20 años después, la saga de Saw aún vence sus trampas

En 2003, Leigh Whannell y James Wan crearon un corto basado en la idea de una película que habían escrito. Creyeron que el corto los ayudaría a vender mejor su film, y encontrar un estudio para poderla. Fue el origen de la saga de Saw. 

La idea resultaba novedosa: un asesino en serie que no mataba directamente a sus víctimas, sino que los sometía a pruebas terribles para que ellos, con voluntad de supervivencia, lograran librarse, no morir en el intento y así, ver a su vida desde otra perspectiva. Ya son 20 años —y un poco más— de conseguir el dinero para la primera película, en 2003.

El personaje, John Kramer / Jigsaw, nació en esas mentes al otro lado del mundo. Hoy, esos dos jóvenes —que no encontraron financiamiento en su país natal y que viajaron en 2003 a Estados Unidos, con guión y cortometraje bajo el brazo— tienen una carrera importante en Hollywood y son responsables de muchos éxitos de taquilla y crítica.

Pero fue Saw, de 2004, que hizo rodar la máquina.

Wan y Whannell están consagrados ya. El primero como creador de otra saga de terror, como la de The Conjuring y director de las películas de Aquaman, con Jason Momoa. Whannell como creador, guionista, actor, productor y director en otra saga exitosa como lo es la de Insidious. Su creación mutua es una torre que no se va a caer con facilidad. 

Se empezó a construir en forma de ese cortometraje escrito por ambos, actuado por Whannell y dirigido por Wang. La que un año después se convirtió en película y que la distribuidora Lionsgate llevó a todo el mundo.

Saw, como sierra, o como la conjugación en pasado del verbo “ver” en inglés. En la primera escena quedaba claro qué íbamos a ver.  Un doctor y un fotógrafo en una especie de baño en un espacio industrial. Encadenados por sus pies, en los dos extremos de la habitación, con un cuerpo en el medio, alguien que parece haber muerto y que tiene una grabadora en una mano y cerca de la otra hay una pistola. 

Fue con esa película —en la que uno de los dos detenidos en esa sala, decide cortarse del pie para soltarse—  que el mundo conoció a Jigsaw, ese personaje que, con una moral particular, decide “jugar” o poner a prueba a seres réprobos, con trampas mortales. Si salen vivos, su vida será distinta, cambiarán para bien, se supone.

Nunca antes se había visto algo así. El éxito de esta saga radica en lo que su villano principal quiere: no busca matar a nadie, quiere hacer una especie de extrema terapia de choque para cambiar la vida de estos personajes que han tomado pésimas decisiones y han dañado a otros.

Un villano que hace muchísimo daño para conseguir lo que cree es algo noble.

Durante y después de John Kramer

John Kramer / Jigsaw está interpretado, con una precisión casi quirúrgica, por Tobin Bell. Y ha sido presencia importante en al menos 5 de las 10 películas de la saga. Las otras han tenido a los discípulos de Jigsaw y a gente que ha intentado copiarlo como los personajes que van a continuar con su legado de muerte.

Si no fuera suficiente con sus ideas, Kramer tiene algo más que lo vuelve único en el terreno de los asesinos en el cine: se está muriendo —es más, muere en la tercera película. Tiene un tumor en el cerebro, maligno e inoperable, que convierte a su misión en algo que debe suceder con rapidez. 

Él quiere dejar a sus discípulos listos para que continúen con su labor que quedará interrumpida. Y son varios sus discípulos, gente que ha sobrevivido a sus trampas y que se convierten en sus aliados. Pero, como suele suceder en estos asuntos, ellos no son precisamente como Jigsaw.

Kramer tiene un objetivo final y es que las víctimas de sus trampas —que en cada película se vuelven más siniestras, complicadas y llenas de sangre—renazcan al sobrevivir sus trampas. Que el instinto de supervivencia sea más fuerte. 

