Cenefatendetza

Descalzo y arrimado a una de las paredes de su casa de madera, Carlos Tendetza habla de José, su hermano muerto. Por entre las rendijas de los tablones frontales, el sol del mediodía entra y marca con claroscuros el celeste pálido y la cenefa de dibujos de animalitos, números y garabatos infantiles de la pared. Carlos Tendetza —el pelo negro petróleo, la camisa a rayas horizontales, el pantalón ocre— dice que, tras el asesinato de su hermano, tomó ayahuasca, la planta sagrada medicinal de los pueblos amazónicos, y volvió a verlo. José Tendetza señalaba con el dedo índice a un hombre de botas amarillas y le decía a Carlos “Mira, hermano, ese es el que me mató”. 

Cinco años después, en agosto de 2019, Carlos Tendenza dice que no pudo distinguir quién llevaba aquellas botas. En Tundayme, una parroquia rural en la Cordillera del Cóndor, al sur del Ecuador, donde conviven indígenas shuar y mestizos, las botas amarillas se han multiplicado: ya no solo las usan los trabajadores de la empresa minera Ecuacorriente, sino los agricultores. Tundayme pertenece al cantón El Pangui, uno de los nueve cantones de la provincia de Zamora Chinchipe en el sur de la Amazonía ecuatoriana. Y a Tundayme pertenecen, administrativamente, aún más pequeñas poblaciones rurales, como la comunidad Numpaim San Carlos, Comunidad Churuwia y Yanua Kim, en la que José Tendetza ejercía el cargo de síndico (líder administrativo).

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Como Tundayme y sus comunidades, decenas de otros pueblos tienen debajo un cinturón de cobre que, dicen ministros y presidentes, empresarios e inversionistas, es el nuevo boleto dorado del Ecuador hacia la prosperidad: en la zona se explota el primer proyecto de megaminería del Ecuador, Mirador. Según una nota informativa de la Agencia de Regulación y Control Minero (Arcom), la compañía a cargo de la megamina, Ecuacorriente, deberá entregar al Estado 30 millones de dólares anuales por regalías de la extracción de, principalmente, cobre, pero también oro, plata y molibdeno.

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Todo el día las volquetas y camionetas de la empresa minera entran y salen de Tundayme.  Fotografía de Diego Ayala León

La explotación de Ecuacorriente —que tiene capitales chinos— comenzó con una prueba de producción de tres millones de toneladas anuales. Para el 2020, se supone, explotará 15 millones. A partir del año siguiente, la explotación podría llegar a las 21 millones de toneladas de minerales anuales. 

A pesar de todas las promesas, en la superficie, la pobreza no ha cambiado demasiado, y los conflictos sociales se han agudizado. Los efectos negativos de la minería, dicen ambientalistas y líderes comunitarios, podrían envenenar fuentes de aguas, cambiar cursos fluviales, deforestar bosques enteros y hasta causar tragedias como las de Brumadinho y Mariana en Brasil, donde la ruptura de diques mineros arrasó pueblos, asesinó a cientos de personas y contaminó ríos hasta la muerte. 

Por eso José Tendetza, el shuar al que su hermano vuelve a ver en una visión mística, se oponía a la mina en su tierra. Por eso, creen muchos, a José Tendetza lo mataron. 

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El asesinato de José Tendetza sigue impune. La minería, a la que tanto se oponía, avanza en la región. La familia de José Tendetza y las pocas personas que lo recuerdan, dijeron que hablaba duro, que era muy bravo y era capaz de persuadir y sensibilizar sobre la defensa del territorio y la oposición a la minería a quien lo escuchaba. “No tenía estudios académicos, pero tenía capacidad de liderazgo”, dice Manuel Sánchez, un mestizo que es miembro de la Comunidad Amazónica de Acción Social Cordillera del Cóndor Mirador, Cascomi. 

A comienzos de los 2000, el papá de Manuel Sánchez le entregó una finca que tenía en Tundayme para que la venda y pueda pagar las deudas en las que estaba ahogado, después de que su almacén de electrodomésticos quebrara. Eran las épocas de la mayor crisis económica y social del Ecuador, que terminó con millones de emigrantes y con el país sin moneda propia y con su sistema financiero casi extinguido. “El único potencial comprador, era la empresa minera”, recuerda Sánchez.

