“Tenemos que tomarnos las instituciones públicas”, clamaba Ricardo Patiño, excanciller y hombre de confianza de Rafael Correa. Hablaba apasionadamente, con rabia, arengando a copartidarios en un mitín de su partido en octubre de 2018. Después de que se filtró el video de su discurso, el juez Flavio Palomo dictó prisión preventiva contra el excanciller por presunto delito de instigación a la violencia. En abril de 2019, Patiño salió del país. Poco se cuestionó la acusación: todavía atrapados por la dinámica de correístas-anticorreístas, para los medios pudo más la antipatía contra Patiño, que las inconsistencias de los cargos en su contra.
En un video que publicó desde Perú, Patiño enfatizó que la acusación en su contra no era de “corrupción” —como con muchos allegados de Rafael Correa—, sino de instigación a la violencia. Irónicamente, aunque la acusación remite a las tácticas que empleaba el gobierno de Correa para silenciar la protesta —y que Patiño defendía—, el excanciller esta vez estaba en lo cierto.
En el mitín interno de Latacunga, Patiño habló de “cambiar la estrategia de la resistencia pasiva y organizada a la resistencia combativa”. Sus direcciones son fuertes, decisivas, pero difícilmente pueden ser calificadas como un llamado a la violencia. Por antipatía, tirria, o costumbre caímos en la tentación de apilar el caso del excanciller junto al de otras figuras del correísmo inculpadas de corrupción y protegidas desde adentro.
Escapó: la fuga en si parecía una admisión de culpabilidad. Pero el sospechoso descuido de la prensa para analizar y denunciar las irregularidades de este caso y para fiscalizar las acciones del gobierno de Lenín Moreno contra figuras del gobierno anterior debería preocuparnos: Moreno podría tener su propia forma de meter mano, como si nada, en la justicia.
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A dos años de haber iniciado su administración, el Presidente ha construido una relación con la prensa muy diferente a la de su predecesor. “Se respira libertad”, dijo él mismo sobre su gobierno. Correa le dedicaba tiempo de su sabatinas a despotricar contra los medios —Moreno les cuenta chistes. Esa relación de aliados y compinches, le ha permitido moverse sin la resistencia y oposición mediática que recibía Correa constantemente. La prensa, antes vigilante de cada movimiento del gobierno, sus jueces o sus ministros, ahora está mucho menos dispuesta a actuar como la contraparte del poder.
La decisión del juez en teoría fue independiente, al margen de las presiones del gobierno. Pero considerando la pugna abierta que existe todavía entre funcionarios del régimen actual y el anterior, es difícil creer que no hubo influencia alguna, especialmente con una acusación tan dudosa.
Un caso así —más allá de si la decisión fue hecha independientemente o no— revela que en la lucha simbólica de Moreno contra el correísmo, lo que prima no es la justicia, sino la erradicación de Correa, la persona, y lo que podría significar para la autoridad de Moreno. Es, en ese sentido, el estilo personal del presidente —sea quien sea— lo que sigue definiendo al Estado ecuatoriano.
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El que come callado, come dos veces. Así ha comido el gobierno de Moreno. En el caso del programador, activista, y supuesto colaborador de Julian Assange, Ola Bini, acusado del delito de atacar a la integridad de sistemas informáticos, las pruebas para su prisión preventiva incluyen sus 150 viajes entre 2013 y 2019 (15 a Londres), sus libros y sus gastos en internet.
Nada más: indicios vagos basados en su uso de tecnología. Después de haber argumentado que la razón para el retiro del asilo de Assange —otro nombre asociado con Rafael Correa— fue su incumplimiento de las condiciones acordadas para permanecer en la embajada ecuatoriana en Londres, la detención de Bini, así como las pruebas presentadas en su contra, huelen a chivo expiatorio.
El gobierno se ha mostrado una y otra vez como una víctima del legado correísta. Así, desde esa supuesta vulnerabilidad, el silencio y la sonrisa bonachona de Moreno nos ha bajado la guardia.
Es como el dibujo animado del Correcaminos, disfrutando de saberse “presa” del Coyote para torturarlo. Esa dinámica —la del villano y la víctima— puede parecer favorable en este momento para quienes se convencieron de que el villano era y es Correa, mientras que el gobierno de Moreno es y será inofensivo. Pero si en verdad se precia de ser “la contraparte del poder”, la prensa tiene la obligación de defender, cuestionar e investigar también los posibles abusos contra sus detractores —lo que hizo en la década correísta.
En esos años, un poema del pastor alemán Martín Niemöller fue mil veces parafraseado. El original decía:
Primero vinieron por los socialistas, y yo no dije nada,
porque yo no era socialista.
Luego vinieron por los sindicalistas, y yo no dije nada,
porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los judíos, y yo no dije nada,
porque yo no era judío.
Luego vinieron por mí,
y no quedó nadie para hablar por mí.
En los diez años en que Correa gobernó, el poema mutó a “vinieron por los empresarios”, “por los ambientalistas”, “los medios”. Ahora, en la época morenista, las versiones criollas de los versos de Niemöller han caído en desuso. Y es una señal de alerta: cuidado nos encontramos, en un futuro no muy lejano diciendo que vinieron por los programadores extranjeros—o que vinieron por los correístas, y no dijimos nada porque no somos correístas. Los excesos persecutorios de los Estados, sin importar quién los encabece, deben ser rechazados.