Cuando comenzó la cuarentena, Charles Dávila, gerente de Hilacril S.A —una empresa mediana fundada hace más de 50 años— sabía que la situación era difícil, pero no esperaba que dos meses después tendría que despedir al 40% de su personal. El coronavirus obligó al mundo a frenar en seco como nunca antes y ese frenazo se ha sentido mucho peor en las empresas medianas y pequeñas —aquellas que facturan entre 100 mil y 5 millones de dólares anuales. 

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Hilacril, dedicada a fabricar ropa tejida, suspendió todas sus actividades productivas y se enfocó en diseñar un plan de recuperación económica. En nuestro país, el covid-19 provocó una paralización que según el Observatorio de la Pequeña y Mediana Empresa de la Universidad Andina, le costó al país 900 dólares por cada ecuatoriano. El Colegio de Economistas de Pichincha estima que, bajo las condiciones actuales, el 50% de las empresas de todo el país están en riesgo de quebrar. Las más afectadas, dice Víctor Hugo Albán, su vicepresidente, serán las pequeñas y medianas empresas —como Hilacril—. Las pymes, como se las conoce, junto a las micro empresas —que facturan menos de 100 mil dólares— representan el 99% de todos los negocios en el país. 

Ecuador, con su limitado espacio fiscal y ahorros, era un paciente de alto riesgo para el covid-19.  En términos económicos, el país tenía las defensas bajas y la pandemia lo puso en cuidados intensivos. Para las empresas, la situación se agravó desde el año pasado. Charles Dávila dice que el sector textil sufría desde el paro nacional en octubre de 2019. “Fueron pocos días, apenas 12, pero fue un remezón impresionante para la industria”, dice Dávila y agrega que duró hasta diciembre, una época usualmente lucrativa. Dávila cuenta que en enero y febrero las ventas se recuperaron y fueron similares a las del mismo periodo en 2019. “Pensamos que salíamos del problema”, dice. Pero muy pronto llegó la pandemia. El impacto fue más alto del que pudieron anticipar. 

La emergencia sanitaria lleva más de tres meses y durará al menos hasta mediados de agosto. El economista Wilson Araque, vicerrector de la Universidad Andina y director del Observatorio de la Pequeña y Mediana Empresa, dice que los últimos 100 días se pueden separar en dos momentos.  

El primero es el inicio de la cuarentena, en el que la actividad de las empresas no esenciales —las que no daban servicios de salud, comida o servicios básicos— se detuvo. Inmediatamente, dice Araque, la falta de ventas redujo los ingresos de las empresas. “Las empresas se quedaron sin oxígeno, es decir sin liquidez, para poder cubrir sus obligaciones”, dice. No todas tuvieron el músculo para aguantar la congelación de la economía y llegar hasta los días en que las medidas de confinamiento se relajaron y pudieron retomar sus negocios. Pero salvarse de morir ahogadas era una primera prueba. 

Ese grupo de sobrevivientes, en el segundo momento, pronto se encontró con el reto de adaptarse a la nueva normalidad y su necesaria exigencia: incrementar las medidas y protecciones de bioseguridad para cuidar a sus empleados y clientes, atender con aforo limitado para mantener el distanciamiento físico, desinfectar constantemente los productos y espacios, hacer pruebas a sus empleados, priorizar el comercio en línea y otras disposiciones para reducir la propagación del covid-19. Los consumidores también han cambiado. El economista Albán dice que la reducción de ingresos se traducirá a la priorización de gastos y a distintos patrones de consumo para ciertos bienes o servicios. 

Cuando pudieron abrir los negocios textiles, casi 80 días después de que un 80% de ellos estén paralizados, las ventas no eran las mismas. Se habían reducido en un 50%, dice Dávila, por eso tuvo que prescindir del 40% de sus empleados. El golpe fue tan duro porque se perdió la producción del día de la madre y del padre, épocas importantes para los negocios. El gerente de Hilacril S.A dice que todavía están buscando cómo enfrentar la crisis y sobrevivir al impacto económico de la pandemia. 

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Otros países, con economías más sanas y sólidas, sobrevivirán a la crisis con mayor facilidad. Esos Estados, dice Araque, tienen el “músculo económico” para inyectarle más dinero a la economía y reactivar a las empresas. Alemania planea invertir más de 825 mil millones de dólares para reactivar la economía. “Acá, con los escasos recursos, algo está haciendo el Estado”, dice. El gobierno y algunas entidades bancarias públicas y privadas están ofreciendo opciones de refinanciamiento de deudas y nuevos créditos para las pymes. 

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En la realidad, acceder a esas oportunidades, no ha resultado tan sencillo para muchas empresas. Dávila ha descartado aplicar a Reactivate Ecuador, el programa gubernamental que tiene 500 millones de dólares en créditos para micro, pequeños y medianos empresarios. El presidente Lenín Moreno dijo que las compañías que logren acuerdos con sus empleados —como modificación de la jornada o reducción de sueldos —tendrán prioridad para acceder al programa. Dávila no pudo llegar a esos acuerdos y tuvo que prescindir de casi la mitad de sus trabajadores, así que Hilacril ya no es elegible para esas condiciones preferenciales. 

Con o sin acuerdos, la situación actual, advierte Araque, podría generar un círculo vicioso. Cuando alguien pierde su empleo ya no consume porque no tiene ingresos, si ya no consume las empresas no venden y tendrán que seguir reduciendo el personal. Por eso, dice el experto, es importante que desde el Estado se inyecte dinero para —de alguna forma— reactivar la economía del país.

