Un breve prólogo de Karol Noroña

La tarde del 9 de diciembre de 2021, Freddy Salas cruzó la puerta de la Penitenciaría del Litoral, en Guayaquil, y salió libre, luego de casi cinco años en una celda. Después de haber sobrevivido a cuatro masacres en la cárcel más violenta del país. Miró al cielo y se prometió que no volvería jamás. Abrazó a sus padres, quienes lo esperaban en plena vía Perimetral, los besó. Tomaron un taxi. En su mente, Freddy Salas albergaba un solo deseo: probar el seco de pollo de su madre.

Freddy Salas logró acceder a un régimen penitenciario que se llama semiabierto, y que permite a una persona terminar de cumplir su condena en libertad. No puede salir del país, debe presentarse cada mes ante la cárcel y la Fiscalía. Aún debe hacer un curso vial, debido al delito por el que fue sentenciado. Tenía el derecho a acogerse a ese régimen desde hacía un año, pero lo logró recién aquella tarde de diciembre pasado. Ahora, Freddy Salas intenta reconstruir su vida en un país donde no hay suficientes oportunidades para las personas excarceladas. 

Pero está en libertad. Ahora, con una motocicleta, intenta ganar algo de dinero para darle un futuro tranquilo a su pequeña hija, que pronto cumplirá tres años.  

Durante los últimos 30 días, conversé con Freddy a diario. Esta es la bitácora de su primer mes libre en Guayaquil, contada por él, por su voz.

§

Mi nombre es Freddy Salas y estoy intentando reconstruir mi vida. 

Me siento como extraño a veces, pero haber salido de la cárcel el 9 de diciembre de 2021, después de sobrevivir a cuatro masacres carcelarias, es un alivio, una alegría. Puedo respirar sin temor a que me maten en cualquier momento.

Salí de la Penitenciaría del Litoral hace treinta días, después de casi cinco años, y, si les digo la verdad, cada día me despierto en mi cama, miro el techo de mi casa, ¡y aún no me la creo!

Estuve preso por un delito de tránsito injusto desde 2016, pero desde el 2020 ingresé mi solicitud para acceder al régimen semiabierto y poder terminar mi condena en libertad. 

Mi familia luchó mucho, porque los trámites se demoraron, el juez no me quería dar audiencia. 

Pero mis papás ahí estuvieron, apoyándome, hablando con abogados, con Karol Noroña, con amigos y con gente que intentó ayudarme, presionando, hasta que me fijaron la fecha de audiencia. Solo me faltaban tres meses para terminar mi sentencia, pero era una cuestión de vida o muerte. Muchos no logran salir con vida de esa prisión.

Ese 9 de diciembre, yo estaba emocionado. 

Aún no sabía si me iban a decir que sí, pero solo esperaba que me llamen a la audiencia. 

Comenzó a las doce y media, pero no duró mucho. A golpe de la una de la tarde, el juez me dijo: listen ‘Sabes qué, Freddy Salas, ¡basta! Te vamos a aprobar el trámite para que salgas en libertad’. Cuando lo vi al juez diciendo eso, a través de una pantallita, fue una emoción que no tienen idea. ¿Sí me entienden?

Fue una felicidad tan grande saber que finalmente me estaban devolviendo mi libertad. Ya sabía que iba a salir y fui caminando tranquilo a mi pabellón. 

No le conté a muchas personas que iba a salir libre, porque a veces ahí adentro no se pueden decir muchas cosas, les molesta. Pero a mis ocho amigos, con quienes convivíamos en mi celda, sí.

Era un momento de alegría y de pena, porque estuve mucho tiempo con ellos. Yo casi no salía de mi celda, no me gustaba, porque no sabes con quién puedes cruzarte. Pero con ellos… fuimos más que una familia allá adentro. 

Es que en la cárcel todos somos iguales. Ahí encontré a mis verdaderos amigos, los que estuvieron en las buenas y en las malas.

Todos logramos sobrevivir a las masacres, por suerte; ahí nos escondimos.

Cuando les conté que me iba, también estaban felices; claro que un poco tristes. Pero nos despedimos con un abrazo y yo les prometí que iba a estar pendientes de ellos. Intento cumplirlo todos los días.

