Cumplí 30. Nunca me preocupó la edad pero sentí, por primera vez, que los años no pasan en vano: ahora, la consciencia está despierta a toda hora, recordándome que el tiempo es finito. Nada es para siempre.
Siempre traté de equilibrar mi vida con buenos hábitos y rutinas que no se salían nunca de un orden que había creado en mi cabeza. Atravesé mis veintes con la consciencia de una señora de sesenta. Tuve una alimentación ejemplar, vigilada constantemente por la balanza y unos cuantos regímenes que me enseñaron a dejar de lado el más grande placer de mi vida: comer rico, bien, abundante.
En mí vive otra persona: una que tiene el apetito de alguien el doble de mi tamaño. Tiene su propia voz, conciencia y decisiones, y por unos cuantos años traté de silenciarla. Sugar free, gluten free, fat free, todo free. Nada que llene de alegría mi alma.
Pero luego, México llegó a sacudirme.
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Viví un tiempo en el norte de México y fue como si hubiera entrado en el upside down de Stranger Things, un mundo paralelo, distinto al que estaba acostumbrada. Hacía todo lo que, se suponía, no debía. Confieso que, al principio, me asustaba perder el control. Tacos a las tres de la mañana con caguamas de la cerveza más rica que había probado. Botanas de todo tipo que me partían el paladar con sus salsas picantes. Dorilocos (o la funda de doritos más calórica que he comido en mi vida). El gusto adquirido por el ácido picante del tamarindo con chile. Las quesadillas repletas de chicharrón. El intenso sabor de la verdadera michelada. Las escenas borradas por culpa del mezcal y del tequila, muchas escenas borradas. Pero sobre todo, los que se convirtieron en el amor de mi vida: los chilaquiles.
Cuando los probé por primera vez, sentí que todo lo bueno de la vida pasaba por mi boca. Los chilaquiles te abrazan cuando te sientes sola: resuelven tus males en el primer bocado y te van dando amor con sus sensaciones y texturas, tan distintas una de la otra, que se mezclan creando una armonía única. Verdes, rojos, al pastor, con pollo chicharrón mole queso crema, harto chile —con todo, por favor.
Así es la verdadera comida mexicana: te abraza, te ama y luego te lanza al mal de marrano,como le dicen los mexicanos a la sensación de pesadez después de las comidas y a ese sueño rico que viene después. Viví un período de mi vida sintiéndolo, todos los días, y no me arrepiento de nada.
Desde entonces, la rutina perfecta que construí estaba hecha añicos. Los chilaquiles me salvaron de vivir una vida con reglas absurdas que me alejaban de ser quien realmente soy.
La lección de llegar a los treintas es que no sirve de nada limitarse y restringirse. La balanza de la vida definitivamente se equilibra si tenemos lo que nos hace feliz. Para mí, es una mesa llena de felicidad: comida rica que nos envuelve el corazón y nos permite compartir lo mejor de cada uno con los que más queremos.
Les dejo la receta de mis chilaquiles favoritos si quieren preparar este plato el fin de semana, para el brunch levanta muertos o para compartirlo en el almuerzo de familia y amigos del domingo. No es tan difícil prepararla versus el infinito placer que les traerá.
¡Buen provecho!
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Chilaquiles rojos con huevo estrellado
Para la salsa roja:
2 chiles (se puede sustituir con 2 ajíes rojos o chile en polvo al gusto)
4 tomates riñón
3 dientes de ajo
1 y ½ cebolla blanca
1 rama de apio
Sal
Para los chilaquiles:
10 tortillas de maíz o 2 fundas de totopos de maíz
1 taza de cebolla blanca finamente picada
1 taza de crema
2 tazas de queso blanco fresco rallado
Huevos fritos
4 PORCIONES / 1 HORAS
Para preparar la salsa, coloca los ingredientes en una cazuela, cubriéndolos con agua y hierve por 40 minutos. Cuando esté listo licúalos con una taza de agua. Usando un colador, cuela la salsa y viértela en la cazuela, y sazona con sal. La salsa debe estar caliente.
Para hacer totopos frescos, corta las tortillas en triángulos, colócalas en una bandeja y deja que se sequen o bien hornea por unos minutos. Fríelos en una sartén o freidora hasta que doren. Elimina el exceso de aceite usando toallas de papel y coloca en un recipiente.
Si quieres omitir este paso, puedes comprar totopos o nachos ya listos. Asegúrate que sean frescos, de maíz y no tengan ningún sabor añadido.
Para preparar los chilaquiles coloca una cama de totopos fritos, agrega el huevo frito, la cebolla y baña con la salsa roja caliente. Añade la crema y el queso. Este platillo debe servirse al momento para que los totopos estén crujientes. Puedes servirlo acompañado de puré de frijoles, guacamole y pico de gallo.