Por la finca, recibió de la empresa Ecuacorriente mil dólares. Después, Manuel Sánchez habló con un amigo suyo que trabajaba en la minera que le avisó que la empresa iba a comenzar a sacar cobre, oro, plata y otros materiales del subsuelo. Le recomendó que leyera algunos documentos del Ministerio del Ambiente. Cuando los leyó, se sintió burlado. “Ni a mí ni a otros propietarios nos pagaron lo justo por las tierras”, dice.  

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En la vía a Tundayme existen pequeñas explotaciones mineras con permiso y otras ilegales. Fotografía de Diego Ayala León.

En ese momento, Sánchez comenzó a defender más los derechos de los propietarios de las tierras de Tundayme. “Todo el mundo me daba la razón, pero nadie me daba la solución”, dijo. En 2015, la empresa minera Ecuacorriente tumbó la escuela, la capilla, las casas de la comunidad San Marcos para construir una piscina para desechos de la mina. 

En su lucha Manuel, conoció a José Tendetza. En sus intervenciones en las reuniones, José avisaba a la gente lo que podía pasar, y lo que estaba haciendo la empresa en la comunidad. Manuel dijo que después de varias discusiones, José Tendetza entendió que tenían que luchar juntos, mestizos y shuar. Si ustedes luchan allá, nosotros acá, no vamos a lograr los objetivos, eso él entendió y aceptó, dijo Manuel. 

—Un personaje humilde pero valiente, dice Sánchez un sábado de feria en Gualaquiza.

Por su asesinato hubo dos hombres investigados, pero fueron absueltos. Nadie sabe quién estranguló hasta la muerte al líder shuar, al síndico de Yanua Kim, al vicepresidente de la Federación Shuar de Zamora, al militante activo de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana y de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, del ponente del Tribunal Internacional por los Derechos de la Naturaleza que no llegó a Lima. 

Cuando murió, José Tendetza  tenía 49 años y siete hijos con Carlota María Ushap. En el 2008, se separaron: ella comenzó a trabajar en Ecuacorriente y a José Tendetza eso no le gustó. José Tendetza nació en Yanua Kim, otra pequeña población de la Cordillera del Cóndor, en la provincia austral de Zamora Chinchipe, a más de seiscientos kilómetros de Quito, la capital del Ecuador. El día en que murió, el 29 de noviembre de 2014, José Tendetza volvía a Yanua Kim. 

Unos días después tenía planeado viajar a Lima para asistir al Tribunal Internacional por los Derechos de la Naturaleza, un evento en el marco de la Conferencia Internacional sobre Cambio Climático (COP20), celebrada en la capital peruana el 5 y 6 de diciembre de 2014. Fue invitado por organizaciones de defensores de los derechos de la naturaleza. Pero José Tendetza nunca se subiría a ese avión. José Tendetza ni siquiera llegaría a Yanua Kim.

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A lo largo de la carretera que conduce a Tundayme no hay sembríos. Fotografía de Diego Ayala León.

Su muerte sería el inicio del lento declive de la resistencia minera en la zona. Sus hermanos dicen que donde había asambleas contra la minería, José Tendetza estaba. Era un agricultor de manos duras y temperamento aún más férreo: su hermano Alfonso recuerda la vez en que José vio a unos empleados de la minera Ecuacorriente frente a su comunidad haciendo mediciones para comenzar el pavimento de la carretera. José Tendetza se les acercó y sin decir nada le quitó el casco a uno de ellos y lo lanzó al piso y con una piedra grande lo hizo volar en pedazos. “Muchos pedazos”, dice Alfonso Tendetza. Antes de ser líder, José Tendetza había trabajado en la minera desde 2002 a 2006.

Pero José Tendetza no quiso seguir en la industria del cobre. Prefería cazar y pescar en el río, como todos los mayores de su familia, y como ellos, completó apenas la primaria. Para viajar a las asambleas antimineras —en Quito, el Puyo, Loja o Cuenca, todas ciudades a cientos de kilómetros de distancias— vendía los plátanos, el maíz y las papayas que sembraba. Con lo poco que recaudaba, viajaba.

