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En esta cafetería, ubicada en el centro de la ciudad, es la dueña quien tiene siempre la razón.

En la agitada y cordial gala que ofrece diariamente el centro histórico de Cuenca, los transeúntes que por ahí se movilizan encaran el reiterado y eterno dilema del romance: dejarse llevar por las tórridas aguas de lo superficial, decidiendo penetrar por las fachadas más mimadas o las recién intervenidas para obtener una satisfacción inmediata y segura; o elegir el riesgoso pero noble sendero que conduce a casas menos ampulosas; las  edificaciones “clase B”. Ellas, menos extrovertidas y pomposas, renegando del uso del rouge, de las serpentinas y el confetti, esperan con graciosa calma la llegada de los que sabiamente aceptan la desafiante invitación.

Jhuly

Jhuly, una cafetería que sin ser especialmente dotada de las cualidades que convencen al invitado promedio, logra exhibir sin recelo bocadillos que agradan a un amplísimo espectro de paladares. Su zaguán largo y estrecho, recubierto con mosaicos de color mostaza, es una pasarela por la que desfilan maduros con queso, la mezcla fresca de la cual se obtendrán las tortillas de choclo que se observan burbujeantes en los compartimentos metálicos de las vitrinas y la promesa ilustrada con fotografías y precios de una seductora carta de alimentos típicos, cuyas recetas resisten el paso del tiempo y las modas.

Al cruzar el umbral que divide el zaguán con el vasto y luminoso patio interno, los mosaicos se tornan floreados, de colores pastel primavera. Jhuly se abre de manera generosa al valiente y perseverante aventurero que busca una mesa en el sorprendentemente concurrido establecimiento.

Mosaico

Los meseros y meseras lucen elegantes sus prendas negras y atienden con fluida amabilidad a los que ya lograron instalarse tras paciente espera. Las bandejas llevadas con virtuosismo, desprenden los familiares aromas del café, morocho y aguas aromáticas que acompañarán a los protagonistas del festín: empanadas de viento , verde y yuca que son bañadas en un especial ají con dejos de maní. Sus rellenos son variados y típicos, siendo el interior de queso el que se destaca por un equilibrio saludable entre la textura de la masa y la fritura del aceite, con una textura suave, derretida y el punto de temperatura justo que permite disfrutar sin tener quemaduras posteriores.

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En Jhuly no existe el silencio incómodo. Amenizan el ambiente las conversaciones de enamorados, familiares, estudiantes y oficinistas apresurados. La ausencia de música en el salón permite escuchar una sinfonía conducida por el acento cuencano. Sin embargo, a lo lejos retumba delicadamente en las paredes un sutil sonido que nos dirige al corazón de Jhuly: la cocina. Es aquí donde los cocineros bailan al ritmo de canciones del recuerdo emitidas por una modesta radio local, a la vez que elaboran numerosos y clásicos platillos a los que no se les puede hacer justicia tan sólo con palabras.

En Cafetería Jhuly, la frase “el cliente siempre tiene la razón” pierde validez. Toda la experiencia nos lleva a una inequívoca conclusión: la que tiene la razón aquí es ella.

Espacios como estos hacen que Cuenca mantenga la cordura, resistiendo las arremetidas cosmopolitas del turismo y el acartonamiento que seduce peligrosamente a los comerciantes y pobladores del centro histórico. Son estos espacios discretos los que garantizan que la ciudad conserve el movimiento y la vivacidad de sus habitantes.

Lo que hay que saber:

Ubicación: Calle Hermano Miguel, entre Córdova y Sucre (Cuenca)

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Precios: Ultrabaratos, la empanada cuesta $0,75

Horarios: De lunes a sábado, de 8 am a 7 pm