La otra noche mientras preparaba mi cena puse Mrs. America, una miniserie que cuenta la historia del movimiento, en los años 70, para ratificar la Enmienda de Igualdad de Derechos en Estados Unidos, liderado por feministas como Gloria Steinem y Betty Friedan. El movimiento buscaba que las leyes sobre divorcio, trabajo, propiedad, entre otras, no hicieran distinciones entre hombres y mujeres sino que se aplicaran de igual forma para todas y todos. No solo dejé quemar mi cena porque vi todos los capítulos de corrido, si no que perdí el hambre al ver la representación de la mujer “perfecta” en esa época y cómo se la situaba, constantemente, dentro de la cocina. 

Pensar en la cocina como un espacio naturalmente femenino está tan mal como las ensaladas en gelatina de aquella época. Y si bien es una idea que tiene menos peso hoy,  todavía suele repetirse con frecuencia. Pero la cocina no tiene género: es un lugar al que todos deberíamos tener la libertad de entrar y salir cuando nos plazca, porque se trata justamente de eso, de hacerlo con gusto y no por obligación.

No querer cocinar está bien. Peg Bracken, fue una de las primeras mujeres en decirlo en su libro The I hate to cook book en el que, explicaba con sátira cómo cocinar a mujeres que querían hacer sus “tareas obligadas” lo más rápido posible para poder hacer lo que realmente les gustase:

— Si alguna vez necesitas galletas para niños y no tienes ganas de hacer ninguna, puedes esparcir azúcar de repostería humedecida con crema y vainilla entre galletas saltinas, escribía Bracken a sus lectoras, explicándoles que no tiene nada de malo preferir leer que cocinar.

Las cocinas también son un espacio de revolución. Un grupo de madres trabajadoras en New Jersey en los años 70 peleó con la escuela de su comunidad para que ésta aceptara que sus hijos llevaran el almuerzo en lugar de volver a casa al mediodía, donde generalmente se esperaba que mamá se quedara a esperarlos con el almuerzo listo. Veinte mujeres empezaron algo que más tarde trajo almuerzos subsidiados por el Estado para los niños y libertades para las madres. 

Los avances en derechos humanos parecen cocinarse en olla lenta, pero eventualmente dan resultados y los hemos visto en toda la historia. Desde luego, que quede claro: cocinar no es incongruente con el feminismo. Al contrario, contribuye a tejer lazos de sororidad, y cocinar entre mujeres es profundamente enriquecedor y difunde el conocimiento generacional. Pero sobre todo desde la cocina se puede preparar un nuevo paradigma que sea una celebración de la igualdad por la que luchamos desde hace décadas —y hacia la que, poco a poco, damos pasos importantes que quedan marcados en el calendario de la Historia (sí, con mayúscula). 

¡Buen provecho!

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Crème brûlée de matcha

receta crème brûlée de matcha

Ingredientes:
2 tazas de crema de leche
1 cucharadita de extracto de vainilla
1 cucharada de polvo de matcha
⅛ de cucharadita de sal
5 yemas de huevo
½ taza de azúcar blanca

4 PORCIONES / 1 HORA

Calienta el horno a 325 grados. En una olla, mezcla la crema, la vainilla, la sal y el polvo de matcha y cocina a fuego lento hasta que esté caliente. Cuando esté todo bien mezclado, apaga el fuego y deja reposar por unos 10 minutos.

En un bol, bate las yemas y el azúcar hasta obtener una mezcla liviana. Agrega aproximadamente una cuarta parte de la crema a esta mezcla y sigue batiendo. Incorpora el resto de la crema hasta que todo esté homogéneo.

Vierte la mezcla en cuatro moldes pequeños y redondos y colócalos en una fuente para hornear; llena la fuente con agua hirviendo hasta la mitad de los lados de los moldes. Hornea durante 30 a 40 minutos, o hasta que el centro esté firme.Déjalos enfriar completamente y mételos al refrigerador por mínimo 3 horas y máximo 2 días.

Cuando los vayas a servir, cubre cada molde de crema con una cucharadita de azúcar en una capa delgada. Coloca los moldes en un horno cerca de la fuente de calor. Enciende el horno y deja cocinar, aproximadamente por 5 minutos, hasta que el azúcar de la superficie se derrita y se dore o incluso se ennegrezca un poco. Sirve después de dos horas cuando ya no esté caliente.