Priorizar el consumo de productos hechos en Ecuador es un paso en la dirección correcta para reactivar la economía del país. La Asociación de Industriales Textiles del Ecuador está organizando una campaña para incentivar el consumo local. La Asociación espera motivar a los consumidores a escoger productos nacionales, a los empresarios para generar opciones de calidad a un precio justo y al gobierno invertir en sus empresarios. Charles Dávila coincide en que es la mejor forma de hacer que el país salga adelante. “Si protegemos a la industria ecuatoriana, estamos velando por la seguridad de los trabajadores y también la de sus familias”, dice Dávila. Es una forma de ayudar colectivamente a que el país salga adelante. 

Hilacril S.A espera recuperar su espacio en el mercado ecuatoriano y fortalecer sus canales de exportación en los próximos meses. Si lo logran, dice su gerente, podrán cumplir con su objetivo principal: reincorporar a los trabajadores que tuvieron que dejar ir por la falta de producción durante los días más difíciles de la pandemia. 

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Tal vez todavía no estábamos listos, pero la crisis del covid-19 aceleró la transformación digital de las empresas de Ecuador y del mundo. Fernando Rivera, emprendedor y ejecutivo tecnológico, dice que mientras algunas empresas se enfocaron en reducir sus gastos al máximo, otras decidieron apostarle a “transformar sus modelos de negocios y salir fortalecidas”. El uso de la tecnología para las ventas, el contacto con los proveedores y hasta los trámites con entidades financieras no es solo necesario, es obligatorio.


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Encontrar la solución correcta para la realidad de cada empresa, puede tomar tiempo. Rivera dice que algunas empresas recurren a consultoras internacionales, proveedores locales y otras a laboratorios de innovación, aunque en el mercado ecuatoriano esas opciones suelen ser limitadas. La inversión tecnológica no incluye solo equipos nuevos, también debe satisfacer nuevas necesidades del consumidor: catálogos digitales, entregas a tiempo, seguridad en los pagos y garantizar una buena experiencia de compra al cliente. A medida que las restricciones se levantan, es el momento para innovar e invertir en la transformación digital. 

Una opción para adaptarse a las nuevas necesidades tecnológicas es juntar fuerzas. Soy Lugo es un ejemplo: es una plataforma para que las pequeñas y micro empresas lideradas por mujeres vendan sus productos. Natali Arias, su gerente comercial, dice que buscan contribuir a la digitalización de los negocios, facilitar las ventas online, dar acceso a botones de pago y coordinar la entrega al cliente con todas las medidas sin desatender las normas de bioseguridad. 

Soy Lugo soluciona, también, un problema que antes podría haber pasado desapercibido: muchas mujeres tienen miedo de hacer sus propias entregas por miedo a estafas, violencia y otros riesgos que enfrentan por su género. Este tipo de soluciones digitales y de cierta forma gremiales podrían servir a muchas pequeñas y medianas empresas.

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La flexibilidad será una virtud muy valorada en la nueva normalidad, especialmente para las pymes. En las empresas más grandes, dice Rivera, los cambios toman más tiempo. Mientras que las pequeñas y medianas pueden reorganizar sus sistemas de producción con mayor facilidad.  

Para sobrevivir a la emergencia por el covid-19, algunas empresas —las que pudieron— modificaron sus actividades para adaptarse a nuevas necesidades. Las textiles, por ejemplo, se dedicaron a hacer mascarillas o trajes de bioseguridad. Javier Díaz, presidente ejecutivo de la Asociación de Industriales Textiles del Ecuador, dice que entre enero y abril el sector trabajó en un 20% de su capacidad haciendo equipo de protección. 

Hilacril, al producir tejidos, no pudo modificar sus actividades y tuvo que detenerlas por más de dos meses. Esa para causó la pérdida de casi el 50% en los ingresos de las empresas textiles en el primer semestre de 2020 en comparación con el mismo periodo en los dos años anteriores.

Otro paso fundamental para las pymes es reaccionar rápido ante la nueva normalidad. Santiago Rodríguez, accionista de una franquicia de bares en Quito, dice que él y sus socios decidieron hacer un plan a futuro para la empresa porque “sabíamos que no podríamos abrir por un largo tiempo”. El plan consiste en hacer entregas a domicilio de cocteles, shots de cocteles y comida. Gracias a la rápida adaptación —y su fondo para emergencias— la franquicia pudo financiar los cambios sin despedir a ninguno de sus empleados, solo reubicarlos. 

Al hacer delivery ya no necesitaban a los guardias, así que el personal de seguridad que tenía motos se transformó en repartidor. “Todo se reformuló”, dice Rodríguez, otras personas pasaron del bar a la cocina o a limpieza. Desde junio su bar reabrió como restaurante, tienen la licencia para hacerlo, con la capacidad reducida y estrictos protocolos de sanidad. Seguirán haciéndolo hasta nuevo aviso. 

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Otros sectores, los menos flexibles, no pudieron adaptar sus actividades y el impacto en las empresas fue alto. Como las empresas del sector turístico. Diego Utreras, director ejecutivo de la Federación Hotelera del Ecuador, dice que la ocupación promedio de las habitaciones de hoteles durante los primeros meses de la pandemia fue entre el 1 y el 3%, reduciendo en un 97,7% los ingresos mensuales de las empresas.

La realidad es que para muchas pymes ecuatorianas cambiar de la noche a la mañana su modelo de negocio, tener recursos suficientes para adaptarse a la nueva normalidad o invertir en la transformación digital, será imposible.