 A las tres de la tarde, me llamaron por mis apellidos y me llevaron a la dirección de la Penitenciaría. 

Ahí te revisan todo el expediente para ver si no tienes un caso pendiente. Pero gracias a Dios, yo no tenía nada más encima. Y no solo estaba yo: más de 30 personas estaban esperando su libertad ahí. Nos demoramos bastante, al menos unas cuatro horas.

A las siete de la noche, por fin estaba cruzando la puerta de la Penitenciaría. Yo le había dicho a mi papi que no vaya, porque está enfermo, que me espere en la casa, pero no. Mi mamá y mi papá estaban ahí afuera, esperándome en la calle, en la Perimetral.

¡Estaba tan feliz! 

Los abracé inmensamente, porque los volví a ver después de tanto tiempo. 

A mi papi no lo había visto hacía más de dos años. ‘Ya todo se acabó, ya estoy con ustedes y ahora sí, a salir adelante’, les dije. Les pedí que no lloraran, pero no aguantamos. Estábamos llorando de felicidad. Le agradecí a Dios haber salido con vida de ese lugar. Lo único que quería es llegar a mi casa y conversar.

Cogimos un taxi y nos fuimos para el norte de Guayaquil, a mi barrio, donde crecí. Somos cinco hermanos, yo el tercero, pero en la casa me estaban esperando dos. Con ellos también fue el reencuentro y las bendiciones que me daban por estar aquí de nuevo.

Ahorita estoy más gordo, pero cuando salí de la Peni, estaba flaquísimo, débil, porque allá la comida falta y para todo tienes que pagar. 

A nosotros nos daban cinco cucharaditas de plástico en el almuerzo y la merienda.

Nada tenía sal. Nos daban caldo de lechero, arroz insípido y algo a vapor. Era peor cuando había guerra [masacres] no había nada qué comer. Un taco de galletas llegó a costar cinco dólares.

Seco de pollo

Había demasiada hambre. Hubo un día en el que compré galletas y las compartí en mi celda: dos galletas por la mañana y dos por la noche para cada uno.

Así vivíamos, miren que en la Peni hay mascotas, perros y gatos. La gente, desesperada, ya estaba viendo si los mataban, porque el hambre ahí era brutal.

Por eso, ni bien llegué, solo le dije a mi mami: ‘No quiero nada especial, solo quiero tu seco de pollo, una comida como es debido, como usted sabe’.

Mi mami cocina riquísimo, cómo no iba a extrañarla. Esa fue mi primera comida después casi cinco años: un seco de pollo, con un maduro y un vaso de cola. Tenían que ver mi cara, de verdad que comer es lo más rico de este mundo. Fueron muchos sentimientos ese día.

Esa misma noche llegaron mis primos, mis tíos, para darme la bienvenida y conversar conmigo, por ahí unos pequeños tragos para celebrar. Y también lo extrañaba. Allá [en prisión] son los jugos que llevan, los hacen podrir y de ahí sacan licor.

flecha celesteOTROS CONTENIDOS SOBRE VIOLENCIA DE GÉNERO

Me costó dormir el primer día porque en la cárcel casi no puedes hacerlo. Siempre ponen vallenatos de día y de noche, hay mucha bulla. A mí sí me gusta escuchar, pero ya era demasiado.

Cuando me desperté, nada, no podía creerlo.

Estaba feliz, sí, después de tanto, pero estaba bien flaquito, me imagino que fue por el alimento de allá. Mi mamá me puso un suero durante dos días para poder recuperarme. El primer día fue de limpieza y, al siguiente, de vitaminas. Así ya me fui poniendo fuerte.

Durante los días siguientes, mi mami no quería que hiciera nada, sino que descansara. Es difícil, porque yo sabía que debía buscar la forma de ayudar en algo, de encontrar un trabajo, sobre todo para ayudar a mis papás. Ellos me ayudaron cuando estuve ahí, y ahora yo quiero hacerlo.

Yo también tengo una nena chiquita y quiero que crezca bien, que nada le falte.

