“Tienes cáncer” son palabras que uno nunca quiere escuchar. No solo por el diagnóstico en sí sino por el perverso efecto secundario que nos distingue a los pacientes que recibimos quimioterapia de quienes tienen otras enfermedades: la caída de pelo.

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Un 8% de pacientes con cáncer prefiere no someterse a quimioterapia —que es el tratamiento más usual— para evitar la caída de pelo. El tema es tan potente que hay quienes están dispuestos a no seguir las recomendaciones médicas con tal de no perder su pelo. 

La alopecia inducida por la quimioterapia va más allá de la caída: tiene efectos sociales, emocionales y psicológicos para los pacientes. 

En mi caso, no supe que necesitaría quimioterapia hasta después de mi cirugía. Primero pensé que con la mastectomía unilateral, con tener márgenes y ganglios limpios, terminaría mi periplo. 

No fue así. 

Lo primero que pensé cuando me dijeron que debía recibir quimio adyuvante fue “se me va a caer el pelo”. Nunca había tenido el mejor pelo, al contrario, era poco y finito, pero era mi pelo. Y ahora, se iba a caer.

Yo pensaba que se me iba a caer de inmediato y por eso, desde la primera sesión de quimioterapia, me lo cuidaba mucho más de lo habitual. Sin embargo, cuando pregunté a mi ‘tribu’ —un grupo de mujeres que han pasado o están pasado por situaciones similares— sobre el tiempo, me dijeron que sería a partir de la segunda semana, tras el primer ciclo de quimio. En mi caso, debo de hacer cuatro ciclos de quimio; ya voy por el tercero.

Una de mis principales preocupaciones fue conciliar mi día a día con mi nuevo “look”: qué dirían mis hijas, sus amigas, las mamás de sus amigas, mis compañeros en la oficina, mis clientes, mis nuevos clientes. Me preguntaba si sería lo suficientemente valiente para poder sobrellevar este tema. 

A pesar de todas esas preocupaciones, cuando llegó el momento, me puse un pañuelo de seda heredado de mi tía Raquel —quien también tuvo cáncer y falleció hace un par de años— y me fui a una reunión con un cliente nuevo. 

Esa fue mi primera “salida” con pañuelo. He intentado comprarlos para todos los aspectos de mi vida: unos son gorros de casa, otros son más elegantes para salir o ir a la oficina. Otros me los han regalado. Soy bastante ambientalista, así que también reutilizo pañuelos de mis tías o amigas que han pasado por esto. Esos tienen una carga positiva muy especial. 

Y aunque algunos días tengo todavía un par de revoluciones menos, he continuado con mi vida “empañuelada”. 

En este nuevo día a día me he dado cuenta del poder del pañuelo. 

Es un símbolo positivo de este proceso de vida y de aprendizaje llamado cáncer. Lo asocio con la valentía, la fortaleza, la lucha, la comunidad. No solo mía, sino de todos los involucrados en el proceso: médicos, enfermeras, mi familia que me acompaña a cada quimio o que me ayuda en los días en que estoy cansada, mi papá que tiene una tarea especial, mis amigos, todos en la oficina, la tribu, las chicas que trabajan en casa.

Es ese enfoque el que me ha ayudado a entender que tengo el privilegio de poder crear conciencia usando un pañuelo y de poner en práctica eso que les enseñamos a nuestros hijos: que son suficientes y perfectos tal y como son. 

El otro día, mientras entraba al colegio de mis hijas con uno de los pañuelos que me regaló mi amiga Heidi, me sentí poderosa. Caminaba recta mientras sentía que llevaba algo especial, como cuando usas por primera vez un vestido nuevo, que sabes que te queda bien. Lejos de esconderlo, lo he comenzado a llevar con orgullo. El sentimiento inicial de vergüenza por llevar algo que normalmente se considera como el estigma de una enfermedad grave se había transformado. 

Para mí, el pañuelo representa mucho más que esconder la alopecia y mucho más que un tratamiento contra el cáncer. Representa una batalla diaria para lidiar con este y muchos efectos secundarios: con la pérdida de control de lo que hace o deja de hacer mi cuerpo, con la tolerancia a medicinas. Representa también el temple para aceptar, escuchar y asimilar conversaciones difíciles. Representa la creatividad para comentar este tema con mis hijas. 

Y por supuesto, representa a todos los que nos acompañan en esta batalla pues, aunque la libramos solos, no es solitaria: familia, médicos, enfermeras, investigadores, amigos, amigos de amigos. 

El pañuelo no solo me representa a mí, sino a muchos pacientes que, como yo, transitamos este camino con un poco más de valentía e intentando dar lo mejor de cada uno de nosotros en cada etapa de la vida. El pañuelo también me recuerda que esta será solo una etapa más.

Tatiana Vernaza
Tatiana Vernaza
Mamá de dos, esposa, hija y hermana. También es una sobreviviente de cáncer. Es socia del estudio jurídico guayaquileño Consulegis Abogados. Cuenta con amplia experiencia local e internacional en Derecho Corporativo, al igual que el desarrollo de proyecto de infraestructura y energía. Antes trabajó en Uría Menéndez (Madrid) y Watson Farley & Williams (Madrid) en el área de derecho mercantil y financiero.
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