Recuerdo con claridad aquel abril lejano en que lloré y lloré hasta que mi mamá aceptó comprarme un sánduche para llevar al almuerzo de Semana Santa al que estábamos invitadas. Cuando llegamos, mi mamá sacó, con vergüenza, la bolsa de su cartera y se excusó:
— A la Gaby no le gusta la fanesca, dijo.
Todos en esa mesa nos miraron extrañados. La escena se repitió el año siguiente y el que le siguió y el próximo a ese y así. A mis diez años, las vacaciones de Semana Santa eran una penitencia y esa sopa era un purgatorio. Sánduches, cajitas felices, nuggets de pollo y todo lo que cupiera en la cartera de mi mamá y estaba en el camino a las reuniones familiares, fueron mi salvavidas por años.
No me culpen. Crecí con la emoción infantil de ir por una hamburguesa, y esa sopa de adultos no era para mí. No soportaba su textura de libro viejo ni su olor a bacalao.
Lo único que me atraía en ese suplicio eran las frituras, esas gloriosas empanadas doradas rellenas de queso fundido que ingeniosamente aprendí a robar de una canastita de mimbre sin que nadie se diera cuenta —al menos eso creía. Perdón, tía Meche.
Muchos platos servidos de esa sopa se enfriaron esperándome. Pero, un buen día, pude comer y disfrutar un plato de fanesca. No tengo claro cuándo ni cómo sucedió, fue como si, por primera vez, los doce santos me hubiesen hablado y convencido de probarla. Fue una verdadera epifanía.
Cuando tuve la edad suficiente para entender el ritual de su preparación, me convertí en una devota completa. Desde entonces, recupero el tiempo perdido, y reivindico todos esos platos que esperaron por mí y los defraudé ¡Amo la fanesca! Así será hasta el fin de mis días.
En mi familia, la fanesca es preparada por mi abuela y mis tías. Todos los años, se reúnen y es como si un ejército de soldaditas entrara a la cocina sabiendo exactamente qué hacer. Cada una tiene una función: unas pelan granos, otras se encargan del zambo, el maní y la leche, y otras de fabricar perfectamente las masitas y empanadas que alimentarán la canasta de mimbre. Por varios años, he querido ser parte de ese grupo, mi favorito de corazón, pero hasta ahora no logro pasar la prueba del bendito repujado: el cierre impecable, tallado con gubia de las empanadas.
Yo sé que todos dicen lo mismo, pero en serio: la fanesca de mi familia es la mejor. Mi abuela me guardó porciones congeladas todo el tiempo que viví fuera de Quito. Cuando volví, tuve lo que llamo el festín de fanesca más grande del Ecuador —y una indigestión que duró varios días. Gracias, abuelita.
Hoy fue la primera vez que la preparé yo misma. Fue un reto inmenso y no estuve del todo preparada. Sabrán disculparme los puristas, pero en las actuales circunstancias solo conseguí cuatro de los doce granos que el orden divino manda. Tampoco tuve zambo, ni col y mis empanadas no tuvieron el repujado perfecto. Extrañé el olor al bacalao y lo reemplacé con su primo más joven y propio de estos tiempos: una lata de atún. No es una fanesca con los doce santos pero me sentí muy orgullosa con lo que logré.
¡Buen provecho!
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Fanesca con Cuatro Santos(versión de fanesca con ingredientes disponibles)
Ingrendientes:
2 tazas de zapallo
1 taza de arveja
1 taza de choclo tierno
1 taza de lenteja
1 taza de chocho
½ taza de cebolla roja picada
3 dientes de ajo machacados
4 cdas de mantequilla
Sal al gusto
1 cucharada de comino
1 cucharadita de pimienta molida
1 cucharadita de achiote molido
1 cucharada de orégano seco
1 taza de pasta de maní
6 tazas de leche
1 taza de queso fresco
Para servir:
Atún
Rodajas de huevo duro
Maduros fritos
Queso fresco
Empanadas de viento o masitas fritas
4 PORCIONES / 1 HORA
En una olla con agua, cocina el zapallo por separado hasta que esté suave. Luego licúalo hasta obtener un puré.
En otra olla, a fuego lento, derrite la mantequilla, echa el ajo, la cebolla picada, el achiote, el comino, el orégano y la pimienta para el refrito. Deja que todo se cocine por aproximadamente 5 minutos hasta que las cebollas estén tiernas.
Agrega el puré de zapallo, 3 tazas de leche y los granos previamente cocidos. Mezcla bien y deja cocinar a fuego lento durante 15 minutos removiendo frecuentemente para evitar que los ingredientes se quemen o se peguen a la olla.
Licúa la pasta de maní con 3 tazas de leche y echa la mezcla a la sopa. Cocina por 10 minutos más revolviendo con frecuencia.
Antes de servir la fanesca, echa los chochos y el queso. Mezcla bien para que el queso se derrita.Prueba y echa sal al gusto.
Sirve la fanesca con un poquito de atún, a falta de bacalao, rodajas de huevo duro, maduros fritos, queso fresco y empanadas de viento o masitas.