Ok: ya han pasado semanas desde el estreno de Star Wars: El Despertar de la Fuerza, suficiente tiempo para hablar de la película sin spoilearla: Todos los que la quisieron ver la vieron y al resto no les importa realmente. Así que aquí va una crítica honesta de un fan que le tomó un tiempo asimilar por qué no se sentía feliz después de verla.

Ser el director de Star Wars Episodio 7 no es tarea fácil: había demasiada presión por distintos aspectos de episodios anteriores bajo la dirección de George Lucas, que no habían convencido totalmente a sus fans. Entre las más comunes se encontraba el abuso de efectos especiales de Lucas, los cuales opacaban en ciertos momentos la historia y también la naturalidad de las actuaciones. Tras más de diez años de espera, había demasiados fans difíciles de contentar, y —sobre todo— distintas generaciones que tienen distintas expectativas de lo que debía ser la película. Star Wars es ahora una marca de Disney que intenta unir a la generación que armaba mix tapes grabando canciones de la radio con una generación que arma playlists en Spotify. 

— ¿Papá, cuanto tengo que esperar para que comience la película?

—Una hora, hijo

—¡Qué! ¡Una hora, toda una hora!

Era la charla que escuché entre un niño de cinco años y  su papá en la fila del cine, el fin de semana del estreno. Es, también, una metáfora sobre la visión del mundo de una nueva generación acostumbrada a la inmediatez y la facilidad para conseguir las cosas gracias al Internet. Imagínense a esta generación teniendo que esperar varios años de entrenamiento para convertirse en Jedi. ¿No estará mejor ver todos los capítulos del curso en Netflix, uno tras otro, para terminarlo más rápido?  

Por otro lado, está el efecto Disney con esa moraleja recurrente de que sin importar quién seas o de dónde vengas “puedes lograr todos tus sueños si los deseas mucho mucho mucho”. Es así como nace Rey, una hermosa y carismática nueva “jedi” que sin entrenamiento puede manejar el sable láser y enfrenta sin mucho esfuerzo a Kylo Ren —uno de los hombres más temidos y temperamentales de la galaxia. En Episodio 7 no hay tiempo que perder: “Cada hora que pasa se vuelve más poderosa” decía Ren sobre ella. Horas. No años de estudios y entrenamiento, como les costó a sus predecesores jedis Anakin y Luke Skywalker. La fuerza despertó de golpe. ¿Será que, al estilo Harry Potter, el sable la escogió a ella? ¿O será que al tocar la espada fue poseída por los espíritus ancestrales de los maestros jedis capacitándola para dominar la fuerza? Parecería ser más que eso: incluso con magia y con los espíritus ayudándolo, a Harry Potter le tomó ocho películas dominar los hechizos y enfrentar a Voldemort, su enemigo mortal. 

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Es imposible negar que los villanos son clave para las historias: son los catalizadores para la evolución del héroe. Sin el mal que son, no habrá el bien que los vencerá. Darth Vader, Palpatine, Sauron, Voldemort, Ra’s al Ghul, el agente Smith, los caminantes blancos, Hydra: némesis, necesarios e imprescindibles. Es aquí donde nos quedamos cortos. Me emocioné al ver a Kylo Ren que puede detener un disparo láser en el aire o una capitana Phasma protagonizada por la gigantona de Game of Thrones. “Esto se va a poner bueno”, pensé. Pero es entonces donde se confirma el cortoplacismo galáctico de Abrams: descuida desarrollar el potencial de cada personaje. El misterioso Kylo Ren pierde rápidamente su aura al quitarse máscara y mostrar un chico delgado con problemas de carácter, inseguridad y complejo de inferioridad ante el legado de su abuelo. La capitana Phasma —a parte de ser alta y tener una armadura plateada muy intimidante—no hace, literalmente, nada. 

Los stormtroopers que antes tenían terrible puntería, pero se los perdonaba por ser leales al Imperio, ahora son chicos con empleos de verano. Incluso el gigantesco Starkiller fue tan vulnerable como las anteriores Estrellas de la Muerte. L’Osservatore Romano, el diario de la Santa Sede, dijo que los villanos del Episodio 7 no eran suficientemente malvados, y que eso evitaba el contraste necesario entre el bien y el mal. Cuando el Vaticano dice que los personajes no son lo suficientemente intimidantes es que la película tiene un problema muy grave.  Quizás el villano fue la maquinaria de marketing que impuso la necesidad de diseñar personajes comercializables sobre la necesidad de contar una historia.

En la efervescencia de sus primeras impresiones, muchos fans se mostraban contentos porque —decían— guardaba el tono de la película original. Pero Star Wars no es una película, es un universo. Es un legado cultural forjado durante casi cuarenta años contado a través de películas, libros, series animadas, coleccionables y portales, y no sólo una referencia a la versión original de 1977. Le chocó al mismísimo George Lucas, que hace poco descargó en contra de la película, diciendo que “les había vendido la franquicia a unos tratantes de blancas”. Creo que lo que más le disgustó al creador de la saga fue que todo ese universo cuidadosamente armado, con escenarios interestelares y una evidente diversidad de planetas y razas espaciales, fue de una u otra manera obviado. A diferencia de Lucas, Abrams optó por no abusar de las animaciones por computadora (CGI): por un lado, ayudó a las actuaciones, pero, por otro lado, su excesiva austeridad visual no permitió que se crearan imaginarios galácticos. 

Seamos sinceros: en el Episodio 7 visualmente nunca nos alejamos realmente del planeta Tierra, y eso hizo que se perdiera un poco la magia. Además, salvo por las ruinas de una nave, no se sintió que haya existido una República o Imperio galáctico como eje central de la historia: de hecho, no sabemos casi nada de la situación de la galaxia tras la caída del Imperio. Fue un texto sin contexto. La única certeza de esta nueva historia es que en esos treinta años de ausencia los personajes originales no “vivieron felices para siempre”.

El resultado es una película que se parecía mucho a Star Wars, pero es algo diferente: una especie de realidad virtual con pequeños detalles claves que nos hacían dudar de su veracidad. Como las pequeñas fallas en la Matriz, que nos hacen incrédulos de la existencia misma de la saga. Hay que admitir que Abrams tuvo aciertos: en el manejo humano de los personajes originales, el humor de los nuevos personajes, el ritmo narrativo de la primera mitad de la película y sobre todo BB8. Esperemos que para la siguiente película corrija la cuestión mística y la cuestión mítica, los escenarios e imaginarios y —sobre todo— los villanos. Los resultados se sentirán a largo plazo. Los fans de la saga seguiremos a la espera de ver cómo el drama de una sola familia —los Skywalker— afecta toda la galaxia.

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Édgar Nicolás Jiménez León
Un ingeniero que desertó y quiso ser diseñdor gráfico creativo publicitario y consultor de branding. Profesor universitario y cofundador de Lúdica Studio Creativo. Equilibrista y puente entre mundos y personas con una enorme necesidad de crear
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