Ese día regresaba de Gualaquiza, una ciudad de la provincia de Morona Santiago. Volvía —suponía su familia— de una reunión con la Asociación Shuar de la parroquia de Bomboiza y la Agencia de Regulación y Control Minero, la Arcom. El dato es incierto porque en el juicio que se abriría por su muerte, un testigo declaró que Tendetza no estuvo en la reunión. 

—El día estaba soleado y de repente llovió, recuerda Alfonso Tendetza. 

José Tendetza se bajó de la ranchera, un bus rudimentario sin puertas ni ventanas, en Chuchumbletza, muy cerca de Yanua Kim. Los que lo vieron bajarse dicen que no tenía dinero para el pasaje y que le dijo al chofer que se lo debía. Yanua Kim está a unos cuarenta y cinco minutos de caminata, y dos testigos dijeron en el juicio por su muerte que lo vieron irse por el camino hacia las comunidades y que detrás de él iba un hombre de botas amarillas, empleado de la minera, pero no sabían quién era. Fue la última vez que alguien lo vio vivo. Nunca llegó.

En Yanua Kim la gente empezó a decir que quizá se había perdido en la caminata de vuelta, pero su hermano Alfonso no lo creía. “Solo los niños se pierden”, recuerda.  Sus hijos no estaban muy preocupados porque su padre José Tendetza tenía muchos amigos en Gualaquiza, y a veces se quedaba a tomar chicha con ellos. Lo cierto es que la espera de 45 minutos se había convertido ya en horas. Esas horas se harían días. Su familia sabría que estaba muerto y enterrado, marcado como un cadáver sin identificar, recién cuatro días después. 

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Un hombre que pasaba por el puente sobre el río Zamora que une Tundayme con Chuchumbletza la mañana del 2 de diciembre de 2014, vio algo que flotaba en el río y pensó que era un cerdo muerto. Llamó a otros vecinos para rescatarlo y asarlo. 

Pero, a medida que se acercaban en un botecito de madera, se dieron cuenta que no era un animal para destazar, sino una persona. Era el cadáver de José Tendetza. El puente debajo del que fue hallado fue construido por Ecuacorriente entre 2014 y 2016. Ninguna de las personas que lo encontraron lo reconocieron. 

Pero Alfonso no les cree. Dice que fingieron no saber quién era. El cadáver fue llevado a un  hospital cercano, donde fue marcado como NN y enterrado ese mismo día, en el cementerio de El Pangui, otro pequeño cantón de la provincia. “Lo entierran como que no tuviera familia”, dice Alfonso con la voz llena de rabia. 

Roberto Narváez, el perito que hizo un estudio del entorno cultural y social de la comunidad de Yanua Kim como parte de la investigación del asesinato de José Tendetza dice que el cadáver del líder shuar estaba descompuesto y por eso nadie lo reconoció. También dice que, desde la cosmovisión indígena shuar, el liderazgo de José Tendetza era creciente y tenía reconocimiento no solo en su comunidad sino en la región de la Cordillera del Cóndor. “Su lucha por el respeto de los derechos territoriales de la selva, no es compartida por toda la población local”, explica Narváez, porque muchos habitantes de la zona trabajan en la minera grande, Ecuacorriente, o en otras de menor escala. 

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Es el primer lunes de septiembre de 2019 y algunos jóvenes caminan por Tundayme con sobres y carpetas esperando conseguir trabajo en la minera. Sus acentos cuentan más que sus palabras: son costeños y serranos; han venido de muy lejos. No es la primera vez en la cíclica —¿reciclada?— historia ecuatoriana en la que lo que hay debajo de la tierra empuja la migración interna. 

A principios de la década de 1960, miles de lojanos se mudaron al norte de la Amazonía ecuatoriana para ser parte del boom petrolero ecuatoriano. Fueron tantos que la ciudad que fundaron se llama Nueva Loja —aunque, su nombre original era Lago Agrio, en homenaje a Sour Lake, la ciudad tejana donde por primera vez, a inicios del siglo XX, se explotó el primer pozo petrolero de Texaco, la misma empresa que llegó a operar en el Ecuador. 

