El Presidente Constitucional de la República ha emitido un oficio excusándose por cuanto tuvo un accidente hace unos días, algo menor” —dijo José Serrano, presidente de la Asamblea Nacional— “pero que le impide estar en esta sesión”. Hablaba después de que María Alejandra Vicuña diera su discurso en la Asamblea Nacional el sábado 6 de enero de 2018. Vicuña, una ferviente defensora del expresidente Rafael Correa, fue posesionada como Vicepresidenta de la República en reemplazo de Jorge Glas. Serrano se refería, sin mucho entusiasmo, a lo que la Secretaría de Comunicación del gobierno había llamado cuarenta y ocho horas antes “un accidente doméstico producto del volcado accidental de una bebida caliente”. Qué accidente tan inoportuno y qué quemada tan severa debe haber sido que le impidió a Lenín Moreno asistir a un acto de tamaña importancia: la última vez que el Ecuador tuvo que elegir un vicepresidente en el seno del Legislativo fue tras la caída de Lucio Gutiérrez, que abandonó el poder en 2005 tras las protestas en Quito. Lo que es aún más revelador es que Vicuña gozaba de todas las complacencias del Presidente: no solo encabezaba la terna, sino que estaba encargada de la Vicepresidencia desde el 5 de octubre, cuando Jorge Glas entró a la cárcel por la trama de corrupción Odebrecht.

Todo esto grafica al gobierno de Lenín Moreno. Mientras en el país ocurren cambios drásticos —muchos relacionados con sus propias decisiones— él parece no darse por aludido.

Es una apatía ensayada: María Alejandra Vicuña ocupa ahora la silla del sentenciado Jorge Glas por decisión de Moreno, pero él dice que el mérito es de los setenta legisladores que la nombraron. Los desaciertos de Vicuña también serán de ellos. Pero desde que se filtró la terna se sabía que Vicuña la encabezaba y que, incluso si en la Asamblea no se ponían de acuerdo, en 15 días ella se habría convertido, de todas formas, en la Vicepresidenta, porque eso manda la Constitución. Más allá de la excusa de la bebida caliente, la ausencia de Moreno muestra el estilo escurridizo del Presidente. “La Asamblea Nacional lo ha decidido. ¡Felicitaciones a la Vicepresidenta María Alejandra Vicuña”, dijo en un tuit. Como si la decisión no fuese, en realidad, suya. Como si Vicuña no hubiese sido su elegida. Lenín Moreno prefiere, siempre, que la responsabilidad sea de otros.

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En una entrevista publicada por el diario español ABC Moreno dijo estar “espeluznado por la corrupción galopante del gobierno de Correa”. Es como si hubiese olvidado que, durante seis años, él fue el segundo a bordo en ese gobierno que ahora lo espeluzna, y durante los cuatro restantes siguió defendiendo a Rafael Correa.

En esa década jamás dijo estar incómodo con el estilo de su antecesor, ni con las decisiones abusivas que tomó en contra de  activistas y organizaciones sociales, periodistas y medios que denunciaban la corrupción que hoy espeluzna a Moreno. Los privilegios que obtuvo en diez años al lado de Correa le permitieron llegar a la cúspide de su carrera política, desde donde hoy critica a quien antes solo halagaba. “Rafael es uno de los mejores hombres que ha tenido la patria”, dijo Lenín Moreno en una entrevista a un medio público en 2016. Hoy, ya no le parece tan bueno.

Que en unos meses Moreno se haya dado cuenta o enterado de lo que no vio en diez años solo puede significar dos cosas: o vivía totalmente alejado de la realidad, o voluntariamente miraba para otro lado. Gabriela Ortega, analista política y profesora universitaria, cree que las decisiones de Moreno son eminentemente políticas. Su distancia con Correa respondería a un cálculo político. Según Ortega, “este juego político ha llevado a Moreno a asumir decisiones ventajosas políticamente, pero que no han cambiado de manera trascendental la gestión gubernamental”.

Moreno tampoco ha dicho nada sobre la situación de dos de sus cercanos colaboradores, Iván Espinel y Richard Espinosa. Ambos fueron señalados por la Contraloría por los manejos que tuvieron, en distintos cargos, dentro del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS). Espinel fue candidato a presidente en las elecciones de 2017 —quedó penúltimo— pero fue lo suficientemente astuto y apoyó a Moreno en la segunda vuelta. Como premio, fue nombrado Ministro de Inclusión Económica y Social. Seis meses después de su posesión, se supo que la Contraloría había emitido al menos 11 informes en los que se determinaría indicios de responsabilidad penal en su contra, y responsabilidad civil culposa por irregularidades mientras fue Director del IESS en la provincia del Guayas.