Reencontrarme con mi hija al fin fue también sentir que volvía a vivir. La concebí durante una visita conyugal y solo lograba verla muy pocas veces por videollamada. Al principio, no me reconoció, como que tenía recelo, pero luego ya cogió confianza y ahora pasa pegadita a mí cuando me ve. En febrero ya cumple tres años mi nena, en el mismo mes en el que yo llegaré a los 32. Ella es mi motivación.

Pero para nosotros, los que salimos de la cárcel, es difícil conseguir trabajo porque el récord sale sucio: son nuestros antecedentes penales por haber estado presos.

Además, tengo que hacer un curso vial de 50 horas, que aún no lo hago porque me falta un documento que debe entregarme la Fiscalía, y presentarme cada 30 en la Penitenciaría. Tampoco puedo salir del país o viajar. Y bueno, eso se acepta, pero el problema es que somos mal vistos. Nadie sabe por qué delito estuvimos ahí. El mío no fue grave, pero la gente piensa que somos malos.

Motocicleta

Pese a eso, yo no me he quedado quieto. A la segunda semana de haber salido, alquilé una moto y con eso estoy trabajando de a poco. Cojo carreras pequeñas de gente del barrio que va a tomar el bus, o quien lo necesite. No da mucho, pero estoy ahorrando.

Tengo un chanchito al que le estoy metiendo una moneda diaria. Mi propósito ahorita es poder sacar mi licencia y luego, cuando todo esté mejor, quisiera un carrito para ir taxeando. Ustedes saben que no puedo conseguir un trabajo formal, pero debo seguir. Quiero ponerme un negocio para vender quintales de arroz y sustentarme. En eso pienso cada día.

Ya en libertad, también volví a sentir ese calorcito de las fiestas. En la Peni no había Navidad, menos Fin de Año. A veces se quemaba el viejo y te dejaban las puertas abiertas hasta más tardecito, tipo nueve, pero de ahí nada.

Quienes sí organizaban sus fiestas eran los comandantes, las mafias. La gente que no formaba parte de ninguna banda, humildes, así, como yo, pasábamos en nuestras celdas, como si fuera un día normal.

El 24 me fui a la casa de mi tío, me invitaron a cenar allá. Había mucho hornado y comida rica. Era un momento que yo no lo creía. Yo me decía: ‘otra vez aquí’, después de cinco años.

Me sentí raro. Ya tenía una vida en la que me acostumbré a estar solo. Me daban ganas de llorar a veces por todo el tiempo que falté en esa mesa.

Pero a la vez con tanta suerte de que ellos nunca dejaron de apoyarme.

Cuando caí preso, escuché que decían que la cárcel era un cementerio de vivos. Con el paso del tiempo entendí por qué. Hay muchas personas a quienes nunca visitan. Las dejan botadas ahí. Las olvidan porque no las ven. Y estás vivo, pero completamente solo. Entonces, te acostumbras y haces tu vida en la cárcel o sales, y vuelves a hacer algo para caer de nuevo.

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Hay muchas otras personas que cogen rencor y están siempre enojadas. Tienen mucho dolor y creo que los hace mucho más agresivos. Y los comprendo, la vida aquí, en las calles, no está fácil, no hay oportunidades, nadie te da una mano. 

Hay otras que ya se unieron a las mafias y prefieren quedarse allí adentro, porque hacen más dinero ahí. El problema es que cuando te metes a eso, ya sea en libertad o en celda, solo tienes dos caminos: la muerte o la cárcel. Y yo quiero vivir.

Ahora Guayaquil está más caliente. Les digo la verdad, cuando yo salgo a la calle y veo a dos personas en moto yo me escondo. Uno ve tantas cosas en la ciudad, el sicariato ha crecido tanto. Hoy en día la gente opta por vender droga. Pero es que siempre que alguien tiene riqueza, otro la quiere. Por eso hay las masacres, por eso son las muertes, la “limpieza”, para que otro tome la posición. 

Yo hasta ahora no he salido al centro de la ciudad. Pronto lo haré, pero mientras, sigo en mi barrio, con la gente que me conoce y que de a poco ya se dio cuenta de que era yo. 

