Estaba sentada en una cafetería pasándola mal. Tenía 18 años, había llegado en intercambio estudiantil hacía unas semanas al pequeño pueblo francés de Boën-sur-Lignon, y me sentía una alienígena recién aterrizada en un planeta extraño. La cafetería se había convertido en una especie de refugio. Al principio no sabía por qué, pero esa mañana lo vi con claridad —o mejor dicho, lo olí con claridad: olía a la cocina de mi abuela. Cerré los ojos y crucé miles de kilómetros: volví. Ahí estaba con ella desayunando, como tantos fines de semana de mi infancia, envueltas en el aroma del pan tostado, el café y la mermelada. 

Cuando abrí los ojos, el dueño del lugar me veía con expresión extrañada. Balbuceó algo en un idioma que aún no entendía. Pero no me importó: el olor de su cafetería me había llevado por unos segundos, como una máquina del tiempo imperfecta, a la cocina de mi abuela, donde siempre fui feliz. Un nudo comenzó a crecerme en la garganta. 

La nostalgia funciona de una manera extraña: te llena el corazón y a la vez te lo aprieta tan fuerte que quieres llorar. Te lleva a lo más alto de una emoción y luego te bota al vacío sin paracaídas. Y no hay cosa en el mundo más poderosa para despertarla que los olores y sabores de la comida. 

A veces nos engañamos y creemos que comemos para saciar el hambre. Pero la verdad es que comemos, también, para ser familia, para ser amigos, para amar y consensuar. La comida nos lleva a tantas partes ¿Qué seríamos sin esos viajes?

A mí me salvó esa mañana de hace tantos años. Es un viaje con tantas paradas: pienso en la cafetería, en su olor y enseguida pienso en mi abuela Irene. Si pienso en ella, pienso en que fue quien me inculcó el amor por las recetas que me rodean hoy. Pienso, también, que el espacio mágico en el que preparaba todas sus delicias ya no existe. Hace unos años vendió su casa y la tumbaron para construir un edificio frío y sin memorias felices. 

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También pienso —y me sorprende— cómo ella atesora aún sus recetas preferidas. Cuando la visitamos, siempre hay un momento en que hablamos de comida. “Yo tengo la receta de ese plato” dice, sin darse cuenta que de que en el mundo vertiginoso en que vivimos, cada vez menos gente se da tiempo de pensar, cocinar, y convidar lo que ama preparar. 

Por eso, en este nuevo newsletter quiero rendir homenaje a las recetas de toda la vida —esas que crean momentos maravillosos que compartimos con los que amamos. 

Quiero que estemos en contacto, ustedes y yo, para conversarlas, las historias que las acompañan y que nos animemos, juntos, a prepararlas nosotros mismos. Quiero que volvamos a decir “yo tengo la receta de…” y que nos sintamos felices y orgullosos de saber cómo se prepara el plato que más nos gusta. 

En Quiero Comer, cada sábado, habrá historias de comida escritas con la panza y el corazón. Quiero que se animen a hacerlas, que les tomen fotos, que me las manden, junto con sus ideas, dudas, preguntas y sugerencias.

Para comenzar, les dejo la favorita de mi abuela: el goulash. Se la sabe de memoria y, cuando se la pedí, me describió cada paso con lujo de detalles como si fuera el mapa de un tesoro (que estoy segura, es).

¡Buen provecho!

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Goulash de carne

Goulash

Ingredientes:
2 libras de carne deshuesada, cortada en cubos, sazonada con sal y pimienta
2 cebollas blancas, cortadas
3 dientes de ajo aplastados
4 tazas de caldo de pollo (puede ser reemplazado con agua)
¼ taza de pasta de tomate
2 cdas de aceite vegetal
1 cda de aceite de oliva
½ cdita de sal
2 cditas de comino
1 cda de paprika
1 cdita de pimienta negra
1 hoja de laurel
2 cdas de vinagre balsámico

4  PORCIONES / 2 HORAS

Sazona la carne con sal y pimienta negra.

Calienta el aceite vegetal en un sartén grande a fuego alto y coloca la carne. Dórala aproximadamente 5 minutos por todos lados. Pásala a una olla grande.

En el mismo sartén en el que sellaste la carne, cocina las cebollas con el aceite de oliva y sal hasta que se ablanden. Luego ponlas en la olla donde está la carne.

Mezcla las especias en el mismo sartén y tuéstalas a fuego medio aproximadamente por 3 minutos hasta que su aroma se intensifique, Agrega una taza de caldo de pollo o de agua y revuelve. Pon la mezcla en la olla en la que están la carne y la cebolla.

Agrega la pasta de tomate, el ajo, el vinagre balsámico, la sal, el laurel y las tazas de caldo o agua restantes. Llévalos a fuego alto hasta que hiervan. Reduce el fuego y cocina a fuego lento hasta que un tenedor se inserte fácilmente en la carne.