. “Pero cuando terminan de pescar, ese químico lo botan al río. Todas las especies, concha, jaiba y todo lo que se encuentre en las raíces de los mangles mueren. Esa es una de las luchas que tenemos y ya no sabemos a quién tocar la puerta”.
La consecuencia ha sido que algunas zonas del manglar han perdido la capacidad de reproducirse y ya no han vuelto a crecer más, lamenta Torres. Además, el impacto generalizado de la acuicultura y la tala intensiva ha reducido drásticamente su capacidad de almacenar carbono, afirma Michuy.

Río Muisne, donde se encuentran asentadas la comunidad de Bunche y la cabecera parroquial Sálima, en Esmeraldas, Ecuador. Fotografía cortesía de Ayuda en Acción Ecuador.
Un estudio reciente sobre los manglares de Muisne reveló niveles alarmantemente bajos de carbono azul —el carbono almacenado en los sedimentos de los ecosistemas costeros— en las zonas de Bunche y Sálima.
La investigación realizada en el marco de un proyecto con las asociaciones de pescadores y concheras, financiado por la Generalitat Valenciana e implementado por Ayuda en Acción y la Corporación Esmeraldeña para el Fomento y Desarrollo Integral (CEFODI), reveló que aunque los manglares de Sálima mostraron una mayor concentración —89.175 megagramos de carbono por hectárea—, los de Bunche apenas alcanzaron los 32.786 Mg C/Ha, muy por debajo del rango ideal de 350 a 850 Mg C/Ha que caracteriza a un manglar saludable.
“Identificamos que es un ecosistema que está degradado y que debemos cuidarlo” agrega Michuy. Por eso queríamos conocer la situación actual para plantear estrategias de mitigación, conservación y gestión sostenible. El trabajo y la organización de las mujeres ha sido esencial al liderar estos proyectos en sus respectivas comunidades”.
Mongabay Latam se comunicó con el Ministerio de Producción, Comercio Exterior, Inversiones y Pesca (MPCEIP) de Ecuador para conocer su versión respecto de las denuncias de presunta contaminación por parte de las camaroneras y para consultar si existen multas y sanciones contra estas empresas. Al cierre de esta nota, la respuesta aún no había llegado. Tampoco fue posible contactar a los representantes empresariales de la industria camaronera. A través del MPCEIP, la Cámara Nacional de Acuacultura (CNA) respondió que no tenía información para aportar.
Las guardianas del manglar
Así como las concheras se han unido para resistir el avance de las camaroneras, también se han organizado para reforestar, limpiar y vigilar activamente los manglares. En estas labores han involucrado a las juventudes de sus comunidades, con el objetivo de sembrar conciencia ambiental y formar nuevas generaciones defensoras del territorio.
Entre 2023 e inicios de 2025, dentro del proyecto con la Generalitat Valenciana, Ayuda en Acción y CEFODI, se plantearon el objetivo de fortalecer la resiliencia al cambio climático de las comunidades de Bunche, Sálima y la Reserva Marino Costera Galera San Francisco. ¿Cómo lo hacen? A través de la conservación de los manglares, la producción sostenible y el empoderamiento femenino. Como resultado se reforestaron más de cinco hectáreas y se construyeron dos viveros para reproducir mangles.
Paralelamente, más de 1500 estudiantes de escuelas locales se han movilizado para limpiar playas y manglares, bajo el nombre Amigos del Manglar, un colectivo que ha recolectado decenas de toneladas de desechos. Su compromiso va más allá de la limpieza: hoy también participan en actividades de educación ambiental y monitoreo del ecosistema, incluso aprendiendo a pilotar drones para vigilar la salud del manglar.

Zona del manglar de Bunche, Esmeraldas, Ecuador. Fotografía cortesía de Ayuda en Acción Ecuador.
Rosa Emilia Bone, conchera de 68 años y lideresa de Asopesarisa, es una de las monitoras más activas en la protección del manglar. Ha sido la guía para los jóvenes no solo con técnicas, sino también con historias: les muestra cómo eran antes estos espacios y cómo deberían verse hoy. “Nosotras estamos vigilando a los camaroneros para que no boten esa agua al río porque contaminan las conchas y luego nos quedamos indignadas”, cuenta. “Por eso andamos atrás, para que no sigan matando el manglar. Los palos se están secando, se están muriendo”.
El trabajo no se ha detenido ahí. En las comunidades de Sálima y Bunche se han realizado estudios de densidad de cangrejo y concha prieta, así como un censo pesquero para evaluar el impacto del cambio climático y la sobreexplotación de estas especies clave. Además, seis organizaciones de pescadores han sido capacitadas en producción sostenible, comercio justo y trazabilidad, fortaleciendo una economía verde local.

Rosa Bone, conchera y lideresa comunitaria. Fotografía cortesía de Ayuda en Acción Ecuador.
En ese sentido, se fortaleció la Red Mangle de Muisne, organización que reúne a todas las asociaciones pesqueras con el objetivo de impulsar la trazabilidad, comercialización y sostenibilidad de productos como conchas, peces y camarones, protegiendo su entorno y fortaleciendo la economía local.
En Bunche se logró la instalación de una planta de procesamiento operada por las concheras y que da un valor agregado a los productos del manglar y del mar con empaquetado al vacío o elaboración de embutidos como hamburguesas de mariscos y pescado.
“Ha sido importantísimo para nosotras porque podemos darle trabajo a la comunidad y para que nuestros productos —principalmente la concha—, no sean mal vendidos y tengan un precio justo. Las concheras antes vendíamos a intermediarios que nos pagaban lo que les daba la gana. Ellos siempre ganaban más que nosotros”, explica Rosa Torres.

Trabajadoras de la Red Mangle empacando hamburguesas de mariscos para comercialización. Fotografía cortesía de Ayuda en Acción Ecuador.
Hay una cosa que a Torres le gustaría que sucediera: que las y los jóvenes no abandonen la lucha de las concheras.
“Quisiera ver a la juventud seguir nuestro ejemplo, que sigan luchando por lo que nuestros ancestros han hecho por nosotros. Eso no se puede quedar ahí. Que, si nosotras no continuamos, ellos no tiren la toalla», sostiene. «Por eso se han creado los clubes ecológicos, para motivarlos a seguir en esta lucha, trabajando”.
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