“Es esto o no es nada me dijo mi ex cuando decidió dejar de usar condón porque no se sentía igual”, recuerda Carol. Un año antes había acordado con su entonces pareja que, para evitar la transmisión de enfermedades y un embarazo no deseado, él usaría preservativo y ella un anticonceptivo.
Carol tenía 19 años y síndrome de ovario poliquístico, por eso fue al ginecólogo para consultarle qué método usar. El médico le recetó una inyección, pero no le advirtió que traería fuertes estragos. Estas consecuencias empezaron desde que comenzó a inyectarse. Sin embargo, se volvieron más fuertes un año y medio después.
“Engordé un montón, lloraba todo el tiempo, me ponía sensible, me sentía súper mal”, dice Carol. Cuando le contó a su novio y le dijo que quería probar otras opciones, él le respondió que “si no me inyectaba, terminarían la relación”, recuerda Carol.
Durante unos meses más, ella siguió con el tratamiento. “No me gustaba estar enojada y triste todo el tiempo con él, así que acepté”, cuenta. Esto, a pesar de que Carol sabía que él no tenía impedimento médico para volver a usar condón. “El nivel de presión sobre mí era tanto que me sentía ‘la responsable y la mala’ de la relación porque ya no quería utilizar eso”, dice Carol.
Las peleas sobre usar o no la inyección fueron aumentando. Finalmente terminaron su relación.
La presión que sintió Carol de buscar una solución para seguir teniendo relaciones sexuales con su pareja es frecuente en parejas heterosexuales de todas las edades. Ese peso suele caer en las adolescentes y mujeres, mientras que los hombres suponen que es algo que no les corresponde.
Esto tiene una consecuencia directa en la salud de ellas. Según la Organización Panamericana de Salud, “las mujeres sufren problemas de morbilidad y mortalidad prevenibles como consecuencia directa de la discriminación por razones de género”.
En Ecuador y en la región no hay un concepto específico para explicar la igualdad que debería existir entre hombres y mujeres al momento de cuidar su salud sexual y reproductiva. Pero lo que le ocurrió a Carol es un ejemplo de cómo las mujeres no siempre gozan de la equidad en la salud. Esta idea propone que todas las personas, sin importar género, raza, clase socioeconómica, accedan a servicios de salud y puedan tomar decisiones libres.
En el caso del ámbito sexual y reproductivo, la equidad en la salud implica que haya reciprocidad, y que la responsabilidad al momento de hablar sobre sexo sea compartida.
Según la publicación sobre responsabilidades éticas y sociales relativas a los derechos sexuales y reproductivos de FIGO (Federación Internacional de Ginecología y Obstetricia) la gran “carga de morbilidad y mortalidad que las mujeres sufren a causa de su papel en la reproducción, está incrementada por la inequidad social que sufren”.
“Existe un imaginario colectivo que inmediatamente pone a la mujer en el pensamiento cuando uno habla de salud sexual y reproductiva”, dice Virginia Gómez de la Torre, médica y directora de la Fundación Desafío — una organización que busca la equidad en el ejercicio de los derechos sexuales y derechos reproductivos.
Al ser las mujeres las que se embarazan, inmediatamente colocan la responsabilidad sobre ellas. En una sociedad como la ecuatoriana, explica la doctora, “las mujeres viven la sexualidad con mucha dificultad en términos del miedo que tienen embarazarse”. Esto pasa porque no hay una educación sobre este tema en casa ni en el colegio. También hay una omisión por parte del Estado en este tema.
El resumen ejecutivo de un estudio que midió los costos de omisión en salud sexual y salud reproductiva determinó que en el 2015 se gastaron 470 millones de dólares en este tema. Los costos de omisión son lo que un Estado debe gastar por no atender problemas, en este caso, de planificación familiar, atención en caso de embarazos no deseados y complicaciones obstétricas.
