Sanchik es madre de cinco niños. Vive en una comunidad amazónica Shuar, cerca del río Pastaza. A finales de abril de 2025, su hijo menor, de 3 años, empezó a tener fiebre y vómito. Ella pensó que era una gripe común. Lo llevó al centro de salud de la comunidad.

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Por los síntomas, el médico quiso llevar al niño a un hospital más grande. Pero Sanchik debió esperar dos días hasta reunir 200 dólares para poder viajar en avioneta hacia el Hospital de Macas, la capital de la provincia de Morona Santiago. 

El niño murió esa noche en el hospital. Hasta entonces, no sabían que tuvo leptospirosis —una enfermedad infecciosa causado por la bacteria leptospira y que, por lo general, vive en los animales, principalmente en las ratas y es transmitida por sus excrementos. 

Días después, el Ministerio de Salud lo confirmó. 

Sanchik nunca había oído hablar de esa enfermedad. Tampoco sabía que se podía prevenir usando agua limpia y botas. O que su hijo se habría podido salvar si recibía atención médica a tiempo. 

Pero el abandono de su territorio es algo cotidiano. 

“Nadie nos vino a decir cómo cuidarnos”, relata Sanchik, entre lágrimas, a un equipo de salud comunitaria que llegó semanas después al sector, cuando se activó una alerta epidemiológica por la muerte de ocho niños entre noviembre de 2024 y marzo de 2025. Su hijo fue el último. 

¿Ecuador estaba ante una nueva crisis sanitaria? 

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La pandemia de covid-19 dejó enseñanzas sobre lo que se debe hacer en las crisis sanitarias, según el epidemiólogo brasileño Almeida-Filho en su teoría de la “Pandemiología”. 

Almeida señala que las epidemias —aumento repentino e inusual de casos de una enfermedad en un población— se deben examinar y estudiar no solo desde los fenómenos biológicos, sino como procesos que se relacionan con factores sociales, culturales, económicos y políticos. Estos factores agravan y potencian el impacto en los más vulnerables.

En este contexto, Ecuador había sido embestido en las tres últimas semanas por tres brotes epidémicos: tosferina, leptospirosis y fiebre amarilla. Esto expuso el tejido social roto en estas zonas de difícil acceso, donde los más afectados muestran el dolor, la amargura e impotencia ante la muerte de sus familiares.

En el triple brote en Ecuador hubo al menos 15 muertes por tosferina, la mayoría de recién nacidos no vacunados; ocho niños muertos por leptospirosis en Taisha, un pequeño cantón de Morona Santiago, y cinco fallecidos por la fiebre amarilla. 

Este escenario constituye un paradigmático ejemplo para aplicar dos conceptos: sindemia, que ocurre cuando hay dos o más brotes en una población, e infodemia, que es la abundancia de información sobre un tema concreto. 

Las muertes que hubo en Ecuador no son solo cifras de indicadores epidemiológicos. Son síntomas de un ciclo vicioso de inequidades en salud y protección social.

No hay que ser erudito en epidemiología para entender que la pobreza, el acceso desigual a servicios de salud, y la desnutrición infantil aumentan la vulnerabilidad de ciertas poblaciones frente a estos brotes.

En Taisha,  por ejemplo, los casos de leptospirosis se dieron no solo por condiciones ambientales como inundaciones o animales portadores de la bacteria, sino también por la ausencia de servicios básicos, el abandono de los gobiernos locales y la escasa vigilancia sanitaria —recolección y análisis de datos de salud.

Mientras que la fiebre amarilla reapareció en regiones donde la cobertura de vacunas es insuficiente (menos del 80%). Aún hay gente que tiene miedo a vacunarse.

La falta de control de insectos que puedan causar infecciones, el miedo provocado por los antivacunas, la difusión de contenido falso son causas que confirman que no se trata de tres epidemias aisladas, sino de una sindemia: una sinergia entre enfermedades y condiciones sociales adversas que exacerban el daño colectivo a la salud.

El Ministerio de Salud reaccionó con medidas reactivas, como el uso obligatorio de mascarillas para niños en escuelas, colegios y en espacios públicos cerrados. Aunque esta decisión busca reducir la transmisión de tosferina, ha provocado confusión y alarma, amplificada por titulares y mensajes en redes sociales que sugieren una “nueva pandemia” o un “nuevo confinamiento”. 

