En ambas películas estamos, como espectadores, ante el mundo de dos escritores. Pero hay diferentes aproximaciones. En American fiction, de Cord Jefferson, la escritura tiene un lugar central. Pero en Past Lives, de Celine Song, cuando se habla de escritura es para definir relaciones entre personajes, casi como una excusa.

Eso no significa que Past Lives sea una película menor.

Todo lo contrario. Si algo ha pasado con la película de Song es que en esa historia muy pequeña y directa, de una relación amorosa interrumpida, muchas personas se han visto reflejadas de alguna forma. 

Es como si la directora coreana-canadiense hubiese tocado los puntos precisos a través de una película que cuenta la relación de un hombre y una mujer, separados por la migración y que 24 años después se dicen lo que no habían podido decirse antes.

Casi se podría decir que Past Lives es una película sobre el corazón roto. 

En cambio, American fiction es un poco más compleja. Aquí estamos ante una sátira del mercado editorial y de la lectura sobre lo afroamericano, adecuada al complejo de la culpa del blanco. 

Un escritor afro, molesto por la forma en que ha tenido éxito un libro que, para él, refrenda el estereotipo del afroamericano —no habla bien, vida dura, de la calle, mafioso, persona triste y que viene de prisión—, decide hacer su propio libro sobre estos prejuicios y la broma le resulta: se la quieren publicar de inmediato y hasta hacer una película basada en ese libro.

La gracia de la película de Cord Jefferson, en su debut como director, es que este escritor no tiene más remedio que aparentar ser quien no es para asegurarse una cantidad de dinero espectacular, que necesita. 

¿Hay un punto adicional en común entre ambas películas más allá de que en las dos hay personajes que son escritores? Sí. Y es que en las dos, los personajes centrales tienen que resolver algo fundamental de su pasado para seguir adelante. 

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Lo interesante en los filmes de Celine Song y Cord Jefferson es que no nos van a dar una lección. No vamos a saber si sus protagonistas han conseguido enfrentarse al pasado para resolver su vida. 

Porque eso, a la larga, no es lo que interesa. No van a salir siendo otros del sufrimiento. Van a sufrir de alguna u otra forma, porque es inevitable y listo.

La historia de lo que no puede ser

Celine Song ha tomado ciertos elementos de su vida para hacer Past lives. Y apostó por una puesta en escena en la que su principal preocupación es siempre mostrar a sus dos personajes centrales. 

Hay sobriedad y decisión en lo que se muestra. No se trata de grandes movimientos de cámara —casi no existen, en realidad—, sino de planos estáticos como si cierta frialdad y distancia permitiera que el dolor que Na Young / Nora Moon y Hae Sung cargan pudiera desarrollarse como debe.

Past lives es sobre ese dolor de lo imposible, de lo que no puede ser.

Por eso, Song escoge como escena de apertura de la película, un momento en el que tanto Nora Moon —el nombre americanizado de Na Young— y Hae Sung están conversando en un bar en Nueva York.  

Junto a ella, a un lado, casi fuera de la charla, está su esposo Arthur Zaturansky. Unas voces de personas que están viendo esa escena, en otro punto del bar, intentan dilucidar de qué se trata, de quién está con quién y cómo entender ese triángulo.

Na Young y Hae Sung eran compañeros de escuela en Seúl, años atrás. Tuvieron un sentido de amor juvenil entre ellos. Pero ella emigra con sus padres a Canadá —siempre con la idea de cumplir su sueño de ser escritora— y eso rompe a Hae Sung. Es él quien no se puede recuperar nunca de esa separación.

Lo que a continuación hace Song es mostrar cómo la vida de ambos se desarrolló. Cómo 12 años después se dio un contacto vía Facebook y Skype que desenterró los sentimientos de ambos y que Nora decidió romper porque era imposible. Estaban en países distintos, les iba costar juntarse.

Flashforward a 12 años más tarde. Nora está casada con Arthur, ambos viven en Nueva York, y Hae Sung va a visitarla. 

Este es el momento más interesante de Past lives. Porque permite que ellos puedan decirse algunas cosas y, en silencio, decirse otras. Hablan en coreano frente a un Arthur que sospecha lo que está sintiendo su esposa y prefiere mantener su espacio. 

Él quizás sea el personaje más interesante del triángulo: el ser que entra a una historia que no era la suya y decide hacerle frente, incluso a pesar de la desazón que le hace sentir.

Un punto fuerte de Past Lives</i> es su elenco. Greta Lee como Nora Moon impresiona por la capacidad que tiene para decir mucho de lo que le pasa con sus gestos. John Magaro es Arthur, el esposo de Nora, quien es simplemente espectacular. Teo Yoo hace de un Hae Sung que a veces puede desesperar, pero no lo hace mal. Este trío, cuando se junta en pantalla, es magia pura.

