No lo sabíamos, aunque en realidad lo hayamos sabido siempre. Quiero decir, dábamos por hecho a Marciano Cantero.
Ese frontman particular, con esos lentes fondo de botella, con un tono de voz que resultaba un prodigio para el pop, con esa sensibilidad precisa para componer canciones que fueran sencillas y que llegaran a su público.
Marciano estaba ahí, tan presente que no lo veíamos. Parecía no haber nacido, daba la impresión de que siempre estuvo entre nosotros. Por eso, cuando realmente se fue, cuando la noticia de su muerte reventó, algo también cayó de golpe.
Marciano y Los Enanitos Verdes eran parte de esa banda sonora para quienes crecimos en los 80 y 90.
Estuvieron ahí, nos acompañaron, regalaron canciones e inundaron nuestras cabezas con una lírica de belleza cotidiana. Marciano no debió cantar cosas rebuscadas para ser parte de nuestras vidas, para decir cosas que de otra forma nadie nos hubiera dicho. “Yo sé, la soledad te da cierto confort / no te deja mirar”, cantó en Eterna Soledad.
A Marciano Cantero lo teníamos tan interiorizado que no se nos ocurrió darle el lugar que se merecía. Porque de Argentina pensábamos en Charly García, en Luis Alberto Spinetta, en Gustavo Cerati, en Fito Páez, o en Andrés Calamaro. Hombres detrás de guitarras o de pianos. Marciano permanecía a un margen, siendo bajista y cantante. Y en ese margen encontró la forma de ingresar en nuestras vidas.
Lo teníamos en la serie B. En la banca. No lo hicimos con odio, sino porque no teníamos otra manera de procesar lo que él nos ofrecía. Pero siempre estuvo ahí, en la cancha, con los grandes.
Mientras cantábamos sus canciones en las fiestas con amigos, en karaokes, o a viva voz, mientras una banda decidía hacer un cover de uno de sus temas. Siempre con la certeza de que Marciano sentía lo que, al menos alguna vez, sentimos todos nosotros: “Porque este es mi primer día sin verte / este es es mi primer día sin ti / Y la habitación se me hace gigante / me siento tan pequeño si no estás aquí / No lo puedo entender”.
El músico que estaba al mismo nivel que sus oyentes. Ese era él. La humildad convertida en acordes y notas.
El hombre que estaba a nuestro lado
Horacio Eduardo Cantero Hernández tenía 62 años cuando murió.
El hombre que cantó “La vida es demasiado corta para vivirla en el pasado”, murió por complicaciones que surgieron a raíz de una insuficiencia renal, luego de 10 días internado en un hospital.
Marciano nació el 25 de agosto de 1960 en Mendoza, Argentina. Para 1979 ya había formado Los Enanitos Verdes, junto a Felipe Stiati, el gran guitarrista con el que compartió toda la aventura, por más de 40 años.
Las últimas presentaciones de la banda fueron en Estados Unidos, en una gira durante las primeras semanas de agosto pasado. Marciano estuvo en el escenario casi hasta el final. Lo hizo con la banda de sus amores, con la que sacó 14 discos. Con esa banda de la que se separó de 1989 a 1992 y de la que no se distanciaría más.
Los Enanitos Verdes crearon canciones que se quedan con nosotros. La voz de Marciano no se nos va a despegar. La muerte no existe cuando el registro está, cuando las guitarras blancas permanecen, cuando un tema incluso llega a convertirse en meme —como Lamento boliviano—. Eso siempre se reserva a los grandes.
Marciano siempre lo fue, y no es que no lo supiéramos antes. Solo pasó que fue tan parte de nosotros que nunca lo pensamos por encima nuestro.
Y ahora que ya no está, viene siendo hora de elevarlo a la dimensión de lo que fue. Porque algo hay que hacer con la tristeza que se siente, como aplastar play y volver a escuchar las canciones de este grande. Un favor que nos hacemos, sin duda.
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