De una manera repentina tuvimos que salir de Venezuela. Me vine al Ecuador con mi hijo a mediados del 2018 porque vivimos persecución. Tomamos una decisión de vida. Hasta ahora no me han dado la condición de refugio porque hubo una mala redacción de mis datos y no me dieron. La persona que escuchó y escribió mi información, los hechos ocurridos, colocó lo que le pareció y el resultado fue que él consideraba que el gobierno de nuestro país podía resolver el conflicto, la persecución a la que me había enfrentado. Nosotros casi perdemos la vida y tuvimos que salir, pero eso no se consideró.
Cuando aún vivía en Venezuela perdí el empleo. Yo soy administradora de profesión pero me tocó cocinar para sobrevivir y contacté a las Fuerzas Armadas y a bancos para venderles comida. En esa época también hubo la posibilidad de regalar comida una vez a la semana a los vecinos: niños, enfermos, ancianos. Eso le molestó a los Consejos Comunales y al alcalde. Hubo una persecución bastante fuerte, casi matan a mi hijo en la universidad. Luego se metieron en mi casa, no nos encontraron allí pero destrozaron todo. El hecho de trabajar con militares nos ayudó para que los metan presos quienes irrumpieron en mi casa pero como eran del Consejo Comunal, es decir grupos de ciudadanos que ejercen liderazgo en las comunidades, salieron rápido.
Cuando llegamos con mi hijo a Ecuador entramos por Tulcán. Al llegar a Tulcán pasamos todo el día allí con bastante frío, al día siguiente conseguí transporte hacia Quito y llegamos a Quitumbe.
Ese día pude llorar. Antes no lloré porque necesitaba resolver muchas cosas y no había tiempo para lágrimas. Recuerdo que cuando me subí al bus, lloré y comencé a darle gracias a Dios y todavía le estoy dando gracias. Ha sido maravilloso saber que desde que salimos de Venezuela estuvimos en sus manos y todavía estamos en sus manos. Eso ha sido grande.
Al salir de Venezuela, nuestro objetivo era directamente venir a Quito en busca de una amiga que vive acá. Mi amiga nos ayudó por unas semanas. Al inicio estuvimos vendiendo gelatinas y pasteles. Fuimos ahorrando, pagábamos la renta porque nos mudamos al norte cuando la chica ya no pudo seguir ayudándonos. Ella solo estuvo ahí para recibirnos los primeros días. Pero también tuvimos la ayuda de la iglesia Comunidad de Fe. Fue bastante duro.
Con la venta de las gelatinas estuvimos desde mayo hasta finales de noviembre de 2018. Luego comenzamos a hacer banquetes: almuerzos, comida para fiesta o reuniones familiares. Ahí comenzó todo.
En diciembre la iglesia nos regaló una estufa, una cocina de una hornilla. Alguien más me regaló una olla y nosotros compramos un cilindro de gas y comenzamos a hacer los banquetes. Son casi dos años que hemos estado cocinando en una hornilla. El emprendimiento Reina Esther nació en una hornilla.
Se llama Reina Esther por una historia de la Biblia. En el relato una mujer que era huérfana y fue adoptada por su primo que ya era anciano, luego se convirtió en reina. Un día el rey de ese pueblo castigó a su esposa y mandó a buscar una nueva reina. Esther fue llevada al castillo como la nueva reina. El significado es que era una reina valiente. Aquí hemos tenido que ser valientes y reinar, a eso vinimos, a ser productivos, a no ser una carga del país.
La base social de mi emprendimiento es proveer a los migrantes coolers con empanadas y bocaditos para sustentar a sus familias medianamente hasta que puedan encontrar trabajo. Yo no tengo ganancia, apenas un dólar por cooler y recupero la inversión. Nosotros hacemos bocaditos de sal para desayunos y meriendas: tequeños, empanadas de verde o bolones. Estamos trabajando con una fusión de sabores y saberes, tenemos alimentos con ingredientes de Venezuela y de Ecuador.
