Un viaje inesperado
Cuando mi hijo cumplió dos años, además de los regalos llegaron mis preocupaciones. El retraso en el lenguaje era ya evidente, tenía poco contacto visual con las personas más cercanas y ninguno con extraños. Prefería estar siempre solo, no jugaba y lo más alarmante para mí era que no le gustaba que lo cargara o abrazara. Hacía todo lo posible para que se relacionara con otros niños de su edad, pero él podía estar en un cuarto lleno de personas y su expresión era completamente ajena a lo que lo rodeaba. Decidí llevarlo a un preescolar muy pequeño, en Punta LEER MÁS