Son las seis de la mañana y veo por la ventana de mi cocina cómo los autos dejan de moverse, el reloj se detiene y el aire se suspende: la quietud antes de comenzar el día dura lo que dura mi taza de café. Cuando doy el último sorbo, bien cargado y humeante, es como si un botón de ON activase el mundo de vuelta. 

El café detiene el tiempo: a media mañana es una pausa, el respiro necesario para seguir en el trabajo. “Voy por un café” es una frase salvavidas en la oficina: cuando la inspiración se va, el café la trae de regreso. Es el que extiende las largas sobremesas después de una buena comida. Es la excusa perfecta para no levantar la mesa.

—Un ratito, todavía no he terminado el café.

En mi familia, “ven a tomar café” es una forma de decir “ven  a visitarnos el  domingo por la tarde e improvisamos un pequeño banquete de panes, quesos, humitas, empanadas, muchines y lo que la imaginación familiar alcance, acompañado de café”. El café se convierte en verbo, repleto de antojos dulces y salados a la media tarde. Mi mamá, ingeniosa, dice que la palabra es en realidad un acrónimo de Cargado Amargo Fuerte y Espeso: CAFÉ.

Aprendí de mi familia a tomar café negro, fuerte y amargo en tazas grandes que se convierten en campanarios cuando las cucharas baten el azúcar al unísono.

— Suena como la hora de la misa, hombre, dice mi papá siempre riéndose cuando el estruendo de su taza llega a su fin.

El café y yo somos amigos desde los cinco años. Nuestra amistad se mantuvo firme pese a todos los comentarios de adultos horrorizados que trataban de separarnos diciéndome que los dientes se me caerían y  mi piel se oscurecería.

—Eso es lo que quiero, señora.

Llevo mi cafetera y mi bolsa de café molido a todos los viajes que hago y desde hace 15 años tengo la misma taza de vaquitas suizas donde solo tomo café. Su olor me trae innumerables recuerdos pero hay uno que nunca voy a olvidar: los regalos de Navidad de mis abuelos, que llegaban de Zaruma, siempre venían perfumados con un fuerte olor cafetero que no se iba en semanas.

El café acompaña bien el tiempo compartido y también el que escogemos pasar a solas, con un libro, música o solo con su aroma expansivo. El café se lleva bien con todo: sin café no hay tigrillo, no hay empanadas y no existirían las delicias dulces.  Soy del equipo del café sin azúcar, ni leche. Me gusta el café negro, cargado y amargo pero tranquilos, no soy de las que juzgo si toman café instantáneo o lo repletan de azúcar. Cada quien tiene su ritual, y todos están bien.

Les dejo una receta clásica con una versión elegante del café para que la preparen este fin de semana. Esta receta tiene licor así que yo de ustedes pongo música, me preparo un carajillo y empiezo a mezclar los ingredientes.

¡Buen provecho!

Nota 1: Es la primera vez que hago este postre y, modestia aparte, quedó delicioso. Me sorprendió la sencillez de la preparación versus el enorme placer que me trajo.
Nota 2: Usé galletas de coco (consejo de mi mamá) porque le da un toque extra de crujencia y cuerpo que otras galletas más suaves pierden.
Nota 3: Se podría reemplazar la mezcla de huevos, requesón y azúcar por un buen helado de vainilla. Puntos extras si es hecho en casa.

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Tiramisú

Receta de tiramisú fácil

Ingrendientes:
4 yemas de huevo grandes
½ taza de azúcar blanca
¾ taza de crema de leche o 4 claras de huevo batidas a punto de nieve
1 taza de mascarpone
1 ½ tazas de café muy fuerte o espresso
2 cucharadas de ron o coñac
2 cucharadas de cacao en polvo sin azúcar
Un paquete de galletas dulces / 24 galletas aproximadamente

6 PORCIONES / 25 MINUTOS MÁS EL TIEMPO DE REFRIGERACIÓN

En un tazón mediano mezcla con batidora las yemas de huevo y 1/4 de taza de azúcar hasta que tengan un color amarillo pálido y su volumen se haya triplicado.

En otro tazón bate la crema y el resto del azúcar hasta que se formen picos. Si no tienes crema, puedes reemplazarla con las claras de huevo batidas a punto de nieve con el azúcar, creando un merengue.

Agrega a la crema batida, el queso mascarpone y continúa batiendo hasta obtener una mezcla suave. Mézclala despacio con las yemas endulzadas hasta que se combinen.

Mezcla el café con el licor en un tazón y sumerge una por una las galletas en el líquido. En un repostero, crea una capa de galletas bañadas en café, rompiéndolas si es necesario para no dejar espacios vacíos.

Extiende un poco de la crema de mascarpone encima de las galletas y repite este paso hasta crear varias capas. Espolvorea la capa superior con el chocolate en polvo.

Cubre el recipiente con un plástico y deja enfriar en la refrigeradora por al menos 4 horas, si puedes dejarlo 24 horas antes de servir, mucho mejor.