El jueves tuve que ir al supermercado a comprar, literalmente, dos cosas que necesitaba para preparar la receta que tenía en mente para este newsletter. No estaba lista para el escenario postapocalíptico con el que me encontré: no quedaba ni un solo carrito de compras libre, todos eran empujados por ríos de gente que, en los pasillos, iban arrasando con todo lo que encontraban en las perchas: agua, leche, atún, huevos, papel higiénico, alcohol.
Unas horas antes el Alcalde había declarado a Quito en emergencia sanitaria ante el coronavirus y la gente entró en pánico:
En el supermercado, un señor le gritaba a su esposa:
—Agarra comida para el perro, que sean dos bolsas de las más grandes, mientras balanceaba en sus brazos varias bandejas de carne y unas cuantas bolsas de fruta.
Otro agarraba latas de atún de cinco en cinco como si fuesen ladrillitos para construirse un búnker antivirus. Las perchas se vaciaban y la gente seguía llegando, enfurecida porque el supermercado se estaba desabasteciendo. Había personas rumorando que íbamos a estar encerrados por semanas y que necesitábamos provisiones, otros se peleaban por ser el primero en llegar a la fila para pagar.
Me asusté. Recordé que en mi casa quedaba poca comida, pero no podía soportar seguir ahí: el ambiente alarmante y hostil, sumado a la ansiedad por comprar, hizo que una señora me empujara varias veces. Me fui de inmediato.
Entiendo que nos estamos enfrentando a una crisis sanitaria mundial y que es racional prepararse para algo malo que, probablemente, ocurra. Pero no es sensato, ni justo con los demás, comprar treinta latas de atún para un incierto período de aislamiento. Comprar así, en estado de pánico, solamente eleva los precios y quita los bienes esenciales de las manos de quienes más los necesitan.
Al salir de aquel desenfreno, me puse a pensar en la suerte que tenemos de poder ir cuando queramos a comprar comida, el privilegio de ir a un supermercado y escoger lo que se nos antoja comer entre los cientos de cosas que hay. Esto no es algo que pienso todos los días: nuestro acceso a la comida es tan desapercibido que lo damos por sentado, asumimos que podemos alimentarnos cuando queramos, a la hora que sea y en el lugar en el que el hambre nos agarre. Pero no para todos es así.
No todos corren esa misma suerte, más allá de la crisis sanitaria, hay gente que todos los días del año no tiene el privilegio de acceder a sus alimentos cuando tienen hambre. Creo que en estos tiempos, además de ser cautos y responsables con la sanidad, sirven para reflexionar nuestra manera de consumir alimentos y sobre nuestras acciones en nuestro colectivo. Sería hermoso si encontráramos la manera de volvernos más agradecidos con la comida todos los días, no solo cuando enfrentamos una crisis.
Con emergencia sanitaria o no, estoy segura que la mayor parte del tiempo, las alacenas de nuestras casas tienen lo suficiente, y a veces más de lo que necesitamos comer. La tranquilidad no viene en un carrito de súper.
Mantengamos la calma. En lugar de entrar en pánico, cocinemos platos que nos hagan sentir más tranquilos, a salvo y creemos situaciones de alivio y tranquilidad.
Les dejo esta receta que la hice con tres ingredientes que tenía en casa porque salí del súper con las manos vacías y no quise volver más.
¡Buen provecho!
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Sopa de Tomate
Ingrendientes:
4 cucharadas de mantequilla sin sal
1/2 cebolla blanca, cortada en trozos grandes
3 o 4 tomates pelados, preferible si están maduros
1 1/2 tazas de agua, caldo de verduras o caldo de pollo
1/2 cucharadita de sal marina fina, o más al gusto
3 PORCIONES / 30 MINUTOS
Derrite la mantequilla a fuego medio en una olla grande.
Agrega las rodajas de cebolla y deja que se cocinen por unos minutos, después echa los tomates con sus jugos, el agua y la cucharadita de sal.
Cocina a fuego lento y sin tapar por unos 20 minutos. Revuelve ocasionalmente y agrega sal adicional según tu gusto.
Licúa la sopa y luego sazona al gusto. La sopa no necesita ser ultra suave, algo de textura es un buen toque.
Puedes acompañarla con pan tostado, con un rico sándwich de queso fundido y, sobre todo, con calma.