
Verso libre y móvil
Las frases de los buses, taxis y camiones quiteños cuentan historias, deseos e inseguridades.
En Quito, los buses, los camiones, los taxis hablan.
No con sus bocinas ni motores, sino con máximas pintadas en las ventanas traseras, los guardafangos o los parachoques: “Chulla vida”, “Dios por delante y yo al volante”, “Casi un ángel”, “No te ilusiones, voy de paso”. Son sentencias breves, pero entre líneas muestran un universo.
Cada una condensa una historia de fe, orgullo, humor o cansancio, escrita sobre el metal que recorre la ciudad desde el amanecer hasta la noche, llevando personas carga espacio vacío.
No hay todavía un estudio sistemático sobre esta costumbre, pero las imágenes están ahí, guardadas en la memoria colectiva quiteña y ecuatoriana.
Lo que sí parece cierto, es que la costumbre vino por carretera.


En los años cincuenta y sesenta, los camioneros ecuatorianos que viajaban entre la Sierra y la Costa comenzaron a copiar las decoraciones de los camiones colombianos y peruanos, donde los conductores pintaban frases para protegerse y distinguirse. Eran amuletos y mandas, ruegos y desafíos escritos sobre la lata y la madera.

Con el tiempo, esas palabras se volvieron una forma de autoafirmación: en Quito, el bus decorado se convirtió en una voz del pueblo. Fue lienzo de la sabiduría popular y de su picardía de sesgos atávicos.
Algunas frases son devotas: “Jesús es mi copiloto”, “Con Dios llego”.Otras son románticas e incisvas: “No te ilusiones, voy de paso”, “Te fuiste sin decir adiós”. Y otras, son marca identitaria quiteña: “Chulla vida”, “Quito lindo”. En el cabezal y en el furgón, hasta la poesía era posible.

En estas frases en buses o taxis se cruzan tres cosas que definen el espíritu de la ciudad: la religiosidad, la ironía y la nostalgia, que si se juntasen en un breviario urbano y moderno contarían las penurias y los desgarres contemporáneo de la tribu de los choferes.
En los talleres de carrocerías las frases se pintan a mano, todavía con brocha, aunque ya también en vinilo. A veces las elige el dueño, a veces el rotulador.
El resultado es una estética popular viva, que sobrevive incluso a la modernización del transporte.Ni las cooperativas uniformadas, ni el nuevo sistema de buses articulados, ni las reglas municipales lograron borrar del todo esa costumbre. El impulso de decir algo —de convertir la fe o la alevosía en letras sobre metal— sigue intacto.
Mirar las calles de Quito es leer un poema fragmentado. A veces previsible. Otras malo. Otras sorpresivo.


Cada frase, al pasar, completa un verso del humor o de la desesperanza de esta ciudad.
“Dios por delante y yo al volante” es tanto una oración como una advertencia.
“Chulla vida” no es solo una expresión identitaria: es una filosofía, una manera de sobrevivir a los embotellamientos, al cansancio, al olvido.
En esas palabras escritas con pintura se esconde la voz de una clase trabajadora que no suele dejar rastro escrito en ningún otro lugar.


Por eso, los buses, taxis y camiones de Quito no solo transportan personas.
Transportan un lenguaje. Llevan, entre el ruido y el humo, las pequeñas verdades de la ciudad: la fe que resiste, el humor que protege, la ironía que salva, las taras que persisten.




Son poetas cotidianos del volante, escribiendo su historia a diario sobre las ruedas del tránsito.