Pero Lenín Moreno no le dio mucha importancia. Durante tres semanas, era como si las acusaciones no apuntaban a un hombre que se sentaba con él en los gabinetes. Al final, Espinel renunció. Dijo que se iba para hacer campaña por el Sí en la Consulta Popular que Moreno convocó para el 4 de febrero. En la misma entrevista al diario español, Lenín dijo: “Fue un muy buen aliado, un aliado leal, tenemos una buena amistad. Se ha hecho a un lado para defenderse de las acusaciones sin que haya injerencia y para que no afecte a la confianza en el Gobierno.” La Fiscalía ya lo está investigando y el 15 de enero Espinel deberá comparecer para la audiencia de formulación de cargos. Moreno no ha dado más declaraciones que esa, como si los indicios de algunas corrupciones fueran más espeluznantes que otras.

Algo similar pasó con Richard Espinosa, hoy expresidente del directorio del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), Espinoza fue nombrado por Rafael Correa en marzo de 2015 y ratificado  en el cargo por Lenín Moreno en mayo de 2017, mediante el Decreto 8. La Contraloría General del Estado ratificó una resolución de destitución en contra de Espinosa porque habría eliminado una deuda de más de 2 mil 500 millones de dólares que mantenía el Estado ecuatoriano con el IESS.

El primer informe tenía fecha del 21 de junio de 2017, el segundo —en el que se ratificaba la destitución— es del 21 de noviembre. Todo cayó en oídos sordos. Lenín Moreno, la persona encargada de ejecutar la decisión de la Contraloría, no reaccionaba. Su desentendimiento de la situación del funcionario que él había elegido para manejar los fondos de los aportantes al Seguro Social fue tal, que la destitución no llegó a ejecutarse: con una maniobra poco transparente, Espinosa se libró de la destitución y, a la vez, libró a Moreno de hacer lo que más parece detestar: tomar una decisión.

El 5 de diciembre, en la inauguración del Hospital del IESS Quito-Sur, el cuestionado directivo anunció su renuncia. “Hemos conversado con el presidente Moreno, y no es de ahora, y le he pedido poder dejar el IESS finalmente después de haber hecho la obra más grande”, dijo ante quienes asistían al evento, incluido Moreno.

Espinosa aprovechó la despedida para alabarse: que entró a limpiar el IESS, que era una corruptela, que todavía no ha terminado, que deja la obra más grande. Un apacible Lenín le respondió: “Voy a considerarla. La verdad es que un proceso revolucionario precisa de gente que actúe de manera revolucionaria y tú lo has hecho”. Ni media palabra sobre las irregularidades observadas por la Contraloría. Al contrario, en su estilo, el Presidente solo tuvo halagos para su coideario, aplaudió su transparencia y su honestidad y recordó que lo conoce desde niño. De la deuda borrada, nada. “Veo relaciones de confianza que deben ser mantenidas. Lenín Moreno soslaya las decisiones políticas por conservar o primar las relaciones personales” —dice la politóloga Gabriela Ortega— “No solamente por ‘honrar una amistad’, sino porque los bandos dentro de Alianza País están evidenciados y cualquier movimiento en falso, inclina la balanza hacia un lado.”

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El silencio de Lenín Moreno también cubrió al país cuando su hombre de confianza, Eduardo Mangas, tuvo que renunciar. Mangas, Secretario de la Presidencia desde mayo de 2017, se vio forzado a salir del gobierno luego de que se filtrara un audio en el que hablaba sobre la ruptura entre Correa y Moreno, la forma en que se manejó la campaña electoral, la imposición de Glas como candidato, y las denuncias de corrupción hechas por la Comisión Anticorrupción y el activista Fernando Villavicencio que, según dijo, eran ciertas. “No vamos a ceder en nada, pero tenemos que dialogar, que se sientan escuchados”, decía Mangas sobre el llamado al diálogo. Moreno no dijo una palabra sobre el audio durante una semana.

