Patricio Nardi tenía 15 años cuando se hizo su primer tatuaje sin el permiso de sus padres. En esa época, dice Nardi, en el Ecuador habían muy pocos estudios con buenos equipos pero el trabajo del tatuador lo convenció: se hizo un pequeño símbolo japonés en el muslo. No está orgulloso de haberlo hecho a escondidas, y hoy no tatúa a menores de edad sin el permiso de sus padres. Llegó al mundo del tatuaje por la influencia de sus hermanos quienes escuchaban rock y a Nardi enseguida le gustó mucho la estética relacionada a ese género musical. En el colegio tuvo clases de arte y aunque era un abordaje clásico, allí empezó a sumergirse en los diferentes tipos de diseño, culturas, estilos, moda y así poco a poco entender más el  mundo de los tatuadores.

Cuando se graduó del colegio, Nardi empezó a trabajar en un estudio como tatuador. Sus primeros tatuajes los hizo con mucho miedo. Nardi dice que es muy difícil dominar la máquina porque vibra, es pesada y estás en contacto con otra piel.

Patricio Nardi

Una clienta mirando el acabado de su tatuaje. Fotografía de Valentina Tuchie para GK

Patricio Nardi

«Es muy difícil dominar la máquina, porque vibra, es pesado, estás con piel, es como otro medio» Patricio Nardi. Fotografía de Valentina Tuchie para GK.

Aunque suene para algunos redundante, Nardi dice que para tatuar, hay que saber dibujar. Sobre el proceso dice que las personas deben estar preparadas para aguantar el dolor mínimo por una hora. “El proceso de alcanzar algo a través del dolor es algo muy especial”. Según él, un tatuador también es un psicólogo porque hay personas que llegan con historias muy fuertes. Por ejemplo hay quienes se tatúan el nombre de algún familiar que ha fallecido. Como profesional, Patricio dice que hay que saber canalizar eso porque no solamente trabaja con el dolor físico, sino también emocional.

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El estudio de Patricio Nardi está en la calle Austria y Checoslovaquia. Fotografía de Valentina Tuchie para GK.