El Gato Portovejense es la embajada del sabor manabita en Quito. El ceviche Jipijapa, preparado con maní, y el Viagra (un invento de su dueño) son los platos estrella.
Los ojos de Freddy Tutivén Macías, amo y señor del restaurante El Gato Portovejense, son del mismo color que el ingrediente infaltable de casi todos los platos manabitas: el verde. Este rasgo le ganó el apodo con el que bautizó a su local, que ha migrado de Portoviejo a Guayaquil, luego a Manta y, finalmente, a Quito. Nada ocurre en este local -especialmente, ningún plato llega a la mesa de un comensal- sin pasar primero por la cuidadosa mano de anfitrión de su dueño de impajaritable guayabera de colores e imponente bigote.
Ir a El Gato Portovejense es increíble por lo rico que se come (es el mejor ceviche que he probado en Quito, sin duda) y por la amabilidad de Freddy, lograda casi sin esfuerzo y siempre con una sonrisa.
Freddy es manaba. Exhuda manabismo. Nació hace un poco más de sesenta años, en Portoviejo, la capital de la hermosa provincia de Manabí, famosa por la sazón de su comida y el orgullo que sus habitantes sienten por su tierra. El manabita suele tener la mente algo más abierta que el resto de sus compatriotas, es sociable y simpático, y Freddy le hace justicia a ese perfil. Cuando habla para uno habla para todos, con el mismo vozarrón divertido con el que convence a los primerizos de probar el Viagra, plato emblemático de su restaurante, y llama “veneno“ a la Coca-Cola.
Hincha a muerte de Emelec -uno de los equipos más populares del Ecuador y némesis por antonomasia del Barcelona de Guayaquil- el Gato es prosudo, y le encanta charlotear con los clientes. De movimientos rápidos, casi como un bailarín, maneja el comedor, recibe pedidos, hace entregas a domicilio en bicicleta (una antigüedad de los años setenta) o en su camioneta, y viaja una vez a la semana a su natal Portoviejo para traer provisiones de verde, coco y tamarindo. Mientras él comanda el comedor, cinco mujeres lideradas por su esposa Cecilia se encargan de la cocina. Su cuñado y su hijo hacen las veces de meseros.
Freddy es dueño de una sonrisa pícara y empezó a cocinar cuando era niño. Su madre hacía empanadas y bolones que luego vendía en la calle. Freddy la observaba y la ayudaba y muchas veces preparaba el almuerzo para sus siete hermanos menores. Abrió su primera cevichería en Portoviejo, y fue un éxito. La gente viajaba desde otros puntos de la provincia solo para sentarse a su mesa. Luego se asoció con el abogado guayaquileño Luis Fernando Heinert, quien le propuso abrir un local en Guayaquil luego de una visita a su restaurante en Portoviejo, durante unas vacaciones.
En 2008, tras terminar su sociedad con Heinert y venderle su parte del negocio, Freddy regresó a Manabí y abrió una cevichería en Manta. En plena Asamblea Constituyente, el Gato era el responsable de alimentar a los cientos de asambleístas y asesores encargados de escribir el documento político más importante del país.
Cocinó para el presidente Correa más de una vez. Todavía recuerda con orgullo cuando le preparó un ceviche Jipijapa (con aguacate y maní) a Hugo Chávez, durante una visita oficial en julio de 2008. Antes de que concluyera la Asamblea, Correa le dijo a Freddy que en la capital no había quien prepare un ceviche semejante y lo convenció de que saque un préstamo y se mude a Quito.
Unos meses después, El Gato Portovejense abrió en la zona de la Mariscal, frente al mítico local de comida china Mágico Oriental (el más antiguo de la cadena) y a pocas cuadras de la cancillería. El ministro de Relaciones Exteriores, Ricardo Patiño, es uno de sus clientes, al igual que el político ecuatoriano con el nombre más simbólico del mundo, el ministro de Relaciones Laborales Carlos Marx Carrasco.
En El Gato Portovejense se elige entre cuatro variedades de ceviche (hay de concha, de pescado, de camarón, de langostino, de pulpo, de calamar, de cangrejo o mixto): el Popular, que lleva salsa de tomate y mostaza; el cholo e’Manta, con pepino y tomate natural picado, como se come en ese puerto manabita; el Portoviejo, que se sirve con los mariscos en caldo sin preparar (las cebolla y el perejil vienen por separado para que el comensal lo haga a su gusto); y el Jipijapa, mi favorito, que lleva salsa de maní y aguacate, una de las mejores recetas de ceviche que he comido en mi vida. Todos vienen con su buena porción de arroz en sencillos platos de una vajilla muy parecida a la que usaba mi abuela: de un blanco prístino y con los bordes decorados por rosas y flores en color pastel. Se puede elegir entre dos versiones, según el nivel de hambre: para niño o para adulto. El ingrediente indispensable es el ají de la casa, un encurtido hecho a base de cebollita picada. Y mucho, mucho limón. Si se complementa con una biela bien fría no hay chuchaqui que no se pueda superar.
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La estrella del menú es el Viagra, un estofado que lleva todos los mariscos de la casa, desde pulpo hasta un cangrejo que coloca entero por encima del guiso y un toque de maní. El plato que Freddy asegura haber inventado y al que le atribuye cualidades afrodisíacas, se sirve en un recipiente hondo y se acompaña con arroz, patacones, sal prieta y aguacate. El Gato asegura que este Viagra es el culpable de su extensa prole, que incluye cinco hijos y varios nietos.
Para beber, el jugo de tamarindo y el agua de coco son lo más popular. La carta ofrece, además, todos los platos indispensables de cualquier restaurante costeño: viche, sango, pescado y camarones apanados, encebollado, mariscos al ajillo, caldo marinero, entre muchos más.
El lugar es rústico y sencillo, con las mesas muy pegaditas una a la otra, y las paredes pintadas de azul Emelec y de amarillo, repletas de mensajes que los clientes escriben después de experimentar con el Viagra o maravillarse con un ceviche. Hay firmas de gringos, alemanes, chilenos y locales. Carlos Marx dejó la suya, al igual que el Canciller.
Lo que hay que saber
Ubicación: Ulpiano Páez entre Jorge Washington y 18 de septiembre (Quito)
Precio: entre $15 y $20 por persona.
Horario: de lunes a domingo, de 9:30 a 17:00.