El cierre del filme es perfecto. Destruye porque se da el reconocimiento absoluto de que aquello que alguna vez se pensó no va a ser posible. Que la vida separa y las decisiones en el camino, conforme pasa el tiempo, se toman pensando en todos los riesgos. 

Hay llanto, una promesa de algo que no podrá ser y la sensación de final de algo que pudo ser, pero que alguien no quiso jugársela en su momento.

El villano es el mercado de lo políticamente correcto

En American fiction, de Cord Jefferson, Thelonious «Monk» Ellison —Jeffrey Wright está nominado al Oscar por este rol y es magnífico en él— es un escritor y docente universitario que tiene la sangre en el ojo. Porque no soporta que la corrección política se lo lleve todo, especialmente cuando se trata de lo que conoce: literatura afroamericana.

Él siendo afro ve cómo el libro We’s Lives in Da Ghetto, de la escritora Sintara Golden, está teniendo un éxito impresionante, utilizando todos los clichés y estereotipos de la comunidad afro de Estados Unidos. 

Con ira y con rapidez, escribe un libro usando los estereotipos con el que intenta burlarse de lo que sucede en un mercado editorial marcado por la culpa del blanco y los más recientes casos de violencia racial en contra de ciudadanos afroamericanos. 

El resultado es algo que su propio agente literario no puede entender, pero cumple con su pedido: que lo envíe a editoriales para que se sientan estúpidas por publicar ese tipo de libros.

La jugada le sale al revés.

Una editorial quiere publicarle el libro y le ofrece un anticipo de 750 mil dólares, una cantidad exorbitante. Se crea un seudónimo —porque él hace literatura seria— y su agente se inventa una historia de ese autor ficticio: un criminal que está prófugo, pero con el don de la palabra.

Todo lo que sucede en American fiction tiene un velo de humor fino, crudo y lacerante. Porque Monk está en un momento terrible de su vida.

Su hermana, la responsable de cuidar de su madre, muere y él tiene que encargarse de una madre que comienza a evidenciar los síntomas de Alzheimer, mientras su distante hermano Cliff —un Sterling K. Brown tan genial que está nominado a Mejor Actor de Reparto— trata de encontrar algo que lo haga recuperar la sensación de familia. Monk necesita el dinero.

Pero Monk está roto y esto le da un nuevo nivel a la película. Porque debe hacerle frente a quién es él, al lugar del que viene, a las memorias que asumía como ciertas y que no lo son. Debe hacerle frente al malestar y dolor del suicidio de su padre. 

Y si bien es claro que su vida con sus padres y hermanos nunca fue apacible, regresar a la casa en la que creció tiene un precio para él. 

Ni siquiera conocer a Coraline, vecina de su madre y con quien establece una relación amorosa, puede salvarlo.

Monk se esfuerza por decir algo sobre el peligro de la corrección política, pero es incapaz de mirar hacia dentro suyo. Lo hace muy poco. 

Cuando intenta recibe respuestas de su madre y su hermano que lo dejan pensando. En un punto de la película, absolutamente emotivo y ridículo —por todo lo que ha venido pasando en esa escena en particular— su hermano Cliff se acerca y le dice que debe dejarse amar por la gente. Y le da un beso en la cabeza. Un instante sublime, actuado a la perfección, de amor fraternal.

El éxito de la novela parodia de Monk —que hasta llega a titularla Fuck— es tal que hasta gana un premio importante.

Es aquí donde todo se transforma. La película de Cord Jefferson —que está basada en la novela Erasure, de Percival Everett— hace un giro importante en la forma que se iba contando y, sin perder el humor, se vuelve absolutamente desopilante. Porque hay que buscar un final adecuado para la historia del falso autor que escribió Fuck

El resultado es caótico, divertido y nadie lo ve venir. Es como si Jefferson tomara aquello que le dio relevancia a Woody Allen como director en los años 80 y se decidiera a usar ese recurso del Deus ex machina, por el que se consigue una solución artificial para el conflicto de la película. Artificial, pero funcional. 

No todo cae en su sitio. No sabemos si Monk va a conseguir un tipo de paz que necesita de manera urgente. Pero al menos nos queda claro que él ha entendido su lugar, quién es, y cómo la lucha por cambiar algo externo es imposible. Lo justo es reconocerse en medio de la locura y eso es lo que el personaje decide.

Quizás Monk no sea feliz, al menos no del todo. Pero es él. Eso es un triunfo, de alguna manera.  

Eduardo Varas 100x100
Eduardo Varas
Periodista y escritor. Autor de dos libros de cuentos y de dos novelas. Uno de los 25 secretos mejor guardados de América Latina según la FIL de Guadalajara. En 2021 ganó el premio de novela corta Miguel Donoso Pareja, que entrega la FIL de Guayaquil.
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