Fui sola al cine a ver Coco. Afuera había empezado a nevar y mis posibilidades de descubrir una nueva ciudad se reducían a dar vueltas en un centro comercial a medio construir. Eran las diez de la mañana y me instalé en una sala casi vacía con una bolsita de canguil sin saber lo que me esperaba: una hora de llanto ininterrumpido, sentada al lado de dos viejitos que también lloraban, desconsolados, agarrados de las manos. 

— Qué triste historia, ¿verdad, señorita? me dijo la señora mientras se sonaba la nariz.

Pero la tristeza que yo sentía no era ninguna ficción: era el día de muertos y estaba en una ciudad desconocida, bajo cero, lejos de mi familia, sintiéndome como una verdadera extraña. ¿Han tenido alguna vez la sensación de estar en un lugar en el que no solo no encajan, sino que no logran imaginar cómo lo harían? 

Cuando lograba estar un poco mejor, llegaban a mi teléfono fotos de mi abuela preparando colada morada, a miles de kilómetros de distancia, rodeada de todos sus nietos, menos de una, la que más disfrutaba estar con ella en la cocina: yo.

Si mi abuela pudiera tener un perfume, olería a colada morada. Ese olor dulcito de hierba luisa y cedrón, pero también de fresas, moras y piña es como el de su cabello cuando la abrazo. La colada morada es mi abuela y por eso, para mí, es mucho más que una tacita caliente de una bebida rica que se toma todos los años en la misma época.

Por eso también lloraba aquel 2 de noviembre en esa sala de cine desolada junto a un par de viejitos cautivados por una película animada. 

Mi abuela me enseñó que el mortiño es un fruto magnífico que crece silvestre en los páramos. “Si lo domesticas, muere: es indomable”, repite siempre. Cuando yo era niña, ella me enseñaba a hacer sombreritos para los muñecos con ishpingos, la canela amazónica con forma de gorrito para el frío. Todas mis Barbies quedaban dulcemente perfumadas.

Este año no he visto a mi abuela más que por su ventana. Sé que es un acto responsable en estos tiempos, pero no puedo evitar la tristeza que me produce: solo me provoca correr a abrazarla. Esta receta de colada morada es para sentirme un poquito más cerca de ella.

En estos días de difuntos, recuerden con amor a los que no están y celebren a los que están con vida.

¡Buen provecho!

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Colada morada

colada morada

Ingredientes:
1 taza de harina de maíz morado o maíz negro
2 tazas de jugo de naranjilla
2 tazas de mora
2 tazas de mortiños
2 tazas de fresas cortadas
Cáscara de piña
2 tazas de piña picada
1 ishpingo
4 clavos de olor
5 granos de pimienta dulce
1 anís estrellado
2 tazas de panela o azúcar morena (o al gusto)
Un puñado de hojas de hierba luisa
Un puñado de hojas de cedrón
Un puñado de hojas de arrayán
Hojas de naranja
12 tazas de agua (o al gusto)

10 porciones / 2 horas aproximadamente

Echa los pedazos de la cáscara de piña, la canela, el clavo de olor, la pimienta dulce y la panela en una olla grande con 8 tazas de agua. Deja hervir durante 25 minutos.

Añade la hierba luisa, el cedrón y el resto de hierbas aromáticas y especias. Baja el fuego y deja cocinar durante 10 minutos. Retira del fuego y cierne la mezcla.

En una olla aparte, echa las 4 tazas de agua que quedan con los mortiños y las moras, hierve durante 20 minutos. Retira del fuego, deja enfriar. Licúa la mezcla y ciérnela.

Mezcla la taza de harina con una taza del agua de especias y piña que recién herviste, hasta que se diluya.  A la otra mezcla, la de mortiños, agrega el jugo de naranjilla, el resto el agua de especias y la taza de harina diluida. 

Cocina a fuego medio, revolviendo constantemente para evitar que se pegue, y déjalo hasta que hierva. Agrega los cubitos de piña y cocina a fuego lento durante 10 minutos.

Retira del fuego y echa las rodajas de fresas y las frutas adicionales que quieras. Sirve caliente o fría.