Este reportaje ser realizó con el apoyo del Pulitzer Center y de Oxfam


Elena* tiene 55 años y cáncer en su ovario derecho. Antes de que se declarara la emergencia sanitaria por el covid-19 en el Ecuador, fue operada el 12 de febrero de 2020, en el Hospital de la Sociedad de Lucha Contra el Cáncer (Solca) de Guayaquil, la ciudad donde vive con su hija Laura*. El cáncer de Elena estaba alcanzando a otros órganos, como su hígado. El 28 de febrero, su oncóloga le dijo que tenía que someterse a quimioterapia de inmediato y le ordenó hacerse unos exámenes previos para determinar el número de sesiones que necesitaría. Pero dos semanas despues, el 18 de marzo, Solca anunció que por el  “incremento incontrolable de casos de covid-19” suspendía todas las atenciones por la crisis sanitaria y solo atendería emergencias —todos los demás tratamientos, incluido el de Elena, quedaban en pausa. Desde ese momento, Laura dice que ha visto cómo la vida se le va cada día a su madre en su espera.

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El motivo de la suspensión de sus servicios era una medida compleja. Solca dijo que lo hacía para precautelar la seguridad de los pacientes. “Por la naturaleza de la enfermedad presentan un sistema inmunodeprimido (defensas bajas) y al someterse a un tratamiento como activo de quimio o radio, dificulta la defensa natural del cuerpo contra el covid-19, lo que los hace más propensos al contagio y/o a complicaciones severas por el virus”, dijo en un comunicado. Es una paradoja: dejar el tratamiento para no morir de covid-19, podría significar morir de cáncer —y viceversa.  

Los efectos del cáncer y la falta de tratamiento en Elena son cada día más graves. Su hija Laura dice que el dolor ya no la deja dormir a su madre. “Si duerme una media hora en todo el día y noche es mucho”, dice. Otras veces, Elena tiene mareos, dolores de huesos o su estómago se hincha hasta que le saca lágrimas de dolor. “A mi mami le está matando el cáncer y su angustia de no saber cuándo empezará sus quimioterapias y si llegará viva a la fecha que nos indiquen en Solca”, dice Laura, entre la impotencia y el dolor de ver a su mamá apagarse. Guido Panchana, director de Solca en Guayaquil, dice que nadie se muere “de un cáncer porque le postergue un mes del tercer ciclo de diez ciclos de quimioterapias”. Explica que no se está suspendiendo el tratamiento sino que “se lo está postergando, se lo está reagendando”. La idea, asegura, es no vulnerar a los pacientes exponiéndolos al contagio de covid-19.

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Veinticinco días después de suspender la mayoría de sus atenciones, Solca anunció un nuevo método para continuar con los tratamientos de los pacientes: la teleconsulta. La nueva modalidad sirve para “agendamiento de citas y continuidad de tratamientos” en las especialidades de cirugía oncológica, radioterapia, oncología clínica y pediatría. Para ser atendidos, los pacientes deben llamar al 1800 765 224. Un especialista les dirá cuáles son los siguientes pasos para que continúen su atención. 

Después de varias llamadas y correos pidiendo asistencia, la madre de Laura fue atendida por teleconsulta —que está funcionando desde el 13 de abril. Cuando Elena fue atendida el 27 de abril, su hija pensó que su madre iba a poder empezar con un largo camino de quimioterapias. Pero, según Laura, la consulta duró “a lo mucho tres minutos”. 

La doctora les dijo que los síntomas que tenía Elena eran de la misma enfermedad y que tenían “que tratar de empezar lo más pronto posible las quimioterapias”. Además, les dijo que tenían que llamar al laboratorio para poder agendar una cita para hacerse los exámenes previos al tratamiento y una prueba de covid-19. 

Ese mismo día, Laura llamó al laboratorio. La persona que la atendió, le dijo que no estaban habilitados los servicios de laboratorio hasta nuevo aviso. Laura les dijo que la doctora con la que había hablado hace unas horas, les había dicho que tenía que llamar allí para agendar los exámenes de su madre. Pero la respuesta fue rotunda: le dijeron que estaba confundida y que no insistiera.