Cuando Carol fue a la ginecóloga, lo hizo sola. En su casa no se hablaba de esos temas. Cuando se dieron cuenta que usaba la inyección “fue un shock para mi mamá, para todos”, dice Carol. Sin embargo, “luego de ese shock pudimos hablar con más libertad [con mi familia] sobre relaciones sexuales, métodos anticonceptivos, y ahora tengo el apoyo de mis padres” cuenta Carol.
Carol se acuerda que su madre le contó cómo ella también usó varios anticonceptivos en su juventud y que “tuvo varios efectos secundarios”. Su madre fue una de las tantas mujeres que, como su hija, tuvo que asumir la responsabilidad en la relación de pareja.
La gineco-obstetra Johanna Palacios dice que tener conciencia sobre la equidad en la salud sexual parte desde la educación y cultura ya que al no involucrar a la pareja en estos temas, esta no entenderá lo que conllevan. “Yo no puedo compartir una responsabilidad si no conozco [de qué se trata]”, dice la doctora.
Es decir, si una persona de la relación no sabe qué conlleva usar un anticonceptivo, o no sabe cómo su pareja se siente al tomarlo, no entiende tampoco que tiene una responsabilidad sobre el tema. “Si yo no impongo lo que siento, la otra persona no se dará cuenta y la responsabilidad caerá sobre quien decida usar el método anticonceptivo”, opina Palacios.
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Manuela Villafuerte, miembro de la Fundación Luna Creciente—que promueve procesos para mejorar la vida integral de las mujeres — explica que en el Ecuador se ve a la mujer como una futura madre. Por eso “las leyes y los programas [del gobierno sobre sexualidad y anticoncepción] cada vez son más recortados y más vistos hacia la maternidad de las mujeres”.
El costo de omisión en salud sexual y reproductiva supera en 17 veces al costo de prevención, según un estudio sobre el tema.
Es decir, generalmente, una mujer tiene acceso a salud sexual cuando está embarazada. Es como si antes de esa etapa, la mujer no debería tener relaciones, y si las tiene, ella es la que debe cuidarse.
Algunos ejemplos de esta desigualdad son la gran cantidad de campañas — públicas y privadas — destinadas al cuidado de la mujer y los múltiples anticonceptivos que pueden usar. Esto, mientras casi no hay campañas para que los hombres se cuiden, y más allá del condón no hay más métodos anticonceptivos que no sean la vasectomía o la abstinencia.
Virginia Gómez de la Torre explica que esto sucede porque la identidad del hombre, sobre todo en América Latina, se crea a partir de la premisa de que “deben ser fuertes, no deben mostrar debilidad o enfermarse”. Es por ello que ir a un servicio de salud sería para ellos “mostrar una debilidad”. Algo que les genera mucha vergüenza, por eso prefieren no hacerlo.
La Organización Panamericana de la Salud dice que los hombres “tardan más que las mujeres en buscar atención de salud y a veces incluso se niegan a cumplir el tratamiento”.
“En la sociedad hay toda una idea de que los hombres no necesitan autocuidado”, menciona Gómez de la Torre. La médica explica que “es necesario que las campañas de cuidado sexual no solo sean enfocadas en las mujeres y la maternidad, sino también en los hombres”.
Sin embargo, reconoce que estas campañas son complejas porque deben tocar varios temas. “Deben aludir a todas estas particularidades de lo que es el ser hombre, y bajar esa tensión que sienten sobre ir a un servicio de salud o mostrarse vulnerables”, dice Gómez de la Torre. Agrega que luego de ese enfoque, “deberían crear campañas de concientización sobre el cuidado sexual”.
Por eso, hablar de equidad en la salud sexual resulta difícil. Por un lado la carga está sobre la mujer porque ella se embaraza, y por otro, el hombre no es criado de una forma que entienda que la carga sexual en una relación les corresponde a ambos.
“Cada vez los hombres se están involucrando más en el tema de anticoncepción”, dice la doctora Johanna Palacios. Pero explica que las parejas que van juntas a su consulta son aquellas que “ya quieren formalizar su relación” sea porque se comprometieron o vivirán juntos. Mientras que mujeres jóvenes con enamorados “van solas a pedir alguna orientación en anticoncepción”, dice la doctora.
