[dropcap]H[/dropcap]ace ya varios años empezamos a sentir con fuerza los síntomas de un cambio sistémico en el orden mundial al que para mal o para bien estábamos acostumbrados desde el término de la Segunda Guerra Mundial: una forma de gestión global en la cual el ser humano era indispensable para proveer al ser humano a una en la cual el ser humano es prescindible en los diferentes eslabones de las cadenas de valor económico. Es un cambio que apunta a producir más con menos gente en el proceso. Mucha menos gente. Más allá de los juicios de valor sobre los beneficios o perjuicios inherentes, la velocidad a la que se han implementado los avances tecnológicos supera con creces la capacidad de análisis y reflexión de los gobiernos. Ecuador evidentemente, no es la excepción.

La planificación del gobierno actual, así como los planes de gobierno de todos los candidatos a la Presidencia de la República, se asemeja a la actitud que tendría un grupo de bañistas ante una ola gigantesca que se apresta a golpear la orilla. La ola se acerca inexorablemente mientras los personajes en cuestión discuten sobre la pertinencia del uso de la tanga brasilera.

En 2016 Deutsche Bank publicó su último estudio estratégico sobre retorno de activos de largo plazo. El documento concluye que el mundo ha ingresado en una nueva era económica. Su duración potencial será de entre 20 y 40 años. Conclusiones similares han sido hechas públicas a lo largo de los dos últimos años. Desde instituciones como Barclays Capital Bank pasando por el Fondo Monetario Internacional hasta individuos ampliamente relacionados a las inversiones estratégicas como Mohamed El-Erian, todos concluyen lo mismo: los sistemas económicos y las teorías que teníamos para administrarlos son caducos. El mundo está presenciando el nacimiento de una “nueva rueda”.

No hace falta ser un erudito: las señales son claras y existe una suerte de consenso sobre las tendencias que le darán forma a esta nueva era. Una caracterización rápida nos indica que veremos bajos crecimientos económicos, mayores restricciones migratorias, altas tasas de interés, menores niveles de comercio internacional, bajas tasas de empleabilidad, sobrepoblación, crisis alimentaria, pandemias post antibióticos, cambios tecnológicos disruptivos en manufactura, transporte, banca y servicios, por mencionar algunos.

Las macrotendencias también son evidentes. Las matrices tecnológicas de los diferentes procesos relacionados a productos y servicios, avanzan rápidamente hacia depender cada vez menos del ser humano. Por otro lado, cada vez somos más seres humanos. Ahí está el ejemplo de lo que un grupo de científicos llamó la Industria 4.0. En términos generales, la Industria 4.0 implica la transformación de una fábrica en la cual los humanos regulan y deciden sobre los diferentes parámetros productivos en una en la cual cada uno de los componentes del proceso se encuentra interconectado a una red central que es capaz de tomar decisiones sobre los diferentes parámetros de control de forma inmediata. Un proceso de análisis y decisión que a un supervisor de producción de su cerveza favorita le puede tomar horas, sería resuelto de forma inmediata por la red central.

No es ciencia ficción. En Ecuador está por culminarse la implementación de esta tecnología en una fábrica de cosméticos. Esta fábrica hubiese podido emplear a 200 personas. A través de la aplicación de Industria 4.0, emplea a 40. Lo que es un maravilloso avance en términos de rentabilidad y competitividad para la empresa se vuelve un dolor de cabeza para la clase trabajadora.

Esta realidad implica muchas preguntas: ¿Qué va a pasar cuando la implementación de esta tecnología reduzca hasta un 80 % las plazas operativas de manufactura? Cuál será la respuesta de nuestro gobierno?, ¿Cómo van a crear los al menos 2 millones de empleos formales que requiere el Ecuador para estabilizar su aparato social si los empleos de manufactura desaparecen? ¿Por qué los candidatos no plantean nada al respecto? ¿Cuál será la respuesta del aparato legislativo?

A principios de este año la revista inglesa The economist publicó el texto El engaño de los trabajos de manufactura. En él, se criticaba la falacia argumentativa de Donald Trump al pretender llevar de regreso la manufactura a Estados Unidos. Los autores lo decían claramente: el problema no es China, ni México: el problema es la tecnología. Tristemente, en nuestra farándula politiquera criolla vemos candidatos ofreciendo lo mismo: promesas de creación de empleo en industrias que progresivamente necesitarán menos personas.

***

[dropcap]S[/dropcap]in embargo, y por increíble que parezca, la cosa no quedará ahí. La inteligencia artificial, cuyo crecimiento en capacidad y aplicación es exponencial, irá paulatinamente absorbiendo empleos en comercio, banca, servicios, hospitalización, leyes, administración, sector público y un gran y largo etcétera. Esto está pasando y seguirá pasando. Somos cada vez más en un esquema que nos necesita cada vez menos.

Ningún plan de gobierno de ningún candidato aborda estos temas estratégicos. La visión de corto plazo está encaminada a resolver los problemas comprensiblemente usuales como empleo, salud, educación y seguridad, dentro de un marco usual. La mala noticia para los políticos es que ese marco ya no existirá más.

Nuestro retraso estratégico es fuerte. Muchos políticos siguen pensando en transformar a Ecuador en un centro portuario logístico, sin vislumbrar que la impresión 3D es ya un hecho y que aniquilará las cadenas de abastecimiento y transporte tal y como las conocemos. La reflexión económica es simple: ¿Para qué transportar algo que puedo imprimir directamente en el país de destino o inclusive en la misma casa del consumidor?

Un mega puerto suena idílico, pero en términos estratégicos equivale a construir refinerías en los albores de la decadencia del petróleo. La ola que viene se va a llevar esos puertos.

Para la mayoría de gente lo que he mencionado parecerá una exageración. Es aquí que le dejo una gentil sugerencia al lector: no se deje apabullar por la disonancia cognitiva —la evidencia es clara. El mundo está cambiando sumamente rápido y nuestra clase política no está  previendo ese cambio. La prioridad hoy en día, como siempre, es el marketing político y no la estrategia de estado.

Más allá de quien triunfe en las siguientes elecciones los ecuatorianos deberíamos entender que la ola de cambio superará con creces la capacidad de respuesta del Estado. La política pública no es ni tan rápida ni tan efectiva.

Normalmente la grandilocuencia se desconecta de la realidad y de lo obvio. Para un mundo que está cambiando aceleradamente la respuesta política ecuatoriana parece ser la misma de hace 30 años.

Desarrollar el pensamiento estratégico a nivel de país no es alternativa, es una necesidad de supervivencia del Estado en un contexto que lo puede desbordar en menos de 20 años.