La verdad es que yo no tengo problema en contarles mi historia. No la voy ventilando por ahí. Si me preguntan, lo cuento, sino, pues simplemente no lo hago. Es un barrio caliente, peligroso, pero es en el que nací y en el que crecí también con la bulla y la música. 

Radio

Ahora estoy volviendo a entrenar mi oído, después de tanto vallenato, jaja. Escucho de nuevo mi salsita Mi Libertad, el “quiero cantar de nuevo y caminar, y a mis amigos buenos visitar, pidiendo otra oportunidad…”

También disfruto del cielo, de nuevo, qué bonito es. Miren, el 31 de diciembre, mi familia se fue al campo. Mi papá está muy enfermo y pasa más allá para estar lejos del ruido que lo aturde. Por eso, todos se fueron a pasar el fin de año con él. Como yo no puedo viajar, me quedé en la casa. Pero no estuve solo.

Cuando salí de la Peni, la mamá de un amigo, con quien viví un tiempo, me dijo que vaya a comer con ellos. Me tiene harto cariño. Entonces, acepté y fui. Ella hizo una lasaña, un postre con pasas…¡uf!

Casi no avancé a comer, porque estaba emocionado por otra cosa: quemar el viejo. Lo hicimos y con él, mandé todos esos cinco años que de alguna forma perdí en la cárcel. Y vi los fuegos pirotécnicos, esas luces, los juegos. Veía la noche y sentí tanta felicidad. Fue uno de los momentos más lindos de mi vida.

Ahora veo a mi mami tranquila, feliz. Ya no vive con esa preocupación de que algo me pase. Desde mi celda, yo intentaba que ella no se alarme, pero era imposible. 

La cárcel es un lugar que no le deseo a nadie. Estás atado de pies y manos, pierdes todos tus derechos porque ahí no importas. Si reclamas, no pasa nada. Las mafias mandan ahí. Puedes llorar, patalear, pero a nadie le importa. 

Ahora, mi mami quiere que pase solo en la casa, pero intento explicarle que pasé encerrado cinco años. Necesito salir y ser feliz. Siento que me lo merezco también.

El 27 de febrero voy a cumplir 32 años y lo único que quiero es seguir con vida, que Dios me apoye para ayudar a mis viejitos por el tiempo que los vaya a tener. No son eternos, algún día se me van a ir. Si algo aprendí en la Peni, es que la muerte es lo único seguro que tenemos.

Yo quiero tanto a mi mamá. Pero solo quiero darle alegrías ahora. A mi viejito: yo solo quiero que siga luchando por su vida, porque sé que está enfermo. No quiero que Dios me lo quite pronto, sino seguirnos apoyando el uno al otro, como siempre lo hemos hecho.

 Si soy sincero, yo sí salí con un poco de remordimiento. Pero estoy aquí y eso es lo que importa. 

Entre tanta muerte, tantas personas asesinadas, estoy. Y ahora que salí, yo sí quiero decir que los presos necesitan apoyo. En la Peni no hay ni uniformes, cada quien ve lo que usa. No hay comida. Vean: por lo menos una comidita buena de Fin de Año. Las autoridades dicen que nos ayudan, eso es mentira. No les quiten las visitas, peor cuando hay guerra. La felicidad del preso es la visita, ver a nuestras familias nos mantiene vivos.

Acepté contar mi historia porque quiero que sepan lo que enfrentamos los presos y nuestro deseo por reconstruir nuestra vida. Pero también porque hay algo que quiero decirles a mis compañeros, a mis amigos que aún están en sus celdas.

Nada es eterno en la vida y la cárcel también termina. Cuando estuve preso, me dijeron que podía estar libre en tres años. Estuve casi cinco completos, pero salí libre. Yo les digo: la libertad va a llegar algún día. Estén tranquilos, tengan esperanza.

¡Luchen, porque la vida sigue y la fecha llega!

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Freddy Salas
Soy sobreviviente de cuatro masacres carcelarias en la Penitenciaría del Litoral. Ahora, intento reconstruir mi vida en Guayaquil.