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Lo que sucedió con Carol no es un caso aislado a lo que viven jóvenes que quieren cuidarse cuando empiezan su vida sexual. Por la falta de información, buscan métodos anticonceptivos solas, o se dejan llevar por lo que sus parejas les dicen.
Raquel tuvo su primera relación sexual a los 17 años. “A mi novio no le gustaba usar condón y me dijo que la única alternativa era la pastilla del día después”, recuerda. Raquel tomó la pastilla anticonceptiva de emergencia (PAE) dos veces en un año. Hoy, de 21, recuerda que “en el colegio nunca nos hablaron de métodos anticonceptivos y cuando lo hacían, mis compañeros se burlaban, y los profesores preferían no tocar el tema”.
Por eso, cuando su pareja le sugirió lo de la PAE porque a él no le gustaba usar condón, no le pareció una idea descabellada. “Yo era muy ingenua, obviamente inocente, estaba enamorada, y nadie me dijo a mí nunca ‘no te tomes la pastilla’”. Luego de esa relación, Raquel no tuvo más parejas sexuales porque sufrió un intento de abuso y le dolía mucho tener sexo.
Hoy Raquel tiene una pareja, y él usa condón. A ella le aterra usar anticonceptivos por los efectos secundarios que sabe que tienen. “Es todo lo contrario a lo que me pasó en esa época que era chiquita. Él nunca me ha forzado a tomarme algo para cuidarme” dice.
Carol, en cambio, dice que aún no le cuenta a su novio que tiene “un dispositivo intrauterino (DIU), ni tampoco lo que me pasó en mi anterior relación con la inyección”. Llevan saliendo tres meses y no han tenido relaciones sexuales. “Se lo puse bien difícil a mi pareja de ahora por mi miedo a que se repita la historia”, afirma.
Doménica Palacios es analista comunicacional y escribió la tesis La educación sexual femenina integral. Parte de su investigación demostró que poder “entablar estas conversaciones” sobre salud sexual depende de cada pareja. “Sigue siendo un tabú” y cuando tocas el tema de enfermedades de transmisión sexual, dice, muchos se lo toman como una ofensa más que una conversación. Esto, porque se interpreta que se está señalando al otro de promiscuo.
La gineco-obstetra Johanna Palacios dice que para llegar a una equidad sexual se debe empezar por la educación. “Es muy difícil que sin educación, sin darnos el tiempo de explicarles a los hombres, esto vaya a cambiar”.
Son muchos años de la misma cultura que coloca a la mujer en el centro, como la que tiene que hacerse cargo. Por eso, Palacios recomienda que se puede empezar por incluir a la pareja al momento de ir a una consulta médica sobre anticoncepción. “Mientras más jovencito mejor” agrega.
Según una publicación en la revista peruana de Medicina Experimental y Salud Pública “los programas de salud reproductiva han centrado su atención en las mujeres y, por lo general, trabajan poco con los varones”. Es por ello que la gineco-obstetra Palacios destaca la importancia de que el hombre participe en las consultas médicas de su pareja en cuanto a salud sexual y reproductiva.
Así ambas partes sabrán todo acerca del anticonceptivo y del cuidado. Los efectos beneficiosos, secundarios, nocivos “para que entienda qué es lo que esto conlleva para una mujer”, comenta la doctora. También dice que es importante desmitificar temas como que con condón “no se siente igual” o que cuando una mujer se pone un dispositivo intrauterino “la pareja dice que siente los hilitos del dispositivo”.
Para llegar a una equidad en la salud sexual, las mujeres entrevistadas expertas, concuerdan que el camino aún es largo. Hay muchas cosas que hacer. Y uno de los puntos claves es la educación. Historias como la de Carol o Raquel seguirán existiendo, sin embargo, deberían ir cambiando, así sea de a poco.
Disclaimer: la información presentada es de autoría total del medio GK. MSD no participa en las entrevistas ni en la información o relacionamiento de testimonios. Para mayor información en salud consulta con una/un médico.
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