La Organización Panamericana de la Salud advierte que “combatir la desinformación es tan importante como detener el virus”. También señala que “sin una comunicación clara, contextualizada y culturalmente adecuada, incluso las mejores estrategias pueden fracasar.”

Esta incertidumbre e inseguridad en la población deriva en el concepto de infodemia, definido por la Organización Mundial de la Salud como “la sobreabundancia de información —cierta o no— que afecta la capacidad de respuesta sanitaria”

La comunicación efectiva en salud es la vacuna para los impostores, charlatanes y “expertos influencers” que quieren sacar tajada generando pánico. 

Los mensajes en salud deben comunicarse con transparencia y evidencia científica. Eso evita que se genere desconfianza social, rechazo a las estrategias sanitarias y proliferación de contenido falso. 

Ante este escenario, se necesita mucho más que usar mascarillas y vacunar a la población. O que les den agua, alimentos y medicinas de forma temporal y durante la crisis a los más vulnerables

Ecuador debe asumir este momento como una crisis sindémica, en la que la salud pública, la justicia social y la gobernanza se entrelacen.

Las siguientes acciones son urgentes y factibles para enfrentar el triple brote en Ecuador.

La primera es fortalecer la atención primaria de salud en zonas rurales, incluidas amazónicas y de difícil acceso. Así se garantizaría la continuidad de una atención adaptada a los contextos culturales. 

Esto implica mejorar la movilidad y equipamiento del personal de salud en zonas dispersas para acercar la atención integral a las comunidades.

La segunda es intensificar la cobertura de vacunación a nivel nacional, impulsando campañas específicas contra la tosferina y la fiebre amarilla en territorios rurales y fronterizos, y estableciendo estrategias de microplanificación —organizar, coordinar y optimizar recursos y actividades a nivel local o comunitario— que permitan alcanzar niveles de cobertura suficientes para lograr vacunar a la mayoría de la población. 

La tercera es consolidar redes comunitarias de vigilancia en salud: integrar liderazgos locales, saberes ancestrales y agentes comunitarios —personas que trabajan directamente con la comunidad para promover la salud y el bienestar

Esta actividad facilitaría la notificación temprana de alertas epidemiológicas y reforzaría los sistemas de respuesta e información a nivel local.

La cuarta es optimizar la comunicación en contextos de riesgo y emergencia para evitar la alarma y promover mensajes claros, confiables y adaptados a diversos contextos. 

La quinta es garantizar intervenciones de apoyo social primario —servicios básicos, agua potable—, más allá de la atención médica, para garantizar condiciones dignas para vivir y para que estos sectores marginales puedan desarrollarse y mejorar su calidad de vida.

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Más allá de los brotes, Ecuador tiene la obligación de repensar cómo cuida la salud de sus habitantes, considerando también el entorno y la cultura. Esta es una oportunidad histórica para reconocer que la salud no se construye solo en hospitales, sino en la vida cotidiana, en el saneamiento —mantener limpios y saludables los espacios donde vive la gente— y el acceso a agua potable y salud. También en escuchar a las comunidades y a sus líderes indígenas.

El país no solo enfrenta tres brotes epidémicos, sino también la pobreza, la marginalidad y problemas de migración, la minería ilegal, la desnutrición crónica infantil. 

Además, lucha contra el miedo, la fragmentación social y la desinformación, que tienen al Ecuador a oscuras, no por la falta de energía, sino por la falta de acciones a corto, mediano y largo plazo en temas de salud y desarrollo social como las que hemos mencionado anteriormente.

Además de esto, el Ecuador debe responder con solidaridad, ciencia y sensibilidad social. Así nos recuerda Sanchik: “Nadie nos vino a decir cómo cuidarnos”. Lo más doloroso no es la enfermedad, sino la indiferencia de un Estado que no atiende ni previene.

El caso de Sanchik y su hijo es el precio que el país paga por la desigualdad y la falta de entendimiento de que la salud no es solo determinada por la hospitalofilia —interés desmedido por estar en hospitales— y la hipermedicalización —creencia de que la salud es equivalente a medicinas y exámenes—, sino también por anticiparse a la enfermedad con estrategias adecuadas de prevención. 

*Sanchik es un nombre protegido

Daniel Simancas Doctor
Daniel Simancas
Médico epidemiólogo, experto en Salud Pública. Profesor universitario por más de 15 años y director del Centro de Investigación en Salud Pública y Epidemiología CISPEC. Exdecano de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad UTE y miembro de la Red Cochrane Iberoamericana.
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