Todo el encanto de mudarme al norte de México, además de los tacos y micheladas que iba a tener siempre cerca, era que la ciudad me prometía calor todo el año. “Hay sol y temperaturas de playa, güey”, decían mis amigos mexicanos. Así que les hice caso y empaqué mis cuatro vestidos veraniegos, dos pares de sandalias y —muy segura de mis decisiones— viajé ligera.

Dos semanas después de haber llegado, la nevada más grande desde hacía 20 años me caía en las narices, congelándome toda. Claro que corrí a comprarme un abrigo, varias capas de ropa, cobijas y hasta un calefactor de la prehistoria que conseguí para volver habitable mi cuarto (aunque solo sirvió para chamuscar varios pares de medias), pero nada parecía suficiente para calentarme. Verán: aunque soy de la Sierra, siempre le he huído a las temperaturas frías porque mi cuerpo y alma no las soportan.

En uno de esos días del clima de playa (que resultó ser de playa nórdica), sintiendo apenas los dedos de mis manos y pies, entré a un restaurante que prometía comida rica, sin pretensiones y confortable. “Como hecho en casa”, decía su eslogan en un letrero rojo. Entré arrastrándome y con la última gota de energía que me quedaba ordené lo primero que vi en el menú: una sopa de cebollas. Apenas llegó a mí el platito humeante, redondo y repleto de queso derretido, le di un sorbo y sentí que recuperé diez grados en una sola cucharada.

La sopa de cebolla, dicen los expertos soperos, es una receta francesa antiquísima que en sus inicios era famosa entre los trabajadores y bohemios que deambulaban en las madrugadas por París. En busca de algo caliente, los restaurantes y las tabernas de la ciudad ofrecían el humilde plato elaborado con ingredientes sencillos. Años después, conquistó los corazones de más franceses y se hizo popular en todo el país.

Alcen la mano los que, como yo, están congelados estas semanas de lluvias en Quito y otras ciudades de la Sierra del Ecuador. En estos días fríos he preparado esta sopa (que puede insuflar vida hasta a un iceberg) varias veces. Desde ya les digo: tendrán vapor en sus ventanas, seguramente se acabarán la botella de vino con la que sugiero enérgicamente acompañarla y, desde luego, su temperatura de cuerpo y espíritu se elevará.

¡Buen provecho!

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Sopa de cebollas

receta sopa de cebollas

Ingredientes:
3 cucharadas de mantequilla sin sal
3 a 4 cebollas peladas y en rodajas finas
¾ cucharadita de sal
8 tazas de caldo de res o vegetales
1 taza de vino blanco seco
1 cucharada de jerez (opcional si no lo tienes)
1 cucharada de harina
½ cucharadita de pimienta negra
Pan francés cortado en rebanadas
1 ½ tazas de queso gruyere o maduro, rallado

4 PORCIONES / 1 HORA 20 MINUTOS 

En una olla derrite la mantequilla a fuego medio. Echa las cebollas y la sal, revuelve y cubre con la tapa, deja que las cebollas se ablanden —tomará unos 5 minutos o hasta que se vean más suaves. Retira la tapa y deja que las cebollas se caramelicen hasta que estén doradas, a fuego medio, revolviendo ocasionalmente. El proceso de caramelización puede tardar entre 45 y 60 minutos. Mientras tanto, calienta el caldo en otra olla a fuego lento.

Una vez que las cebollas estén caramelizadas, échales el vino y el jerez, y deja que la mezcla hierva (cuando salgan burbujas uniformes). Agrega la harina y deja espesar durante uno o dos minutos.

Agrega lentamente el caldo y la pimienta a la mezcla de cebolla y deja hervir sin tapar durante 10 minutos. Echa más sal y pimienta al gusto.

Pon las rebanadas de pan en un sartén hasta que estén tostadas. Esto hará que no pierdan del todo su textura crocante cuando se mezclen con el líquido de la sopa.

Calienta el horno a 180° y coloca las cazuelas para la sopa en una bandeja para hornear. Sirve la sopa en las cazuelas y cubre la parte superior con las rebanadas de pan.

Echa generosamente queso a cada cazuela. Hornea durante uno o dos minutos, observando con atención, hasta que el queso se derrita y se dore. Sirve inmediatamente.