En el principio era el crudo. Hoy es el cobre —otra vez, miles de años después. El cobre fue el metal que los humanos usamos por primera vez, hace diez mil años atrás. Al inicio de la explotación de cobre, en las minas hispanas de la prehistoria, los mineros sacaban cobre mezclado con arsénico. Ese cobre era pedido por los pueblos del oriente del Mediterráneo. 

En el siglo XXI, el cobre es dios: está en todas partes. En los celulares por los que hablamos, los cables por los que corre la electricidad (un quince por ciento más rápido que el aluminio) las tuberías por las que fluye el agua, las té de cobre que impiden la reproducción, las monedas que siguen multiplicándose, las cucharas que nos llevamos a la boca, los muebles donde hacemos la siesta, los maquillajes con los que escondemos las imperfecciones, las pinturas con las cubrimos nuestras paredes, y los fungicidas con los que matamos plagas. Al cobre se lo puede mezclar con oro y bronce para hacer las joyas que nos cuelgan en orejas, cuellos, muñecas e índices. 

En el principio era al norte. Hoy es al sur. La extracción de materia prima nos recorre como una cruz. La Cordillera del Cóndor es su gólgota. Ahí opera Ecuacorriente que, aunque es la filial ecuatoriana de la empresa canadiense Corriente Resources Inc,  es controlada por China Railway Construction Corporation y el grupo Chino Tongling Nonferrous Metals. En el país, Corriente Resources Inc tiene también como filiales a la Empresa ExplorCobres S.A–EXSA, Hidrocruz S.A, PuertoCobre S.A.

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En julio de 2019, la minera Ecuacorriente comenzó la fase de explotación en el Proyecto Mirador. Fotografía de Diego Ayala León.

La explotación minera en Mirador durará treinta años años y el contrato garantiza que se renueve. En julio de 2019 comenzaron las actividades de explotación, siete años después de que se firmó la concesión. Se hará a cielo abierto, un tipo de minería a gran escala en la que la explotación se hace en forma descendente: se hacen excavaciones de entre 300 y hasta 500 metros de profundidad para ir sacando los minerales. Por cada tonelada de cobre que se obtiene se sacan dos toneladas de escombros, como piedras y arenas que van a parar a una relavera. Adán Guzmán, docente de la carrera de minas de la Universidad Central, en su minúscula oficina repleta de columnas de tesis y libros, explica que una relavera es una especie de piscina que tiene drenes en su base y están hechas con impermeabilizantes para que las sustancias que contiene no se salgan. La Mirador recibe escombros molidos para ser reutilizado por si tienen cobre. También llegan ahí los residuos líquidos del agua que proviene del suelo llamados lixiviados.  Una relavera va creciendo paulatinamente, puede llegar a 170 o 200 metros de altura. Y hay expertos que dicen que con las relaveras no se trata de si se van a quebrar, como en Mariana o Brumadinho, sino cuándo se van a quebrar.

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Un conjunto de llamadas fue la única pista que tuvo la Fiscalía para apuntar a Guido Yankur y Carlos Benito Unup como los posibles culpables de la muerte de José Tendetza. En mayo de 2016, ambos fueron absueltos del delito de asesinato a José Tendetza.  

Cuando fueron detenidos ambos eran obreros de campo de Ecuacorriente. “Ambos siguen en la minera”, dice Alfonso Tendetza. En algunas ocasiones, cuando Alfonso ha ido a Gualaquiza a vender ayampacos —un plato típico de pescado de río envuelto en hoja de la planta de bijao, junto con cebolla picada que se cocina a la leña—, los ha visto, pero no sabe nada más de ellos. A pesar de que los busqué insistentemente —en Tundayme, por teléfono, a través de sus conocidos— fue imposible encontrarlos dar con ellos.

