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Si escuchas una entrevista con Elon Musk, es casi sin lugar a duda que van a mencionar el metaverso y tal vez postular que es el futuro de la humanidad. Facebook recientemente cambió su nombre a Meta, en anticipación de crear su propio metaverso. ¿Pero qué es? 

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El metaverso se refiere a un mundo digital virtual en que viviremos cada vez más, y tiene varias manifestaciones. Por ejemplo, recientemente Facebook lanzó una nueva aplicación de realidad virtual. En lugar de estar en Zoom, uno se pone sus binoculares de realidad virtual (ahora los Oculus Quest 2 cuestan entre 200 y 300 dólares) e inmediatamente está en una sala con los avatares de sus compañeros. 

Todos quienes trabajamos remotamente tendremos una experiencia nueva del trabajo. Capaz compramos un NFT para que sea nuestro Avatar, y con el tiempo nuestra identidad de nacimiento será menos importante que nuestra identidad virtual. 

Y cuando trabajemos en el metaverso, ¿por qué usar nuestra identidad real? Los programadores el día de hoy, por ejemplo, suelen tener un perfíl en GitHub, una plataforma de creación de software. Los programadores pueden invitar a otra gente a revisar la calidad de trabajos previos que han hecho, haciendo obsoleto el título universitario y la hoja de vida. Si puedo autenticar la calidad de mis trabajos y si me pagan en criptomonedas a mi billetera anónima, ¿qué importa quién soy y donde estoy basado? 

Luego hay videojuegos, como el que mencioné antes, Axie Infinity. Axie Infinity tiene un componente que se llama “jugar para ganar (play to earn)”. En él, un jugador debería acumular puntos que luego puede intercambiar por cosas en el videojuego. 

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Como mucha gente no tiene tiempo para jugar, prefieren comprar los puntos de los demás. Cuando existen estas condiciones, el videojuego genera su propia economía. En el mundo de antes, el valor generado por la economía de un videojuego se quedaba en la empresa que inventó el juego (como Fortnite, por ejemplo). 

En cambio, los juegos del mundo cripto, el valor puede ser compartido por los jugadores. Me explico. En Axie Infinity, los puntos se acumulan por jugar y hay otros jugadores dispuestos a pagar por aquellos puntos. 

Durante la pandemia, un pueblo entero en las islas Filipinas aprendió a jugar. Gente desempleada ahora gana entre 800 y 1200 dólares al mes jugando y vendiendo el fruto de su trabajo a otros jugadores. Aún siendo un juego relativamente nuevo, Axie Infinity paga más de 1 millón cada semana a sus jugadores. Los jugadores son pagados en la criptomoneda del juego, que luego pueden cambiar por pesos, su moneda local. 

No es sólo las islas Filipinas que ha encontrado la manera de ganar jugando videojuegos: en Venezuela, Axie Infinity también tiene jugadores que ahora se dedican a jugar a tiempo completo. Axie Infinity es un juego nacido del blockchain, pero vienen otros con la promesa de generar economías digitales. 

Ahí encontramos la promesa del metaverso: en otros artículos en GK (cómo éste), he argumentado que tratar de solucionar la pobreza con la economía local es volar un avión con un sólo motor: por ende, hace falta una renta básica universal. 

Cuando gente de bajos recursos pueden crear valor jugando videojuegos y terminan ganando bien, la economía mundial se ve distinta. Algunos cuestionarán cuán grande llegará a ser el metaverso, y la verdad es que no sabemos. 

Lo que sabemos es que si ya trabajamos en el metaverso, y ya jugamos en el metaverso, ¿por qué no vivir en el metaverso? Es fácil imaginar que, de la misma manera que cada humano tiene un perfil de Facebook, podríamos tener una casa en el metaverso. 

Pagamos para tener activos que reflejan nuestra personalidad, nuestros intereses, y nuestro estatus, pues el impulso de status es el motor de la economía que tenemos en el mundo real. Es por querer mostrar status que hay una industria de moda, que existen diferentes modelos de autos, que hay plusvalía distinta dependiendo de dónde uno vive. Y ¿qué lugar mejor para colocar el arte NFT que en nuestra casa virtual? 

Axie Infinity es único en el mundo porque dentro del juego hay una criptomoneda que puede ser cambiada por monedas locales, y a la vez el videojuego tiene una criptomoneda propia que refleja su valor y representa su gobernanza. En otras palabras, la gente que juega el videojuego puede adueñarse del videojuego, usando su posesión de las monedas de gobernanza para votar y expresar su opinión sobre su desarrollo. 

En su libro Homo Deus, el filósofo e historiador Yuval Noah Harari anticipa que en el futuro, la gente gastará su tiempo en el metaverso, jugando videojuegos, ganando puntos, y moviéndose entre un mundo y otros. Según Harari, ya hemos vivido así, sólo lo llamábamos otra cosa: la religión. Como dice él, “en judaísmo y catolicismo, tú inventas las reglas que no existen en ninguna parte salvo en tu imaginación. Pasas tu vida tratando de ganar puntos y evitar todas las cosas que te quitan puntos. Luego, cuando llegas al momento de morir, si tienes puntos suficientes pasas al próximo nivel, el cielo. Miles de millones de personas han encontrado el significado de sus vidas jugando estos juegos.” 

No solo son los puntos: Harari es isrealita, y la ciudad de Jerusalem contiene edificios que son sagrados para las judíos, cristianos, y también para los musulmanes. Si uno no es religioso, pasa por Jerusalén y ve edificios. Si se es una persona religiosa, no ve edificios, sino templos sagrados: es decir, la realidad del creyente ya es una realidad aumentada, como Pokemon Go. En otras palabras, según Harari, muchos ya han estado viviendo en un metaverso que se llama religión. Con el metaverso del futuro, la experiencia será menos subjetiva y más objetiva. ¿será un metaverso creado por Mark Zuckerberg, o un metaverso integrado con diferentes tecnologías de cripto? Aún es temprano para saber: lo cierto es que tiene la posibilidad de un gran encuentro entre la realidad y la ciencia ficción, con todo su lado de promesa y su lado negativo aún no previsto por revelarse.

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Matthew Carpenter-Arévalo
(Canadá, 1981) Ecuatoriano-canadiense. Escribe sobre tecnología, política, cultura y urbanismo.

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