Sara tiene la voz dulce. Habla, con algo de apuro, mientras ordena su taller. Me pregunto si un taller debería estar ordenado, y le pregunto cuándo está un taller está ordenando. Me mira, sonríe y sigue moviendo las cosas de un lado a otro. En un patio inmenso están sus esculturas. Algunas, bien escondidas debajo de árboles o fundidas a la cerámica del piso, otras, las más grandes, en el centro del patio.
Cada una tiene su historia.
Sara Palacios es escultora. Su amor por el oficio, dice, es un poco tardío: empezó a sus 30 años. Sara también es poeta, ha publicado libros. Dice que la palabra y la fragua están profundamente ligados.
El patio de Sara está lleno de esculturas de cuerpos femeninos. Para ella, esculpir el cuerpo de una mujer es tener conciencia anatómica primero, sentir sus propios huesos, sus propios músculos y luego tomar conciencia de los gestos y de los ojos. Trabajar el cuerpo femenino es también una fortaleza para ella. Ser escultora es una responsabilidad, dijo Sara.