Solo la presión creciente lo llevó a referirse al tema en el espacio televisivo que la Presidencia ocupa cada lunes en cadena nacional para informar sobre sus actividades. Allí dijo que el audio había sido obtenido de manera ilegal, y que había tomado correctivos para que ese tipo de situaciones no afectasen la confianza en el gobierno. Nunca pronunció siquiera el nombre de Eduardo Mangas. Al día siguiente calificó de ‘caballerosa’ la actitud de Mangas. Ni un juicio de valor, una opinión, nada sobre las infidencias en las que se ponía en duda hasta la transparencia de las elecciones que lo llevaron al poder.

Muchos medios han tolerado la tibieza de Moreno. Después de una década de abusos en su contra, la mayoría sigue de luna de miel con el Presidente. Pocos son los que lo critican abiertamente (generalmente los medios digitales, menos dados a los tires y hales de las relaciones con el poder). Moreno evita sentarse con la prensa. Tuvo un primer conversatorio con medios extranjeros al día siguiente de posesionarse, otro con periodistas nacionales al quinto día, y se reunió con los dueños y directivos de medios en octubre de 2017. En el canal de YouTube de la Presidencia constan además cinco entrevistas concedidas por Moreno, todas a la prensa extranjera. Siete meses después de su posesión, los ciudadanos aún no pueden verlo en una entrevista local en la que responda sobre su gestión, aunque se dice que esta semana estará en una televisada con al menos tres periodistas.

Así lleva poco más de medio año en el poder. Su estilo amable pero evasivo, poco confrontativo —al punto de evitar incluso tener posturas firmes con funcionarios cuestionados— ha representado quizás el mayor contraste del estilo de su examigo, Rafael Correa. Esas formas lo han blindado de la crítica y han permitido que, en apariencia, haya un aire de dulce paz. Pero en el fondo, ¿cuánto ha cambiado? “Se puede analizar estos meses de gobierno de Moreno desde la política, que ha sabido ejercerla muy bien, manteniendo a todos los bandos, antes distanciados por Rafael Correa, cerca y ávidos de construir relaciones (medios de comunicación, oposición, indígenas, empresarios, mujeres, entre otros)”, dice la politóloga Gabriela Ortega.

Su decisión más reciente, poner a tres mujeres que fueron cercanísimas a Correa en la terna para la Vicepresidencia también ha causado desconcierto. Quizás la respuesta es que al menos ellas no son muy distintas a él: los cuatro parecen haberse acomodado al discurso y al ritmo que les toca. “Lo que es evidente es que Jorge Glas fue un binomio impuesto para Lenín Moreno, y que en esta ocasión tuvo en sus manos la elección de quién le acompañará en lo que resta de gobierno”, dice Ortega sobre la terna.

Vicuña era una ferviente defensora de Rafael Correa, impulsó y votó a favor de las enmiendas que permitieron aprobar la reelección indefinida. Antes, debido a las críticas de la oposición en el pleno, la entonces asambleísta Vicuña dijo: “la calidad moral de Rafael Correa se sustenta en la consecuencia, en la lealtad y en la conciencia que tiene para con su pueblo y eso es lo que a algunos les genera urticaria”. Rosana Alvarado —quien también conformaba la terna de Moreno— era otra convencida de las enmiendas y de la valía del expresidente. “Las enmiendas son para un pueblo que no quiere volver al pasado, que es grato con la revolución ciudadana, con un Correa transformador que sabe la necesidad de mantener este proceso” dijo en diciembre de 2015 en el pleno (en el período 2013-2017, fue Vicepresidenta de la Asamblea). María Fernanda Espinosa —la otra elegida por Moreno para la terna— ha sido quizás la más mesurada con sus palabras, pero durante el gobierno de Rafael Correa ocupó puestos clave: Ministra de Defensa, Canciller, aunque también cargos más discretos como Ministra de Patrimonio y representante ante la ONU. Por quien sí metió las manos al fuego fue por Jorge Glas, hoy condenado a seis años de prisión por la trama Odebrecht. “Él ha salido a publicamente, ha demostrado cada cosa y nunca han tenido una prueba contra él”, dijo en una entrevista durante la campaña de la segunda vuelta electoral de 2017, cuando Moreno se enfrentaba a Guillermo Lasso.

Esos episodios —que las tres quisieran que olvidemos— presentan la decisión de Moreno, como muchos lo han explicado, como una deferencia con las facciones de Alianza País que veían con recelo la cercanía de Moreno con la derecha. Queda por ver cuál es la siguiente jugada del Presidente que no asistió a la posesión de su elegida, tan ambigua como él. Para Gabriela Ortega, hay algo que debería estar claro para Moreno: “Si se escuchan sonidos de serrucho en Carondelet, será por su propia culpa”.