Casi todas las tardes de mi infancia, mi abuela, mi primo y yo caminábamos a la panadería del barrio. El camino se hacía corto entre jugar a lava caliente o contar cuántos taxis veíamos en la calle mientras mi abuela nos rogaba que tengamos cuidado, que nos podíamos caer. Agotados, llegábamos al lugar y enseguida el olor a pan inundaba mi nariz y bajaba a mi estómago, que a esa hora ya andaba vacío y necesitaba un bocadito para mantener las fuerzas hasta la cena.
Mi abuela, por quien estoy segura soy golosa, nos compraba para el camino de regreso una golosinita de media tarde, como le decía.
—A ver, escojan, lo que ustedes quieran, decía, y ni bien terminaba la frase, mi primo corría a la sección de sal y yo me escabullía entre la gente para llegar a mi preferida de siempre: la de dulce.
Ahí me quedaba algunos minutos, contemplando la perfección de las pastas, entendiendo la proporción áurea de los rollos de canela y contando si en realidad las milhojas tenían mil hojas. Entre tanta maravilla, se me hacía difícil decidir qué quería pero lo lograba: casi siempre me dejaba convencer por un pan con chocolate, que todavía calientito, me hacía guiños con su piel brillante.
Me acuerdo como si fuera ayer el primer bocado que le daba a esos panes: gloriosos, crocantes y generosos. Eran una delicia y además siempre me salvaron del hambre de media tarde. Gracias abuela por haberme hecho una adepta a los tentempiés.
Tentempié, colación, bocadito, refrigerio, media mañana, media tarde, media noche. ¿Qué haríamos sin esas delicias que nos sostienen entre comida y comida? Tentempié, tente en pie, manténme de pie bocado chiquito y dame fuerzas para seguir.
Un tentempié es lo que uno quiere que sea, de la forma que sea, a la hora que sea. Con los tentempiés no hay reglas. Son mejores cuando son improvisados y nacen del antojo y el hambre del instante.
Cuando viaje a Francia y descubrí que allí es casi una institución, supe que había llegado al lugar correcto. Lo llaman goûter y es un refrigerio casi obligatorio entre el almuerzo y la cena. Una rebanada de pan con mantequilla o mermelada, un yogurt, unas galletas o mi preferido: un pain au chocolat.
Esta receta la descubrí un día allá, cuando con un euro en mi bolsillo y un hueco en el estómago, una amiga me dijo: Viens, on va goûter!, y se metió al súper, compró un baguette y una barra de chocolate e improvisó en plena vereda uno de los mejores bocadillos que he comido.
El pan con chocolate es uno de los mayores placeres de la vida. Es uno que puede ser muy simple, además, como esta receta (que les dejo en dos versiones).
¡Buen provecho!
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Baguette con Barra de Chocolate
Ingrendientes:
250 g de harina
150 g de agua
1 cucharaditas de levadura fresca
1/2 cucharada de sal
1 barra de chocolate
4 PORCIONES / 1 HORA
Tamiza la harina con un colador y mézclala a mano con el agua y la sal aproximadamente por 5 minutos hasta obtener una masa homogénea.
Deja reposar la masa en un recipiente cubierto con una tela por media hora a temperatura ambiente. Luego, añade la levadura y amasa de nuevo. Cubre la masa con la tela y déjala reposar por al menos tres horas en un lugar seco y cálido para que duplique su tamaño.
Espolvorea harina en tu lugar de trabajo y con la ayuda de un rodillo o de tus manos, forma la baguette. Cuando esté lista, déjala reposar durante 20 minutos en un lugar seco.
Precalienta el horno a 200 grados. Coloca la baguette en una bandeja y hornea por 30 minutos o hasta que esté dorada.
Saca las baguette del horno, espera a que se enfríe un poco y córtala en pedazos. Corta la barra de chocolate en trozos y mételos en medio de los pedazos de baguette. También puedes comprar la baguette de tu panadería favorita y repetir este proceso.
Puedes aderezar con un poquito de aceite de oliva y sal. Este refrigerio se come frío o caliente, como prefieras.