Hace poco me pasó lo que, hace algunos años, me habría desquiciado hasta el llanto incontrolable y la taquicardia: la pantalla de mi teléfono ultra inteligente se partió en dos, dejándome ultra incomunicada por varios días. 

Digo que antes tal infortunio me hubiera devastado, no sólo por el daño físico del aparato —¿otro celular que dañas, Gabriela?sino por la ansiedad de estar lejos de las notificaciones. FOMO (Fear Of Missing Out) es el término que explica esta forma de ansiedad social: una preocupación compulsiva por perderse lo que sucede en el mundo digital. 

Pero ya tengo la edad suficiente y he aprendido a poner las cosas en perspectiva. Mucho más después de todo lo que ha pasado este año, ¿verdad? Ahora dañar un teléfono puede ser un alivio.

— Lo siento, ya no tengo teléfono, no te puedo responder cuando salga de la oficina.

Más allá de alejarme de incontables absurdos, ridículos e imposibles, la desconexión del aparatito que aparenta saberlo todo ha sido, literalmente, deliciosa: me llevó a reencontrarme con mi colección de libros de cocina —Nothing Fancy, La cocina de hoy, The Modern Family Cookbook (una increíble edición de recetas de 1953) y otros títulos esperaban pacientemente en la estantería del comedor a que volviera por ellos.

Lo encantador de los libros de recetas es poder imaginarnos el tono de quien nos habla, el arte de las fotografías y diseño y la precisión y minucia de las recetas: son guías de antojos que siempre están a nuestra disposición. En mi colección de libros más antiguos es un tesoro encontrar notitas escritas a mano de sus anteriores dueños: listas de compras, recortes de recetas, dedicatorias, apuntes a mano.

Los libros de recetas son invencibles: poder sostenerlos, sentir el papel, olerlos y devorar cientos de páginas de recetas sin distracciones es una delicia irresistible. Cambiar el feed de Instagram, repleto de supuestos gurús de la comida, por un amigo confiable y eterno ha sido renovador.

Seguir una receta sacada de un libro, cocinar a fuego lento, tomarnos nuestro tiempo, volver a lo básico son todas manifestaciones del placer de desacelerar.

Esta receta toma cierto tiempo —que muchos dirán demasiado para un simple puré. Pero, hey, aprovechen para, en ese tiempo, sacar un libro y leer un rato —o simplemente dejar pasar el tiempo. 

¡Buen provecho!

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Puré de zapallo al horno

puré de zapallo al horno

Ingredientes:
¼ de zapallo
½ cucharada de sal en grano
1 cucharada de aceite de oliva 
½ cucharita de mantequilla
Una pizca de pimienta 
Una pizca de paprika

3 PORCIONES / 40 MINUTOS 

Corta el zapallo en cubos pequeños. Saca toda su corteza y, también, la parte más interna dónde están las semillas. Pon los cubitos en papel de aluminio y rocíales el aceite de oliva, la sal gruesa y la pizca de pimienta.

Precalienta el horno a 235 grados. Cubre bien los zapallos con papel aluminio y mételos en una bandeja en el horno durante 30 minutos. Sácalos con cuidado, algunas partes deben estar entre doradas y a punto (exactamente a punto) de cruzar de dorado a quemadito.

En un recipiente aparte, echa la mantequilla sobre los zapallos cuando estén calientes aún y mientras se derrite la mantequilla, aplástalos con un tenedor amablemente hasta que la masita que se va formando adquiera la contextura propia de un puré.

Sirve en un plato alegre y espolvorea paprika.