El costo humano y social de la pandemia del covid-19 es incalculable, pero el económico ya tiene un valor y es cada vez más alto. El Fondo Monetario Internacional (FMI) dice que el Producto Interno Bruto (PIB) del mundo caerá en un 3%. Mucho más que durante la crisis de 2008. En Ecuador, la situación podría ser incluso más grave. El Fondo estima una caída del 6,3%. Otras instituciones, incluyendo al Banco Central del Ecuador, creen que la caída podría llegar al 10%. Es la crisis económica más grande del país en los últimos 100 años y sus consecuencias se reflejarán en la calidad de vida de los ecuatorianos. 

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El PIB es un indicador de la salud económica de un país. Es una medición de su producción que se calcula sumando los valores de mercado de todos los bienes y servicios producidos dentro de ese territorio en un período específico, usualmente un año. “El PIB es como un pastel que sirve para determinar qué tan grandes y ricos son los países”, dice la economista Mónica Rojas, decana del Instituto de Economía de la Universidad San Francisco de Quito. A lo largo del año, se van sumando ingredientes —importaciones, inversión, gasto público, entre otros— para obtener un indicador del crecimiento de la economía. 

Cuánto creció —o decreció— ese pastel con relación al año anterior es el valor más importante. A principios de 2020, cuando el covid-19 todavía no era parte de nuestro día a día, el Banco Central pronosticó un crecimiento del 0,7% del PIB ecuatoriano en 2020. Tres meses después de empezar la cuarentena, en junio, propone un escenario sombrío: un decrecimiento del 7,3% al  9,6%. En seis meses, todo ha cambiado abismalmente. 

Un país que crece produce más bienes y servicios y demuestra que sus ciudadanos tienen el poder adquisitivo para consumirlos. Cuando decrece, evidencia un estancamiento y un retroceso en la producción. Si el decrecimiento de la actividad económica es constante, por dos trimestres o más, el país entra en recesión. Aunque los informes trimestrales del Banco Central de 2020 todavía no han sido publicados, para el economista José Eduardo Samaniego, experto en desarrollo económico y gerente general de Anefi S.A. Administradora de Fondos y Fideicomisos, es evidente que estamos en un proceso recesivo.


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Las recesiones se caracterizan por una disminución del consumo, la inversión y la producción que provocan la caída del PIB. Durante la pandemia esa capacidad de consumo se contrajo en todas las áreas. Los hogares, el Estado y las empresas redujeron sus gastos, las inversiones son mínimas y las exportaciones disminuyeron. 

El PIB está estrechamente ligado a otros indicadores económicos. La caída de la actividad económica significa un aumento del desempleo, otra cifra trimestral que no ha sido actualizada este año. Según la Federación de Cámaras de Comercio del Ecuador, en 2020 se podrían perder entre 135 mil y 500 mil empleos adecuados dependiendo de cuánto dure la recesión. Samaniego dice que el incremento del empleo informal y el subempleo son indicadores de la “grave calamidad económica y social que le ha tocado vivir al país”. Sin embargo, ante la falta de información actualizada, cree que el impacto real de la pandemia todavía no se ve reflejado en indicadores como empleo y pobreza.  

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El PIB es el valor indicador universal del estado de la economía nacional, pero tiene puntos ciegos: el total en millones de dólares o el porcentaje de crecimiento no refleja cómo se distribuye la riqueza. China, una de las economías más grandes del mundo, ha mantenido consistentemente altos índices de desigualdad, según el coeficiente de Gini —el sistema del Banco Mundial para calificar qué tan equitativo es un país. 

Es importante que el pastel siga creciendo porque es el tamaño de la economía del país, pero también debería tomarse en cuenta cómo se distribuye la riqueza entre toda la población. “Queremos que el pastel se haga más grande para repartirlo de mejor manera”, dice Rojas. Ecuador, según el coeficiente de Gini, no es un país equitativo. En 2018, el dato más reciente en la página web del Banco Mundial, obtuvo uno de los valores más altos de desigualdad de la región. Los países deben buscar el crecimiento, dice Rojas, pero es preocupante cuando se reduce esa riqueza y, además, se distribuye mal. 

El PIB tampoco toma en cuenta qué es lo que se está produciendo más. Es un indicador macro usado para saber si la producción total aumentó o no. Rojas explica que hay años en los que el valor sube porque se incrementa el precio de un commodity, como el petróleo, pero no refleja si otros sectores productivos redujeron sus ventas. 

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El panorama actual de la economía en general es muy malo, dice el economista José Eduardo Samaniego. Según las recaudaciones del Servicio de Rentas Internas (SRI) en impuestos por ventas, hay una caída promedio del 25% entre marzo y mayo de 2020 en relación al mismo periodo del año anterior. No todos los sectores pierden igual: algunos fueron más impactados por el efecto de la crisis, pero casi todos han reducido sus ventas. 

Las más afectadas, según los datos del SRI, son las actividades relacionadas al servicio doméstico de los hogares que cayeron en un 72%. Le sigue los hoteles y restaurantes con una reducción del 46% en sus ventas, la explotación de minas y petróleo con el 32% y los servicios de las administraciones públicas y la construcción con el 30%. Samaniego dice que tocamos fondo en mayo pasado, pero con el cambio de semáforo y la reactivación de algunos sectores, junio podría ser un punto de inflexión.

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Los próximos meses son críticos. “La respuesta del aparato productivo tendrá influencia en el futuro. No es solo durante la crisis, sino en los próximos años”, dice Mónica Rojas. El FMI confirmó que hay altos riesgos de que haya peores resultados. Las consecuencias en el crecimiento y la repartición del pastel a largo plazo serán agudas, especialmente para los sectores más afectados. Ante una crisis económica mundial y nacional como la actual, las políticas efectivas para fomentar el paulatino crecimiento de la producción son esenciales para prevenir la posibilidad de peores resultados. 

La recuperación será lenta. El economista Samaniego supone que en el último trimestre de 2020 las actividades económicas se irán normalizando de a poco. En un escenario que supone que la pandemia se desvanezca en la segunda mitad de 2020, el FMI proyecta que la economía global crecerá un 5,8% en 2021. El crecimiento será progresivo, a medida que la actividad económica se normalice y dependerá del apoyo de las políticas correctas. Los gobiernos, recomienda el Fondo, deben implementar medidas fiscales, monetarias y financieras sustanciales para apoyar a los hogares y las empresas afectadas a nivel nacional. Si la respuesta es efectiva, el FMI proyecta un crecimiento del 3,9% en el PIB ecuatoriano para 2021, el más alto de los últimos 5 años. 

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Es muy pronto para asegurar que el próximo año el pastel crecerá. Todavía no hay una cura o una vacuna contra el covid-19 que nos haga inmunes contra su impacto sanitario, social y económico. Por eso el FMI considera que las medidas para reducir el contagio y proteger las vidas son “una inversión importante en la salud humana y económica a largo plazo”. Estamos a un posible rebrote de la enfermedad —en Ecuador y en el mundo— de un futuro económico aún peor.