La peluquería del pasaje Amador

El pasaje Amador, curioso artefacto urbano

El pasaje Amador, curioso artefacto urbano

En el principio fue el fuego. Incendiarse encenderse arder —ya sabemos: el ciclo que, luego, ceniza queda se posa. Se vuelve resto polvo la memoria. Y luego da paso a otras cosas. Sucedió también en Quito: el coqueto Pasaje Royal de inicios del siglo XX se quemó tras cuarenta años de aspiracional gloria comercial y sobre su tierra arrasada, en 1956, se levantó el pasaje Amador.

Un puestito de comida en el pasaje que sucedió al pasaje Royal
Los tragaluces del pasaje Amador, en el Centro Histórico de Quito

Su gran portón de hierro es fue será aaá más bien un portal: uno no sabe qué año pisa. La única certeza es que sigue, repleto de gente y negocios. Se venden zapatos, piercings, almuerzos, aparatos electrónicos y accesorios de teléfonos móviles. 

Pasillo del pasaje Amador: random is not whatever

Es como si la máquina del tiempo hubiese renunciado a viajar entre dimensiones y hubiese decidido parar, quedarse quieta, en media metamorfosis, y simplemente ser un curioso artefacto urbano. Un chinesco citadino que encierra todo el último siglo en un solo momento, en el que la constante cósmica es el comercio.

Las escaleras del pasaje

Diseñado por el arquitecto Giovanni Rota y bautizado con el apellido de su nuevo dueño, Salomón Amador, se plantó en el corazón de Quito un gargantúa moderno que tragaba traga tragará tragararará luz, comercio, memoria. Tuvo tiene tendrá dradradrá una boca enorme que se abre entre las calles Venezuela y García Moreno. En la panza y el esófago lleva todo el último siglo.

Un almacén de telas en el pasaje Amador
Una señora atiende en el pasaje Amador

Se ofrecen santos y vírgenes, ponchos y cafés, retratos y hasta favores místicos. Letreros pintados a mano que ofrecen servicios legales en una ventana donde nada un caballito de mar. Tallado en madera y en plástico están los nombres de una asociación cultural fundada hace cincuenta años, y en transparente y noventero vinilo el de un culto que se niega a ser llamado secta —a pesar de la evidencia—, una torre Eiffel roja y enana que algún viajero del tiempo olvidó en medio pasillo y que, en una segunda visita, ha desparecido sin dejar rastro. 

Una muñeca de cartón-piedra

El aire en el pasaje Amador huele como olía el café en la casa de las abuelas de nuestras infancias, y a una ventana en la que se asoma una princesa de cartón-piedra, que quizá en alguna otro universo sepa hablar y bailar, y a la que no haya que rescatar a pedradas de su escaparate. Huele también al almuerzo de hoy, a la empanadita de viento recién hecha, a fruta que se acaba de exprimir.  

Los ascensores, escaleras, puertas y pasillos del pasaje Amador no son reliquias de otras épocas; son presente hoy hace medio siglo. 

El doctor Carrión atiende en el pasaje Amador

Quizá en uno de sus pisos que se enroscan sobre su propio eje podríamos encontrar a nuestros abuelos, caminando no como fantasmas, sino tan vivos y jóvenes y bellos como fueron, o cortándose el pelo en esa barbería tantas veces fotografiada, en la que conviven las sillas cincuenteras y una televisión inteligente que proyecta en 4K. 

El ascensor de otro tiempo
Comprando santos

Quizá en sus pasillos perdidos entre décadas, en sus escaleras con pintura fresca de un color que parece ya no se prepara hace treinta años, y entre sus cuartos de revelado y molinos de café, entre los hilos y las telas y las novelerías de bazar entre las que se enamoran adolescentes de 1985 y de 1997 y 2006, se entiende aquella verdad que repetía Charly García: random is not whatever. Y no hay lugar más random ni mejor lugar para hacer lo que se hace cuando uno está en lugares random que el pasaje Amador.

La entrada del pasaje Amador es menos una puerta y más un portal
Nicole Moscoso Vergara Jose Maria Leon Cabrera
Nicole Moscoso Vergara y José María León Cabrera
Nicole es la directora audiovisual de GK, y José María, el CEO y director creativo de GK. Juntos desarrollan el proyecto de ensayos fotográficos de GK.