Sin embargo, sus dos aliados principales, Amanda —interpretada por Shawnee Smith— y el detective Mark Hoffman —Costas Mandylor—, no son como él. En realidad no son capaces de entender la dimensión de lo que hace Jigsaw y desnaturalizan lo que él ha intentado por mucho tiempo. Ambos matan por matar, no piensan en el posible renacimiento de las víctimas, en el perdón al que Jigsaw los somete de la manera más cruenta. Solo quieren que sufran.

En el fondo, Saw es una saga que se convierte en tragedia. La gran misión del personaje central se va desdibujando de a poco. Hasta que desaparece completamente.

Una vez que Kramer muere, que Jigsaw desaparece, los crímenes continúan, pero no hay ese misticismo casi religioso. El horror se vuelve más mundano y menos impactante. Pero las películas siguieron funcionando en taquilla, y aún tenían ciertos giros que las volvían interesantes. 

Pero no eran lo mismo. De la cuarta hasta la octava, si bien se continuaba de alguna manera lo que Jigsaw había empezado, no era lo mismo. Todo se tornaba repetitivo y la sorpresa había desaparecido. Al final de la tercera entrega —probablemente la mejor de toda la serie, escrita por Leigh Whannel—, Kramer muere reconociendo que todo lo que había trabajado no había servido para nada, que sus discípulos lo traicionarían, que su misión había sido en vano. 

Es un gran momento para el cine de horror, para dotarlo de una profundidad que casi nunca existe en el género.

Los mil millones de dólares que esta saga ha recaudado —hasta la novena película—, a lo largo de dos décadas, solo significan que se seguirán haciendo filmes sobre lo que John Kramer empezó, y que otros terminaron por destruir.

Así, llega la décima película.

El factor sorpresa de Saw X

Saw X fue anunciada como el regreso del actor Tobin Bell por todo lo alto. Es decir, Jigsaw iba a volver a la saga, pero de una manera muy particular. Porque ese personaje murió en la tercera película —y si apareció en el resto, fue en flashbacks— y no había forma de regresarlo.

Pero sucedió. Saw X sería una “entrecuela”. Es decir, un filme ubicado, temporalmente, entre lo que sucede en la primera y segunda. Kramer comienza a tener los síntomas más fuertes por el tumor y alguien que conoció en un grupo de ayuda para pacientes terminales, le habla sobre una supuesta “cura”. Él, agotando su último esfuerzo, la busca y se somete a ella. 

Nada resulta como deseaba. Entonces Jigsaw junto a Amanda —Shawnee Smith también regresa a la saga— no tienen más remedio que volver a hacer lo que ellos hacen mejor.

Lo interesante de esta última entrega es que si bien está escrita y dirigida por personas que venían trabajando en la saga en filmes anteriores —los escritores Peter Goldfinger y Josh Stolberg y el director Kevin Greutert—, aquí todo parece calzar a la perfección.

Jigsaw como tal toma tiempo en aparecer —quizás mucho— y eso ayuda a que se  construya una historia sobre Kramer con mucha más intensidad. Kramer quiere vivir, no quiere morir y por primera vez se cuestiona si debe ser o no ser Jigsaw, hace conexiones humanas con otros personajes y se siente renovado. Tobin Bell brilla en esa primera hora como ese ser moribundo que quiere encontrar una solución.

Ya cuando vuelve a ser Jigsaw,  todo el gore y la violencia vuelven a aparecer. Otra vez las trampas y lo cruento, con seres que deben hacerse daño si quieren mantenerse con vida. Si quieren aprender una lección. Saw X funciona porque decide recuperar a su personaje central, darle nueva vida y una nueva razón para aparecer con fuerza. 

A pesar de los errores que tiene —son muchos— Saw X está entre las mejores de la saga porque una forma inteligente de regresar a lo que le dio el puntapié inicial: alguien que tiene una enfermedad que lo va a matar y que decide de darle sentido a la vida de otros a través del dolor. John Kramer de ley es católico.