Siempre tengo hambre. Pocas veces mi apetito deja de hacer ruido. Casi nunca se sumerge en los grandes silencios con los que la preocupación amarra el estómago. El ronroneo de mi barriga pidiéndome comida es constante. Pero en estos días ha estado callado. He tratado de sobrellevar estas semanas con el mejor de los ánimos, tratando de cocinar para alivianar el tiempo pero no puedo subestimar la realidad: en este aislamiento he tenido días de silencio, de angustias, de miedos y tristezas profundas. Y sí: el hambre se me ha ido por completo.

Pero en medio de la angustia llegó, como un rayito de luz, un correo que me calentó el corazón: un mail desde Estero de Plátano, una pequeña comunidad en la provincia de Esmeraldas, donde el tiempo no pasa, el gobierno no llega y, hasta ahora, el virus tampoco.

En él, un lector —cuyo nombre me lo guardo porque no le he pedido permiso para revelar su identidad— me contó que preparó la receta de torta de maqueño que envié hace unas semanas en este newsletter, en comunión con niños, vecinas y su compañera.

Narró con alegría cómo toda la comunidad fue parte de la preparación de la torta: los maqueños fueron regalados por una vecina, el molde y el horno prestados por otra, ciertos ingredientes comprados en la tienda de la incondicional señora que atiende siempre sonriente. Los niños, felices, se convirtieron en los mejores chefs pasteleros del lugar.

Ese sábado, en Estero de Plátano, transcurrió feliz entre maqueños, harina, huevos y un montón de manos que ayudaron a que el pastel se hornee mientras el mar veía el tiempo pasar. En estos días de desasosiego y confusiones, las palabras en ese correo fueron una luz me devolvieron las ganas de cocinar y comer.

Ayer pude salir y lo hice para ir por unos medicamentos. Me sorprendió emocionarme al pisar la vereda, al recorrer la ruta que hago todos los días de casa a GK. Manejé por calles que suelen pasar desapercibidas y notar florecitas en los árboles. Aproveché para ir a mi panadería favorita, que volvió a atender después de semanas de pausa. Sentir el olor de su pan a través de la mascarilla fue reconfortante.

El correo de Estero de Plátano y mi breve salida de ayer, me enseñó algo: esta crisis nos ha traído dolor y angustia, pero también nos recuerda que mal hacemos al dar las cosas por sentado. Incluso aquellas más sencillas —o, especialmente las más sencillas.

Esta época de incertidumbre nos ha recordado que ser felices es sencillo, y que el futuro está ahí, aunque el presente parezca negarlo. La esperanza nunca defrauda. Si nos detenemos un poco la encontraremos hasta en las cosas más sencillas: una ramita que crece en el pavimento, un pan recién hecho, las fotos de unos niños haciendo una torta.

Y para celebrar la esperanza que las cosas pequeñas nos devuelven, he pensado en una receta sencilla, feliz y brillante como la lucecita que se ve al final de este túnel y que me ha devuelto la sonrisa y el apetito.

¡Buen provecho!

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Caracolitos con Queso (la versión casera de un mac & cheese)

Receta de Caracolitos con Queso

Ingrendientes:
1 bolsa de macarrones o caracolitos
½ barra de mantequilla sin sal fría
1 taza de leche entera
2 cucharaditas de pimienta negra molida
½ taza de queso parmesano rallado
Sal
1 cucharadita de cúrcuma (opcional)
½ cucharadita de paprika opcional)

4  PORCIONES / 20 MINUTOS

Agrega sal a una olla grande con agua y deja hervir. Salar el agua de la pasta generosamente es la clave para una pasta bien sazonada.

Coloca la bolsa de pasta en agua hirviendo y revuelve bien. Deja cocer la pasta alrededor de 7 minutos hasta que esté al dente.

En una olla, calienta a fuego medio la mantequilla y agrega la pimienta. Revuelve ocasionalmente hasta que la mantequilla se derrita y forme espuma y la pimienta esté fragante.

Echa la taza de leche y revuelve hasta que la mezcla sea homogénea. Sigue cocinando a fuego lento. Agrega el queso parmesano y revuelve dejando que se derrita.

Para darle un color amarillo a la salsa, puedes agregar una cucharadita de cúrcuma y un poquito de paprika.

Cuando la pasta esté cocida, escúrrela y échala en la olla con el queso. Revuelve para que toda la pasta tenga salsa.