dar de comer a las palomas, eso hace Mario Alonso

Un hombre no recuerda su edad, pero no olvida dar de comer a las palomas

Pasando un día, Mario Alonso, un jardinero desempleado, alimenta a las palomas de la Plaza del Teatro.

Es una mañana de invierno, fría gris triste, como un verso de Arturo Borja, y nadie en la Plaza del Teatro parece tener motivos para la alegría. Salvo Mario Alonso, un otavaleño que sonríe con la sonrisa de quienes pasan buena parte de su tiempo en un lugar distinto al espacio físico que ocupan. Sentado en uno de los bordes desnivelados de la plaza, Mario Alonso come pan con cola que le han regalado en una panadería cercana y, cada tanto, desmenuza un poco de su vianda y la comparte con las palomas que pueblan la plaza, que se le acercan con la misma confianza con que uno se acerca a los viejos amigos. 

Mario Alonso da de comer a las palomas

Momentos antes, el generoso Mario Alonso se había sentado, pero nadie había reparado en él. Ni los paseantes ni las palomas. Pero cuando sacó su pan de una pequeña mochila, una bandada de aves grises cafés tornasoles vuela hacia él, que sonríe, como contento de poderles dar un poquito de lo que es suyo a ellas, que revolotean a su alrededor y picotean las migajas. Del piso. De la mano de Mario Alonso. De lo que le queda en la manga de la chompa. De la copa de su sombrero. 

en la plaza del teatro, un hombre da de comer a las palomas

Mario Alonso nació en Otavalo. “¿Cuántos años cree que tengo?”, pregunta, la voz débil y rasposa. Se molesta cuando la adivinanza es que tiene setenta: se pone las manos sobre el sombrero con incredulidad. Pero lo olvida de inmediato. “Hasta en el sombrero se me paran las palomas para comer”, dice, sonriendo, olvidando al periodista maleducado que le ha preguntado su edad. De pronto, sonríe con su risa de otros tiempos —quizá mejores, quizá más felices, quizá solo moldeados por la nostalgia. “Mi esposa falleció hace dos años. La llevo aquí”, dice, señalando con su índice el lugar donde, dice la cultura popular, tenemos el corazón y él lleva el celular. “Aquí, aquí”, dice, y uno se pregunta si se refiere al corazón o al teléfono. Quizá en estos tiempos que corren, son la misma cosa. 

palomas al pie del Teatro Sucre

Mario Alonso no recuerda con rapidez cuántos años, en realidad, tiene. Piensa un rato, con el índice sobre la sien y la mirada en el piso, como si buscase una respuesta que debería estar a la mano pero, por algún motivo, no halla. “Sesenta y ocho”, dice de pronto, aunque no parezca tan convencido el hombre que alimenta las palomas pero, dice, no tiene para pagar el arriendo del pequeño cuarto en una pensión quiteña. “Un señor me dijo el otro día que me iba a dar unos veinte dólares para que pague, pero no volvió”, dice Mario Alonso, de oficio jardinero, aunque hace tiempo no encuentra trabajo. 

Un hombre da de comer a las palomas

Él, en cambio, siempre vuelve a la plaza. “Pasando un día”, dice. Va para darle de comer a las palomas. Va a conversar con su amigo que vende gorros y bufandas, aunque ahorita no se acuerde el nombre. 

Las palomas tienen con él una suerte de familiaridad, como si pudiesen cucurrear entre ellas “ya llegó Mario Alonso”, “hoy no le toca venir a Mario Alonso”, “Mario Alonso dice que sus hijos no lo visitan desde que se murió su esposa” o quizá “Mario Alonso no tiene trabajo, ni cómo pagar el arriendo, pero jamás nos mezquina un poco del pan que le regalan en la panadería de a la vuelta”. 

las palomas comen de la mano de Mario Alonso

Mario Alonso parece llevarse igual de bien con ellas. Invita a los transeúntes que lo ven, coronado de palomas, a que las toquen. La mayoría se excusa con una sonrisa: bien se sabe que estas aves podrán ser buenas mensajeras en tiempos de paz y de guerra, pero no son abanderadas de la higiene. Mario Alonso insiste, con un gesto de la mano. Cuando termina de comer, se para y las palomas se dispersan. El espacio gris de la plaza queda vacío, con un reguero de migajas. La mañana sigue gris triste sombría —la pena, la melancolía, ¡la vida, la vida, la vida!, escribió Arturo antes de matarse a los veinte años—, pero Mario Alonso tiene esa sonrisa de otro lado, de otro tiempo. Conversa un poco con su amigo, el vendedor de gorritos y luego, con una mochilita al hombro, se va.

Volverá pasado mañana. 

El hombre se va caminando DESPUÉS DE DARLE DE COmer a las palomas
Nicole Moscoso Vergara Jose Maria Leon Cabrera 150x150
Nicole Moscoso Vergara y José María León Cabrera
Nicole es la directora audiovisual de GK, y José María, el CEO y director creativo de GK. Juntos desarrollan el proyecto de ensayos fotográficos de GK.