En Venezuela, donde el hambre es rampante, hace poco un agricultor tuvo que abandonar todo su cultivo. Guiando un par de bueyes, arrastraba un arado de madera sobre su tierra y dejaba al descubierto miles de zanahorias marchitas.
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Los camiones que recogerían su cosecha nunca llegaron, dijo.
La escasez de combustible ha paralizado al país desde mayo de 2019. Está llevando al borde del colapso a su industria agrícola. Venezuela, de por sí, vive bajo amenaza de más hambre y malnutrición. Aquí, casi la mitad de la población come menos de tres veces al día.
“Todo se perdió”, dijo el agricultor, Joandry Santiago, señalando los vegetales dañados que le costaron meses de trabajo.
Venezuela es una nación rica en petróleo. Pero años de malos manejos y corrupción en la industria petrolera, empeorados por sanciones estadounidenses, han secado las bombas de gasolina en un momento crítico. La escasez evitó que agricultores como Santiago llevaran sus productos al mercado. Ahora está dificultándoles sembrar nuevos cultivos.
El New York Times entrevistó a decenas de agricultores venezolanos. Casi tod disminuyeron su área de cultivo en 2019. Algunos están dejando sus tierras en barbecho. Esto, probablemente, reducirá lo que queda del suministro de alimentos y lleve a más venezolanos a sumarse a los cerca de cuatro millones que ya huyeron de su país.
La falta de combustible es la gota que derrama el vaso tras seis años de crisis económica con el presidente Nicolás Maduro, cuyas políticas de control de precios, expropiaciones y malversación de fondos han acabado con el sector privado del país. Su represión hacia opositores políticos y retórica socialista han desatado la ira del gobierno de Donald Trump, que ha impuesto sanciones paralizantes a altos funcionarios y sectores económicos clave.
Los agricultores dicen que han tratado de producir a pesar de la escasa materia prima, los controles de precio, la delincuencia, la inflación y una demanda que colapsa.
El municipio de Pueblo Llano, donde vive Joandry Santiago, en la región de los Andes al oeste de Venezuela, produce alrededor del 60% de todas las papas y zanahorias de Venezuela. Pero la cosecha de 2019 solo es la mitad de la de 2018. ¿Las razones? La la escasez de gasolina, la falta de semillas y fertilizante, entre otros problemas, según La Trinidad, la cooperativa local de agricultores.
El entramado de campos verdes bien atendidos disminuye desde los márgenes de las imponentes montañas de Pueblo Llano a medida que los agricultores se repliegan hacia la única gasolinera con la esperanza de obtener algo de ventaja. Los siete mil agricultores del pueblo tienen que arreglárselas con apenas una entrega de combustible de alrededor de 2000 galones a la semana.
La caída de Pueblo Llano se repite en toda la región. En las vastas planicies más al este de Venezuela, la caña de azúcar se pudre a unos cuantos metros de un ingenio. Los campos de arroz están estériles por primera vez en setenta años porque los granjeros no tienen combustible para transportar su producción a los centros de distribución, ni semillas o fertilizante para plantar nuevos cultivos.
La principal asociación agrícola de Venezuela, Fedeagro, calcula que el área plantada con los principales cultivos del país, maíz y arroz, disminuirá alrededor de un 50% en 2019. La producción de azúcar en su principal estado productor, Portuguesa, cayó de 12 millones en 2018 a 5 millones de toneladas, según la asociación local de agricultores de caña de azúcar. “El colapso es exponencial”, dijo el presidente de Fedeagro, Aquiles Hopkins. “La única posible explicación es que al gobierno simplemente no le importa”.
Maduro respondió en mayo de 2019 a la crisis agrícola con una promesa. Ofreció 35 millones de dólares en nuevos créditos para el sector, en un programa que —según Fedeagro— es dolorosamente pequeño, y sus beneficios únicamente para productores cercanos al gobierno.
La escasez de gasolina en el país con las más grandes reservas de petróleo es solo la más reciente manifestación de un colapso de servicios en el gobierno de Maduro, que ha dejado a millones sin suministros confiables de electricidad, agua y gas.
Cuando la crisis de la importación de combustible coincidió con apagones en refinerías a mediados de mayo de 2019, el país se sumió en el caos. Al menos dos personas murieron esperando en las filas de gasolina que se hicieron.
En una visita a Pueblo Llano, 150 automóviles esperaban por sexto día consecutivo afuera de una gasolinera cerrada. Muchos de los propietarios, para evitar robos, dormían en sus automóviles, donde aguantaron gélidas temperaturas a más de 2286 metros sobre el nivel del mar.
Durante el día caminaban de regreso a sus campos, en un viaje que en algunos casos tomaba horas. “Mientras estoy aquí sentado haciendo fila, mi producción se pudre en los campos”, dijo el agricultor Richard Rondón mientras regalaba zapallos de temporada del tamaño de su brazo desde la parte posterior de su camioneta a la gente que pasaba. “No tengo nada para cosechar”, agregó.
