La noticia alarmó a muchos: un grupo de investigadores desarrollaron en un laboratorio de China una versión mutante del coronavirus que produce el covid-19 que tuvo una letalidad del 100% en los ratones “humanizados” (modificados para simular respuestas fisiológicas, celulares y moleculares parecidas a las de los humanos) que se usaron en este experimento. El anuncio nos lleva, en una época de avances científicos y discusiones éticas, a preguntarnos dos cosas esenciales: cuáles son los límites de la ciencia y cómo estamos comunicando información científica al público en general. 

Los resultados fueron impactantes.  Se detectó una cantidad alta de carga viral en el cerebro, pulmón, cornetes, ojos y tráquea, y menor cantidad en el corazón, el hígado, bazo, riñones, lengua, estómago e intestinos. Es decir, se afectaron órganos vitales. Todos los roedores murieron con lesiones graves, principalmente en el cerebro, ocho días después de ser infectados.

Luego del experimento, sus autores hicieron un informe en el que comentaron sobre sus hallazgos, que son similares a los publicados en 2017 y 2020, antes de la pandemia del covid-19, cuando ya habían estudiado lo que podría pasar con el virus SARS-CoV-2. Esto nos obliga a pensar sobre la poca regulación y control de la investigación en un virus con potencial pandémico. Y, por otro lado, la pasividad con la que asumimos los resultados de la ciencia vengan de donde vengan.

Los hallazgos de la investigación de la creación de un coronavirus mutante se reportaron en un sitio para prepints (datos preliminares), que seguramente serán enviados a revisión de pares académicos —colegas de otras latitudes con la misma o mayor experticia. Además deberá pasar por procesos editoriales que permitirán verificar los resultados encontrados y su interpretación. Es decir, podrían existir cambios en este trabajo luego de pasar por filtros y procesos investigativos de rigurosidad científica. 

No podemos minimizar datos como el de los ratones muriendo en tan solo una semana. Pero tampoco es saludable sobredimensionar las noticias amarillistas que hacen daño a la correcta información sobre salud que se debe entregar a la población. No existe un virus nuevo circulando. No es cierto que es una nueva variante del covid. Tampoco es cierto que llegó el fin de la humanidad. 

Es conveniente, entonces, esperar la publicación final del documento y también el pronunciamiento de los entes oficiales de salud a nivel regional y mundial que permitan dejar el pánico y ponernos a trabajar e investigar de forma ética en este tema.

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El debate sobre hasta dónde debe llegar la ciencia es un tema complejo que ha sido objeto de discusión durante siglos. Hay muchas opiniones diferentes sobre este tema, y no hay una respuesta única que sea aceptada por todos.

La historia de la medicina nos ha enseñado que es fundamental estudiar a los virus para saber su real capacidad de contagio, el escape que hace a nuestras células de defensa (es decir, cómo el virus logra esconderse para no ser destruido por nuestro organismo), y su poder para dañar los órganos de nuestro cuerpo, provocando una enfermedad aguda y crónica.

Y sí, es a través de la investigación científica y el desarrollo de modelos epidemiológicos que se puede predecir la magnitud y consecuencias de un posible contagio masivo en la población incluso antes de que suceda. Esto permite trabajar desde ya en una posible vacuna o algún medicamento que pueda ayudar a prevenir o tratar estas enfermedades y sus consecuencias.

Tenemos la imperiosa necesidad de investigar a las especies exóticas como el pangolín, que es un mamífero muy traficado y en peligro de extinción que se caza por su carne y escamas en Asia y África. Una especie que habitualmente se infecta con virus que pudiesen evolucionar, pasar al humano y provocar pandemias como la que todavía estamos enfrentando. Pero también es cierto que experimentar creando virus potencialmente mortales en laboratorios sin supervisión internacional, abre el debate sobre los límites que debe tener la investigación científica, seguridad y transparencia.

Es vital trabajar en un pacto mundial para la investigación de estos virus. Deberían llevarse a cabo en múltiples laboratorios científicos de varios países con altos niveles de seguridad, reportes en tiempo real de los resultados y auditorías permanentes para evitar los sesgos y desmentir las malas interpretaciones y el sensacionalismo. Una de las más repetidas tergiversaciones, ha sido creer que estos laboratorios son fábricas de armas biológicas para una posible guerra mundial y que, definitivamente, empaña los esfuerzos académicos y científicos de todos.

En definitiva, debemos tomar con calma estas noticias, pero encender las alarmas mundiales sobre el peligro que corremos si no hacemos nada para estudiar, predecir y prevenir el comportamiento y evolución de los virus causantes de las nuevas y futuras amenazas sanitarias, combatir las malas prácticas de investigación científica y evitar la explotación de especies exóticas como fuente de alimentación planetaria.

Daniel Simancas Doctor 150x150
Daniel Simancas
Médico epidemiólogo, experto en Salud Pública. Profesor universitario por más de 15 años y director del Centro de Investigación en Salud Pública y Epidemiología CISPEC. Exdecano de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad UTE y miembro de la Red Cochrane Iberoamericana.
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