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El caso de Elena no es el único. Sólo es uno de los cientos de pacientes con cáncer en el Ecuador que necesitan de sus tratamientos con urgencia para poder llevar una calidad de vida digna y —en muchos casos— para poder sobrevivir. 

Amparo Escobar recorre un calvario similar. Sus cruces son diarias en una eterna lucha por conseguir sus pastillas contra la leucemia mieloide crónica, un tipo de cáncer que se origina en células productoras de sangre de la médula ósea. Amparo vive en Ibarra, a dos horas de Quito, y para conseguir sus pastillas necesita viajar hasta la capital, al Hospital Carlos Andrade Marín del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS).

Hace poco más de dos meses que no toma su medicamento para el cáncer. La última vez que viajó a Quito en busca de sus pastillas fue el 14 de febrero de 2020 y no las recibió porque estaban agotadas. A las cuatro semanas, se declaró la emergencia sanitaria en Ecuador y la circulación se redujo al mínimo. Pero ese no es el único problema: hasta ahora tampoco ha sido atendida por un especialista, ni de manera presencial ni por telemedicina. Amparo Escobar dice que ha pedido en el hospital el número de sus médicos tratantes pero no se lo han dado. 

Buscar ayuda en su ciudad es casi imposible porque en el hospital del IESS de Ibarra “no hay ningún médico oncólogo”, explica.  “A nosotros, los pacientes oncológicos, prácticamente nos anularon”, dice Amparo Escobar con resignación. 

Los medicamentos para los pacientes que padecen leucemia les permiten controlar la enfermedad y llevar una vida  de mejor calidad. “Sin tantos estragos”, dice Escobar. “Si se interrumpe el tratamiento, la leucemia nos aumenta y hace que nuestro organismo desarrolle resistencia al medicamento”, dice por teléfono. 

Retrasar un tratamiento a pacientes oncológico podría ser devastador en muchos casos como el de Elena o el de Amparo Escobar. Natalia Valdivieso, oncóloga del Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas en Perú, explica que cuando un tratamiento contra el cáncer (quimioterapias, radioterapias u otros) se suspende “siempre existe el riesgo de que la enfermedad se pueda reactivar”. Valdivieso dice que para tratar a un paciente con cáncer durante la emergencia por coronavirus se debe analizar algunas variables. 

La principal, dice, es poner en una balanza qué es peor, “el riesgo de que el cáncer se reactive o el riesgo de que le dé covid-19”. Para Valdivieso existen varios escenarios. Uno de ellos es cuando los pacientes están en una condición muy deteriorada. Otro es saber el tipo de cáncer que tienen, si está controlado o no y también conocer si la sensibilidad al tratamiento que se le realizará es alta.

 Además de las variables médicas, se debe considerar el entorno donde vive el paciente. Muchas veces, viven solos o no tienen el soporte de su familia para poder respetar la cuarentena y sobrellevar la enfermedad. “Por eso es que uno tiene que escoger mucho a quien le va a dar quimioterapia” porque cuando va a realizarse los tratamientos “el paciente tiene que salir y ese es el problema”, dice Valdivieso. Su probabilidad de contagiarse es mayor mientras más sale. Pero también es cierto que el cáncer es una enfermedad que no espera.

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Ecuador no es el único país de la región donde los pacientes oncológicos están en riesgo por las consecuencias sociales del covid-19. En Colombia, cientos de pacientes de cáncer se quedaron sin radiofármacos fundamentales para sus terapias —como el yodo o el lutecio— o aquellos —como el tecnecio 99— que son esenciales para hacerse imágenes de diagnóstico como las gammagrafías, necesarias para el cáncer de mama o para detectar si el paciente tiene metástasis. Según el reportaje de CLIP —aliado de la colaboración periodística Centinela Covid-19—, estos medicamentos escasean porque su base son materiales radiactivos que se importan —de Estados Unidos, Canadá, Alemania, Francia, Holanda y Sudáfrica— y, en medio de las disrupciones causadas por el nuevo coronavirus al transporte mundial y a muchas cadenas de suministro, casi no llegan. 