El colapso de la producción nacional de alimentos será casi imposible de reemplazar con alimentos del extranjero, según economistas. Las importaciones venezolanas per cápita en abril de 2019 cayeron a su nivel más bajo desde los años cincuenta, cuando el país se quedó sin una moneda fuerte en medio de una crisis económica que empeoraba y del endurecimiento de las sanciones estadounidenses, según Torino Capital, una firma de corretaje. Las importaciones del país fueron de apenas 303 millones de dólares ese mes, una disminución del 92% respecto de abril de 2012.
“Con este nivel de importaciones y dada la destrucción del sector agrícola de Venezuela, será muy difícil evitar un deterioro importante en la disponibilidad de alimentos”, explicó Francisco Rodríguez, economista jefe de Torino Capital.
La crisis de combustible llegó en un momento en el que muchos venezolanos ya estaban pasando hambre. En diciembre, un mes antes de que Estados Unidos impusiera sus sanciones más fuertes, solo un 55% de los venezolanos comían tres veces al día, según Delphos, una encuestadora local.
El impacto de la escasez de combustible en los campos ya se siente en las ciudades. En el último mes, el precio de las zanahorias, papas y plátanos ha subido más del doble en el principal mercado de alimentos al mayoreo de Caracas, lo cual ha rebasado el índice inflacionario ya galopante del país —que se calcula que es de alrededor de un 26 por ciento mensual— según los corredores del mercado.
Un saco de papas de 54 kilos ahora cuesta cinco veces el salario mínimo mensual venezolano. La mayoría de los venezolanos, en vista de que el costo de los alimentos se ha disparado, han reducido su consumo de vegetales. Prefiere alimentos menos nutritivos como la pasta, el arroz y el maíz procesado, muchos de los cuales se obtienen en las cajas de alimentos subsidiadas del gobierno.
En 2017, solo una tercera parte de los hogares venezolanos compraron a la semana vegetales que no fueran las raíces locales baratas, según las cifras más recientes de la encuesta nutricional anual, coautoría de la fundación Bengoa, una organización local sin fines de lucro. El consumo de vegetales y otros alimentos ricos en nutrientes ha disminuido más desde entonces. Ha contribuido con “el hambre oculta de los venezolanos”, según Maritza Landaeta, investigadora de la organización. “No puede ser posible que el país se esté quedando sin comida y aquí tengamos 6000 hectáreas de vegetales paralizados”, dijo el director de la cooperativa La Trinidad de Pueblo Llano, Augusto Alarcón.
Los precios elevados de los vegetales para los habitantes de la ciudad no están beneficiando a los productores, sino que solo reflejan el aumento en los costos logísticos.
El costo del transporte de papas de Pueblo Llano a Caracas se ha triplicado en los últimos meses, dijo Oswaldo García, uno de los últimos mayoristas de vegetales que sobreviven en la región. Aunque el combustible en las gasolineras de Venezuela es casi gratuito, su escasez obliga a las empresas de logística a compensar su falta en el mercado negro —donde un galón de gasolina cuesta hasta 6,50 dólares, casi tres veces más el precio promedio en Estados Unidos.
Hace dos años, García operaba una flotilla de setenta camiones que transportaban 120 tipos de vegetales frescos por todo el país. Hoy le quedan quince camiones.
Para enfrentar la falta de combustible, algunos transportistas de alimentos han cambiado a camiones que usan diésel, cuyo suministro es mejor. Sin embargo, la gasolina sigue siendo una parte importante de la cadena de producción agrícola —desde el transporte y alimentación de los trabajadores hasta la operación de las bombas y el suministro de repuestos para la maquinaria.
En el estado de Portuguesa, la escasez ha paralizado la cosecha de arroz y maíz. En mayo de 2019, impidió a los agricultores plantar un nuevo cultivo antes de la temporada de lluvias. “Cuando sea hora de cosechar nuevamente en cuatro meses, veremos todo el costo de esta” escasez, dijo Víctor Sánchez, agricultor del pueblo de Turén en el estado de Portuguesa.
Su vecino, Roberto Latini, llegó a Turén con su padre desde Italia cuando era niño, en 1956, atraídos como cientos de sus compatriotas por la oferta de tierras gratis en una colonia de agricultura modelo creada por Marcos Pérez Jiménez, el gobernante militar del país. El mes pasado, Latini dejó todos sus cultivos en barbecho por primera vez. “Esta decisión ha cambiado mi vida, trae consigo temor, angustia”, dijo Latini, quien depende por completo de la agricultura. Sus ahorros le alcanzará para sobrevivir solo hasta la próxima temporada de cultivo.