Vicente Romero, habitante de Tundayme, testificó en la investigación penal y dijo que Yankur lo llamó el 29 de noviembre de 2014 para avisarle que a José Tendetza lo habían matado, aunque la noticia de la muerte de José Tendetza, se supo recién  tres días más tarde, cuando su cuerpo fue encontrado en el río Zamora. Según un informe de la operadora telefónica, la llamada fue hecha desde el celular de Guido Yankur. Otro testigo, Angel Tsukanka, declaró que Unup le dijo que hicieron sufrir a José y que lo mataron entre cinco personas. 

Pero Guido Yankur y Carlos Benito Unup se defendieron diciendo que desde el 21 de noviembre al 5 de diciembre de 2014, estuvieron quince días de vacaciones en sus casas. Yankur en la comunidad de Campana Etnsa; Unup en la comunidad shuar Jaime Narváez. Yankur dijo que el día de la muerte de José Tendetza, su esposa estaba enferma y un curandero la estuvo atendiendo.  Unup dijo que en esos 15 días de vacaciones, estuvo, con su familia, dedicado a la agricultura en sus terrenos.

La cabeza, la cara, la boca, las orejas, la nariz, los brazos, las piernas, el tórax, el abdomen, la pelvis estaban en estado de putrefacción. El día anterior, el hijo mayor de José Tendetza, Jorge, llegó a Yantzaza a reconocer el cuerpo. También llegaron sus otros hijos, los hermanos y la mamá del líder shuar. El resultado de la autopsia fue asfixia por estrangulamiento. Ese informe también dice que el cuerpo de José fue introducido al agua cuando ya estaba muerto. Según el peritaje hecho sobre su cadáver, estuvo amarrado por la cintura y el cuello a un árbol o algo grande con una soga azul. Alfonso dice que se notaba que era una cuerda nueva. 

Yankur dijo que sí llamó a Romero, pero que lo hizo el 1 de diciembre de 2014. No fue a avisarle, sino a preguntarle si era verdad que el cadáver encontrado en el río era el de José Tendetza. De acuerdo a la investigación de la Fiscalía, en el celular de José se introdujo el chip del teléfono de Carlos Benito Unup. Desde ese celular, Carlos Benito Unup habría llamado a Fernando Israel Abad,  Máximo Alcívar Tinitana Benítez y a Guido Yankur el 29 de noviembre. El juez que resolvió el proceso judicial dijo que la investigación hecha por la Fiscalía sobre la muerte de José Tendetza no tuvo dirección, ni fue una investigación eficiente. Como resultado, se reiteró la inocencia de ambos hombres. 

El crimen de José Tendentza continúa sin ser resuelto. La Comisión Ecuménica de Derechos Humanos (CEDHU), junto con la familia de José Tendetza, presentaron un informe sobre su caso en julio de 2017 a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. En él, explican las irregularidades de la investigación del asesinato. Dicen que la investigación de la Fiscalía fue “deficiente y apurada”, que lo que se estaba investigando era un crimen pasional. Porque Tendetza estaba separado de su esposa y no vivían juntos. Ese informe aún no lo lee, ni lo analiza, la CIDH, dice Patricia Carrión abogada de CEDHU. 

Lo que también cuestionan los abogados de CEDHU es que dentro de las investigaciones no se allanó la casa o el campamento de la empresa, donde vivían los sospechosos. Al contrario: las autoridades allanaron la casa de José Tendetza en busca de pruebas. El caso está también en la Mesa de la Verdad y Justicia que preparó el informe Perseguidos Políticos Nunca Más. Publicado en 2018, analiza todos los casos de persecución política en el gobierno de Rafael Correa contra defensores de la naturaleza, de los derechos humanos, la libertad de expresión y los involucrados en la revuelta policial del 30 de septiembre de 2019. Pero la investigación formal sobre el asesinato de José Tendetza se cerró. Nadie sabe quién mató a José Tendetza. Nadie parece querer averiguarlo. 

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José Tendetza presentía su muerte. “Una vez, tomando aguardiente dijo ‘alguien me va a matar’”, —dice Alfonso Tendetza— “pero decía que no tenía miedo. También decía que se iría a otro país a denunciar las actividades de la empresa minera. José era un hombre soñador”.

