“We make her paint her face and dance”

John Lennon

Era 1949. Norma Jean Baker necesitaba dinero y aceptó tomarse unas fotos, desnuda, por las que recibió 50 dólares. Cuatro años después, Norma se llamaba Marilyn Monroe y era una figura muy reconocida por el norteamericano promedio, con varias películas protagonizadas. Por eso un editor de Chicago —que ni siquiera llegaba a los 30 años— vio la oportunidad del siglo cuando consiguió comprar esas fotos por 500 dólares y las publicó en la primera edición de su revista, que llamó Playboy.

Vendió 50 mil ejemplares en los primeros días. Era diciembre de 1953.

Marilyn tuvo que salir a explicar, en una entrevista, que hizo las fotografías tiempo atrás, en un momento de desesperación económica y que no tenía poder sobre ellas. Temía que destruyeran su carrera y por eso prefirió aclararlo.

Él nunca le preguntó sobre esas fotos, o pidió permiso, o le importó en algo lo que podría pasar con Marilyn cuando se publicaran.

Esta es la síntesis de Hugh Hefner como editor: el tipo capaz de hacer lo que sea para que la publicación triunfe o llame la atención. También sintetiza la mirada de Hefner hacia la mujer: el hombre decide qué hacer con ella porque tiene el poder para hacerlo, sin importarle nada más.

No veo mucha diferencia entre Hefner y los tipos que suben fotos y videos de sus exes a la web para vengarse de ellas. O con los tipos que hackean los teléfonos o cuentas en la nube de actrices, o de cualquier mujer, y publican todo lo que tenga que ver con desnudos o actos sexuales. Lo hacen porque pueden y eso es suficiente.

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La revista que Hefner creó es considerada por muchos como pieza fundamental de la revolución sexual. Quizás haya tenido su relevancia por el momento en que apareció y por, se supone, celebrar la desnudez femenina ante una sociedad que aún sigue siendo sexualmente pacata. Playboy también fue espacio de temas sociales complejos en su época, como la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, la defensa de la libertad de expresión, los derechos de homosexuales o cualquier otro que pudiera considerarse importante bajo el tamiz liberal con el que se manejaban, incluyendo el derecho al aborto. En otras palabras, esa era la época y Playboy no estaba atrás. Podríamos quedarnos con eso, o con las firmas de tantos autores y autoras de renombre que publicaron reportajes, crónicas, cuentos o fragmentos de obras en sus páginas, una intelectualidad que supo encontrar en Playboy un espacio para mostrarse.

Y quizás ahí radica un problema que, al ser notado, entra en un terreno pantanoso.

No se puede criticar a Playboy o a Hefner sin ser catalogado como conservador, curuchupa, descabellado o sin ser calificada como feminazi. Porque ese gran “pro” que supone Playboy —alrededor de cierta naturalización del cuerpo desnudo de la mujer— no puede ser negativo, ¿no? Sería imposible, ¿no? Y obvio, la desnudez no es el problema; sin embargo, lo que Playboy ha generado con su aproximación a la desnudez femenina es lo que debería ponernos a pensar en estos días, en que encontramos todo tipo de tributo a Hugh Hefner.

La desnudez femenina de Playboy es la desnudez del hombre que decide cómo la mujer debe verse sin ropa. No es una exploración de la sexualidad femenina. Es, en realidad, la determinación masculina sobre el cuerpo femenino. Y eso no puedo conciliarlo con nada. Se es liberal o no se es. Y Playboy ha demostrado en más de 60 años que al ser una revista para hombres —solteros, el eterno bachelor como epítome del éxito en la vida— el cuerpo femenino tiene el mismo nivel que la arquitectura, los consejos para verse bien, para triunfar, la política y los famosos.

No hay mujeres exponiendo su sexualidad, sino hombres observando esa desnudez desde el poder que la misma sociedad les ha dado. Hombres creando una fantasía de mujeres sin ropa, estandarizándolas como conejitas, rubias, de medidas considerables en su pecho, con piernas interminables y traseros como duraznos. Playboy vino a romper con la imagen aburrida del hombre como tipo de familia y jefe de su casa, sin aspiraciones. ¿Y la mujer? Pues al servicio de ese nuevo hombre cool, alegre, de mundo.

La aspiración femenina se centraba —y se centra— en ser ese objeto de placer para el hombre. Objeto generalizado, sin espacio para la individualidad, descartable.

Esa es la revolución sexual que se celebra cuando se habla de Hugh Hefner. El tipo que aparecía en bata roja, en el centro de la imagen, rodeado de mujeres que podían ser intercambiables.

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Quizás Amanda Hess, redactora de la sección cultural de The New York Times —y quien también escribió en Playboy— es quien da en el clavo en una conversación que tuvo días atrás con otras redactoras del diario, sobre Playboy y la perspectiva de Hefner. “Lo que él hizo fue más como un ‘pivote’ sexual. Él rebautizó la objetivación de las mujeres como algo intelectual y bonito”—dice Hess— “Su proyecto tuvo poco que ver con el sexo. Su marca, para mí, es sobre poder. Él fue un tipo que mantuvo una colección de muñecas vivas en su casa de juegos, en un ambiente que él podía controlar en su totalidad y por eso nunca salió de ahí”.

Holly Madison fue novia de Hefner, vivió en la mansión Playboy desde el 2000 al 2008 y fue una de las protagonistas del reality The girls next door. Por el testimonio que da en su libro Down the rabbit hole…, sabemos que las reglas en la casa rozaban la ridiculez y el control extremo. Las mujeres debían respetar el toque de queda que se imponía en la casa desde las nueve de la noche; debían verse jóvenes y vestirse y maquillarse como él quería. Había reclamos si subían de peso y, si alguna quería hacer algo que quisiera y que no lo involucraba, Hefner le hacía sentir como si lo hubieran defraudado.

“Lo que quise crear fue un fenómeno pinup dedicado a la chica de al lado. La belleza está en todos lados —en el campus, en la oficina, en la puerta de al lado. Ese era el concepto… a las chicas lindas les gusta también el sexo —es parte natural de la vida. Y no hay que avergonzarse de eso. Parte de la revolución sexual es dotar de racionalidad a la sexualidad. Porque si no aceptas la sexualidad en una perspectiva normal, te quedas con una sexualidad torcida, de esas que destrozan vidas”, dijo Hugh Hefner en una entrevista en 2003, a la NPR, por los 50 años de Playboy.

Ese fenómeno de la chica de al lado, como construcción social, ha sido exitoso, sin duda. Pero es artificial cuando supone, desde su concepción, algo que no es: no importa si a la chica de al lado le gusta el sexo, o si responde a la belleza marca Playboy, importa que los hombres disfrutemos de ese aparente gusto o de ese físico femenino, una ficción creada desde una mirada masculina. Ese artificio sobre una aparente sexualidad libre es quizás algo que al mundo le costará sacarse de encima. Mientras no sea un problema que una mujer se desnude para cumplir con fantasías de hombres, sin pensar en las propias o ejercerlas abiertamente como una aspiración social, no habrá revolución posible.