En Perú, desde que comenzó el estado de emergencia —al igual que en el Ecuador, el 16 de marzo— se suspendieron las consultas externas en todos los establecimientos pero los pacientes oncológicos han continuado con sus quimioterapias y radioterapias. Los exámenes de prevención, detección y chequeos de control de cáncer, sin embargo, se postergaron hasta que acabe la cuarentena, según lo reporteó IDL-Reporteros, otro socio de la alianza periodística Centinela, que publicará una nota sobre el tema esta semana. Hay pacientes que necesitaban iniciar tratamiento con urgencia o someterse a una cirugía oncológica, pero les han informado, como a Elena en Ecuador, que tendrán que esperar hasta que acabe el estado de emergencia. Otro problema en el país vecino es que la mayoría de los establecimientos que tratan las enfermedades neoplásicas están en Lima, la capital. Cerca de la mitad de los pacientes oncológicos que se atienden allí llegan de otras regiones, como es también el caso de Amparo en Ecuador. Los que viven fuera de Lima no han podido viajar y han tenido que postergar sus tratamientos.

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La falta de medicamentos, la desesperación por continuar o iniciar sus tratamientos son una parte  de los problemas por los que atraviesan los pacientes oncológicos. También enfrentan una lucha diaria contra la angustia y la depresión. Todos los días, morir es una posibilidad, a veces más cerca que otras. Gustavo Dávila, director de la Fundación de Jóvenes contra el cáncer —una organización conformada por 1207 pacientes oncológicos de 2 hasta 80 años— dice que el confinamiento es mucho más duro para quienes tienen cáncer. 

El aislamiento obligatorio prolongado ha hecho que todos sintamos ansiedad, angustia e incertidumbre, pero para “quien tiene un diagnóstico de cáncer, el impacto es más fuerte”, dice Dávila. El dolor muchas veces es compartido. Laura dice que es muy duro ver a su madre Elena padeciendo por la enfermedad, sin que haya cómo darle “un alivio o una solución”.

Cuidarla en medio de la pandemia es lo más parecido a vivir dentro de una burbuja. Laura dice que lleva poco más de 49 días sin salir de su casa, donde ha extremado medidas para proteger a su madre de un posible contagio. Para lo único que sale es para comprar alimentos y lo hace cada 15 días. “Yo la veo tan mal que he llegado al punto de pedirle a Dios que mejor se la lleve porque no quiero verla sufrir de esta manera”, dice Laura.

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La situación de Amparo Escobar no es muy distinta. Hace unas semanas tuvo gripe. En otras condiciones, no hubiera sido un problema, pero a un paciente de cáncer puede traerle graves consecuencias. En su caso, no puede tomar pastillas sin las indicaciones del oncólogo, a quien no ha podido visitar desde febrero. En Ibarra ningún doctor le pudo diagnosticar porque son médicos generales. “Si ellos me recetan mal un medicamento me estarían más matando que ayudando”, dice. Lo único que pudo hacer fue esperar, una palabra que para los pacientes con cáncer no aplica.

*Elena y Laura son nombres protegidos.


logo CentinelaEste reportaje es parte de Centinela Covid-19 es un proyecto de periodismo colaborativo y transfronterizo sobre la respuesta al Covid-19 en América Latina, del Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP), Chequeado (Argentina), El Deber (Bolivia), Agência Pública (Brasil), El Espectador y La Liga contra el Silencio (Colombia), La Voz de Guanacaste (Costa Rica), Ciper (Chile), GK (Ecuador), El Faro (El Salvador), No Ficción (Guatemala), Quinto Elemento Lab (México), El Surtidor (Paraguay), IDL-Reporteros (Perú) y Univision Noticias (Estados Unidos), con el apoyo de Oxfam y el Pulitzer Center on Crisis Reporting.