Su desaparición y muerte impidieron que llegue a Lima al Tribunal Internacional de los Derechos de la Naturaleza, donde iba a denunciar el proyecto Mirador. “Pero mala suerte que le quitan la vida”, dijo Alfonso. La ponencia que iba a hacer José Tendetza, fue realizada por Luis Coral, otro defensor de los derechos. La abogada Patricia Carrión de la CEDHU dijo que Mirador es un caso emblemático de defensa ambiental: es el primero de minería de gran escala, “el más grande, el de mayor impacto y mayor contaminación y violación de derechos de la naturaleza”, dice. En la investigación del asesinato de José Tendetza, el perito Roberto Narváez ratificó que el conflicto social en la Cordillera del Cóndor es alto por la falta reconocimiento de los derechos de la población shuar sobre su territorio ancestral.

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Las volquetas pasan  rápido y desaparecen entre el polvo que levantan. En el centro de Tundayme, hay casas de cemento de dos y tres pisos, recién pintadas, y en algunas se anuncia su venta en español y chino. 

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Desde la llegada de la empresa Ecuacorriente, en Tundayme conviven chinos, shuar y mestizos. Fotografía de Diego Ayala León.

En la única calle principal hay dos chifas y otros restaurantes. Son las once de la mañana del  dos de septiembre de 2019. Delfa Placencia está trapeando la entrada de uno de los chifas, trabaja ahí hace un año, le pagan el sueldo básico, y dice que ha aprendido a preparar chaulafán y otros platos asiáticos. 

Otra habitante de Tundayme, María, dice que la empresa minera Ecuacorriente le dio una beca para estudiar administración de empresas en una universidad en Cuenca, la ciudad más grande del sur del Ecuador. María dice que no está de acuerdo con la explotación minera pero desde que tiene la beca, no ha asistido a las reuniones en contra de las actividades mineras organizadas por Cascomi. María dice que su padrastro fue uno de los desalojados de la comunidad San Marcos, que desapareció. Esa tierra es donde ahora está, según el plano del proyecto Mirador, la piscina del relave. “Nuestras demandas, las de Cascomi están en el limbo”, dice Manuel Sánchez.  

Por el arrasamiento de San Marcos hubo una marcha en protesta y María fue. Cuando los funcionarios de la empresa se enteraron, le quitaron la beca. Se la devolvieron con una advertencia: debía apoyar las actividades mineras. 

—Me voy a aguantar protestar hasta que termine de estudiar, dice.

Mientras, Cascomi continúa en la lucha por los derechos sobre su territorio. La empresa minera tiene más aprobación de la gente teniendo como aliados a las autoridades. Luis Urdiales es el nuevo presidente de la Junta Parroquial de Tundayme desde marzo de 2019. Él trabaja muy de cerca con la empresa. Luis tiene proyectos de alumbrado público para la parroquia, la adecuación del parque principal, entrega de kits escolares, e impulso de emprendimientos para los pobladores que apoyan la explotación minera. Urdiales dijo que el proyecto minero ya está dado, y que oponerse es bien difícil. 

En las oficinas de relaciones comunitarias de la empresa Ecuacorriente en Tundayme, los comunicadores Juan Ignacio Eguiguren y Hugo Jumbo respondieron que no pueden dar entrevistas sobre el caso de José Tendetza. Por correo electrónico Dunia Armijos, coordinadora de relaciones comunitarias, respondió que no pueden pronunciarse sobre la muerte de José Tendetza porque no tiene relación con sus actividades ni responsabilidades. 

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Uno de los últimos registros gráficos de José Tendetza es un video de diciembre de 2013. En medio de una asamblea les dice a los asistentes “Es la hora de decir basta”, refiriéndose a las actividades mineras de la empresa Ecuacorriente en Tundayme. Después de su muerte, medios nacionales e internacionales mostraron una foto suya en la que aparece con una sonrisa amplia, que seguramente nunca les mostró a los empleados de Ecuacorriente ni a los funcionarios de la agencia de control minero.

Alfonso Tendetza dice que después de la muerte de José Tendetza, nada cambió en Yanua Kim. Jorge, el hijo de José se fue de la comunidad Yanua Kim, antes de la muerte de su papá. Otro de sus hijos moriría meses después. Maribel y Rosa Tendetza, las hijas de José aún viven en la casa de bloque y techo de teja que era propiedad de su papá. 

