A los seis años decidí crear una bebida que revolucionaría el mundo. El sabor de las galletas Oreo me había flechado y no entendía por qué no existían más productos con el mismo sabor. Como una gran chef y a escondidas de mi mamá, empecé a hacer mezclas de la galleta molida con cualquier líquido que se me pasara por la cabeza: agua, agua con gas, gaseosa negra, blanca… quería ser la inventora de la cola Oreo y sabía que si lo lograba, sería la niña inventora más famosa de la historia.
Cuando creí tener lista la mezcla, la puse en una botellita y como a un tesoro la escondí en mi mochila para llevarla al día siguiente a la escuela y ofrecérsela a mis amigos.
—¡Qué asco eso!, dijo una niña mientras el resto hacía muecas y se alejaba de mí como si hubiera salido de un basurero.
Mi corazón se rompió en mil pedazos pero fue la primera vez que entendí que crear una receta desde cero era complicado.
Pienso en todas las recetas inventadas a lo largo de la historia de la humanidad. Miles de millones de descubrimientos, de intentos fallidos y también de éxitos que hoy son repetidos una y otra vez alrededor del mundo, como los grandes hits de Mozart sonando en pleno 2020. Le pregunté a Google cuántas recetas existen en el mundo y no supo contestarme. Quiero creer que hay más recetas que átomos en el universo.
Es curioso pensar en el origen de las cosas. ¿Cómo fue la primera vez que el humano descubrió cómo hacer queso? ¿qué sintió la persona que inventó el glorioso helado de chocolate? ¿Cuántas recetas que comemos hoy fueron, en su origen, accidentes? Como el manjar de leche que —cuenta la leyenda— se inventó cuando una criada en el Río de la Plata en el siglo XIX, hirviendo leche con azúcar, se descuidó un par de horas y al regresar encontró la deliciosa mezcla por cuya autoría debaten aún hoy argentinos y uruguayos.
Cocinar es una alquimia. Transformar alimentos en platillos deliciosos es hacer magia, como Merlín, eligiendo ingredientes y reaccionando ante la mezcla y cambios de sabores y texturas. No exagero, la cocina es un momento de creación en el que la química, la física, la mística y el arte se juntan y, como si uno dijera ¡Bíbidi Bábidi Bu!, producen elixires de vida.
En la cocina, todos somos Melquíades. A veces fallamos, muchas veces logramos crear platillos que asombran y crean emoción en quienes los prueban. No importa tener pocos ingredientes, con un poco de creatividad siempre se puede hacer algo extraordinario.
Después de la fallida receta de la cola Oreo, seguí practicando mi magia en la cocina y un día, muchos años después y con casi nada en la alacena, creé esta receta que sí es famosa entre mis amigos y conocidos, que me halagan cada vez que la preparo. La niña inventora que vive en mí está en paz.
Por cierto, hoy Quiero Comer cumple un mes y quería agradecer todas las respuestas que he tenido en cada uno de los newsletters. Leerlos me alegra mucho :) ¿Quieren que escriba de algo en particular? Los escucho y les tomo el pedido.
¡Buen provecho!
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Pescado con Harina de Coco
Ingrendientes:
2 filetes de pescado blanco (dorado, wahoo)
Sal al gusto
Pimienta al gusto
1/4 taza de harina de coco
1 huevo batido (opcional)
2 PORCIONES / 40 MINUTOS
Calienta el horno a 180 grados.
En una bandeja para hornear rocía spray antiadherente para cocinar o aceite de oliva para evitar que el pescado se pegue a la superficie.
En un tazón, combina la harina de coco con la sal y pimienta. Mezcla todo para que se homogenice.
Coloca los filetes en la mezcla y dales la vuelta hasta que todos los lados queden bien cubiertos. Pasalos a la bandeja para hornear.
Mantén el horno a 180 grados.
Una variación de esta receta, es que antes de cubrir el pescado con la mezcla de harina de coco, lo pases antes por un huevo batido.
Hornea los filetes por 30 minutos o hasta que la harina de coco esté dorada.