
Una espera es un abrazo
Antes de la marcha del 8 de Marzo en Quito, decenas de mujeres se encontraron en el Parque el Arbolito donde se prepararon para una fecha que las une a pesar de sus diferencias.
Amigas madres hijas primas hermanas desconocidas se alistan para marchar. Se sonríen, practican la consigna impresa en un papel por una de ellas, que ha pensado en las que vienen por primera vez pero tienen la misma urgencia de gritar que las que llevan años marchando contra la violencia y a favor de la igualdad. Otras pintan carteles con las frases que utilizan cada noche para saber si sus amigas han llegado bien a casa. Escriben en silencio, con la mirada fija en la cartulina y con movimientos leves de los pinceles embebidos en pintura morada.

El morado está en las letras, en las camisetas, los pantalones, los vestidos, los suéteres. Está en la historia desde que ese color salió en forma de humo de una fábrica textil en Nueva York en la que murieron obreras quienes peleaban por tener más derechos e igualdad.

Más de un siglo después, en Quito las niñas adolescentes mujeres siguen peleando por derechos e igualdad.
Ellas, antes de que la marcha salga y todos los lentes y todas los esteros apunten al recorrido multitudinario del sábado 8 de marzo de 2025, se alistan. Mientras lo hacen, se cuidan, se prestan ropa, se regalan stickers.

Dos de ellas prenden un sahumerio, como invocando la protección que el Estado les niega, como queriendo purificar un país aún desigual, aún violento, aún machista. Un país en el que solo en 2024 asesinaron a 274 mujeres, solo por ser mujeres. Un sahumerio al que luego se suman otras mujeres que no se conocían, que llegan, preguntan, se sientan, comparten.

Otras se acomodan pañuelos morados y verdes en la cabeza, en las muñecas, en el cuello. Algún otro día, en algún otro otro espacio, si alguna estuviese sola, quizás no lo llevaría tan visible porque hay quienes, todavía, creen que es una novelería, una exageración. Pero usarlo aquí es compartir con todas la historia de cada una.

La preparación de cada una es casi un ritual. La espera no molesta; abraza el presente con los cánticos, los tambores, los carteles dibujándose. Pero en sus manos gritos y gestos, también ilusión e impulso de lo que llegará con esa espera: llenar las calles y las plazas de una ciudad.
Llenar un espacio solo de ellas. Al que han llegado por razones distintas, pero con la conciencia de que apenas pocas décadas atrás era probablemente imaginado, pero proscrito.