Carlos Tendetza sostiene que él es el nuevo líder de la comunidad y líder antiminero, que ha tomado el lugar de su hermano asesinado, con quien aprendieron de leyes y derechos sobre su territorio. “Carlos no es el líder de la comunidad. Lo único que busca, es interés personal, y eso no es ser líder”, dice su hermano Alfonso. “Carlos viaja a Quito y a otros lugares, para pedir ayuda económica para su madre pero no le ha dado nada. Él se queda con todo en nombre de mi madre”, dice el mayor de los Tendetza. 

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Los hijos de Carlos Tendetza, comen caramelos mientras miran a su papá hablar sobre José Tendetza. Fotografía de Diego Ayala León.

Rosa Antún está sentada en el pequeño balcón de su casa de madera, los únicos que hacen bulla son dos perros pequeños y flacos como hilos, que la acompañan, unas gallinas que comen maíz debajo de su casa, y un par de patos que dan vueltas en una laguna sucia con un puente de fierro oxidado para cruzarlo, cuando llueve mucho y la laguna crece. Rosa Antún es la madre de los Tendetza, tiene arrugas en la frente y alrededor de la boca. Habla con una mezcla casi inentendible de shuar y español.  Tiene en los pómulos huellas geométricas de las pinturas faciales de su nacionalidad.  

— Nosotros cómo lo vamos a olvidar, dice Rosa Antún.

Cuando su hijo le dijo que iría a la reunión en Bomboiza, Rosa Antún le dijo que no vaya porque no tenía plata. Ella siempre pensó que ese 29 de noviembre José Tendetza estaba trabajando en la agricultura. Preguntó por él a las cuatro de la tarde y le dijeron que no había vuelto. A las seis, su hijo Alfonso llegó a preguntarle por él. Tampoco había regresado. La gente empezó a decir que se había perdido. 

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Rosa Antún la madre de José Tendetza vive sola en una casa de madera. Fotografía de Diego Ayala León.

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Alfonso, el mayor de los hermanos Tendetza, camina con un machete en la mano, tiene una camisa azul manchada de lodo y sudor. Dice que hace mucho tiempo no toma ayahuasca, pero que en sus sueños, también ha visto a su hermano asesinado. “No me dice nada, está tranquilo pero a veces sufre, porque no murió por una enfermedad, sino que le quitaron la vida”. Dice que, aunque ha ido a la empresa a pedir trabajo, siempre se lo niegan. Le dicen que el trabajo solo lo dan a gente preparada. Pero esa gente es de otras provincias. “Y así quieren que apoye la minería”, dice Alfonso. 

En la puerta de su casa, tiene una banca de madera con techo de zinc que arde por el sol amazónico. En la banca tiene cuatro cabezas de plátano verde, cada una la vende por un dólar. Alfonso dice que intenta ayudar a su mamá, pero el dinero no le alcanza. Cuando vivía, José Tendetza se ocupaba de llevarle alimentos o leña a su mamá.

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Alfonso Tendetza señala los rótulos de Propiedad Privada que puso la minera alrededor de Yanua Kim. Fotografía de Diego Ayala León .

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Carlos Tendetza dice que hace mucho tiempo no ha viajado a Quito ni a otros lugares a las reuniones en contra de la minería, porque no tiene dinero. Dice que aun así, sigue firme en la lucha por su territorio. Dice que la empresa ofrece progreso, pero solo regala fósforos, pollos, cuyes, fundas de caramelo. “Eso es una burla, para la gente que no sabe”, dice. A él, dice, a pesar de lo que le ofrezcan no se dejará comprar. Según Ecuacorriente, siete familiares de José Tendetza trabajan en la empresa.  A fines de septiembre de 2019, funcionarios de Ecuacorriente visitaron Yanua Kim para entregar vacas. En un video aparece Alfonso Tendetza agradeciendo que la empresa siempre apoya a la comunidad, y dice que los shuar son dueños de la minería. La mina parte la tierra. La mina parte una familia. La mina parte una comunidad. La mina parte un país. 


*Esta es una colaboración periodística entre Mongabay Latam y GK