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Los migrantes venezolanos se benefician del emprendimiento porque les ofrecemos que salgan a vender los productos. Salen en una ruta con mi hijo: él les muestra la manera de venta porque aquí la clientela es diferente. Los llevamos a un punto para que ellos hagan una ruta nueva. Ellos van ganando un porcentaje mayor a medida que ponen interés y suben las ventas. Eso les ha ayudado para que salgan adelante porque la idea no es que se queden atados al cooler, la idea es que se sustenten hasta que consigan un empleo estable.
En el paro de octubre de 2019 casi nos descapitalizamos. Trabajábamos con los coolers pero no podíamos salir a vender. En la residencia que vivimos, hacíamos una sola comida y así nos alimentamos hasta que se terminó el paro. Cuando ya tuvimos capital, volvimos a darle los coolers a los migrantes. Pero luego llegó el covid.
La pandemia fue desabastecedora. La segunda semana de la pandemia nos robaron todo. Nos dejaron una banca y una mesa rotas del lugar donde solíamos guardar los equipos de trabajo, junto a otros tres vendedores. Hubo directamente xenofobia porque no querían que estuviéramos ahí. Había esa presión de ‘¿tú tienes visa?’, ‘¿qué haces aquí?’, yo les decía: sí, tengo visa, tengo permiso para trabajar. También hubo racismo.
La llave del lugar donde guardábamos la teníamos solo esos vendedores, y alguno de ellos abrió el lugar y se llevó todo porque no había forma de sacarla de otra manera. Mi hijo fue a buscar las cosas una mañana para guardarlas en la casa porque la pandemia seguía pero me llamó y me dijo ‘vente, que aquí no hay nada’. Perdimos la freidora, toldo, las pailas, el cilindro de gas, bancas, mesas.
Fue muy doloroso. Yo me metí de cabeza a la almohada y duré como dos días así. Hasta que dije: no, aquí no me puedo quedar, si pude salir de Venezuela y estamos aquí, y aquí seguimos.
Comenzamos a usar los pocos ahorros que teníamos para alimentarnos. Nosotros queremos ahorrar porque nuestra meta es estar en un local seguro para ofrecer un espacio digno, cómodo a nuestros clientes como ellos merecen. Esos ahorros se fueron acabando. En la tercera semana de pandemia comenzamos una capacitación con la OIM y la fundación de las Américas, para ser emprendedores exitosos. Ese taller sacó esa fibra que ni siquiera sabía que tenía. Fue maravilloso.
Cuando ya se pudo salir después de la cuarentena, en julio, nos pusimos en una parada de taxis ruta. Para ese entonces ya se habían acabado los ahorros y teníamos que salir. Compré todo el material para hacer las empanadas.
La OIM nos dio capital semilla para volver a comenzar. En el tiempo que el mundo estaba de cabeza, ganamos el primer lugar entre 400 personas en todo el Ecuador, ni siquiera sabía que estábamos concursando pero fue una sorpresa maravillosa. Nos dieron materia prima, maquinaria y equipos. Pudimos comprar la mitad de lo que pensábamos.
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Pero a nivel económico todavía nos falta bastante. Ahorita estamos haciendo inversión. De los coolers que les damos a los migrantes no tengo ganancia, es muy mínima, solo para reinvertir, la ganancia puede ser como un dólar pero es labor social y eso a mí me hace sentir bien. De los productos precocidos y congelados (pizzas y empanadas) me va bien porque al ciudadano de Quito le encanta. Tampoco he podido volver a ahorrar.
A las mujeres migrantes les diría que tienen que buscar la fuerza interior, que no se dejen llevar por la situación adversa, que sean resilientes, que se levanten. La mujer es muy fuerte pero a veces muy suave. Deberían buscar la fortaleza que Dios les puede dar y escuchar la pasión que tienen por dentro, que es eso que les quita el sueño y que saben que son buenas para hacerlo. No se dejen caer porque hay mucho por delante porque cuando uno sale de su país, esa adversidad tenemos que tomarla como una oportunidad para crecer en un ambiente diferente.
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