Tiene sentido que saltemos cuando nos enteramos de que, por una decisión editorial, algunas palabras cambian o desaparecen de un libro que llevamos leyendo muchos años. Pero también tiene sentido recordar que no estamos leyendo las obras de Cervantes o de Shakespeare de la forma en que ellos las escribieron siglos atrás. Las palabras, las expresiones, la lengua, son seres vivos: a veces agonizan y mueren.

Sean por las razones que sean.

En marzo de 2023, la editorial HarperCollins cambió algunas páginas en las nuevas ediciones de las obras de la escritora inglesa Agatha Christe, con el objetivo de erradicar el lenguaje que pueda considerarse ofensivo. Expresiones como “qué lindos dientes blancos” para hacer referencia a un sirviente afro o “mármol negro” para hablar de mujeres afro que son sirvientas fueron retiradas. 

Antes de explotar y vociferar que la “corrección política” quiere acabar con la literatura, es necesario detenerse, pensar y discutir esta polémica decisión. 

Si bien las obras responden al momento en que fueron concebidas, escritas o publicadas, cualquier revisionismo histórico sobre lo que sucede en ellas —y que no busque analizar el hecho— podría ser peligroso. ¿Por qué? Porque al final del día abrir la ventana hacia el pasado, para cambiarlo, no siempre va a terminar bien. 

Ya películas como El Efecto Mariposa y Primer nos han mostrado eso.

En ese sentido, la reacción que ha despertado esta reescritura y la eliminación de ciertos términos es llamativa. Sobre todo porque no es nada nuevo. Estos cambios ya vienen desde hace algunos años.

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HarperCollins lo ha hecho desde 2020 en ediciones digitales, de al menos todas las historias de Christie en las que la protagonista es la Sra. Marple, y en una selección de novelas en las que aparece el gran Hércules Poirot. Ahora lo que ha hecho la editorial es hacer lo mismo con las ediciones impresas. 

Los cambios involucran eliminar referencias a la etnia de algún personaje, o quitar descripciones sobre personajes afros, judíos o gitanos. También se han quitado gentilicios cuando son usados como adjetivos calificativos —como por ejemplo “temperamento indio”— y palabras como “nativos” han sido reemplazadas por términos como “locales”.

Todos estos cambios con la aceptación de la Agatha Christie Limited, la compañía que dirige el bisnieto de la autora inglesa, James Prichard.

¿Es una locura? Sí, claro.

Pero, ¿es una “locura” reciente? No.

La misma Agatha Christie debió aceptar que su novela de 1939 Three Little NiggersTres negritos, en su traducción menos grosera al español—, sea renombrada en el mercado estadounidense como And then there were noneY al final no quedó ningunos—, en 1940. ¿La razón? El evidente tono racista del título de la versión original. 

¿Fue la corrección política lo que generó ese cambio? Pues sucedió hace más de 80 años. No hay manera lógica de asociar ese cambio de título con lo que sucede hoy en día. Sobre todo porque nadie en ese entonces se hubiera atrevido a reclamar que se estaba violentando una libertad creadora, cuando la decisión fue abandonar una expresión claramente racista en el título de una obra.

Desde 1985, esta novela se publica como And then there were none en todos los mercados de habla inglesa. 

Christie no es la única

Roald Dahl en una firma de autógrafos en Amsterdam, en octubre de 1988.

Roald Dahl en una firma de autógrafos en Amsterdam, en octubre de 1988. Fotografía de los Archivos Nacionales de Países Bajos, bajo licencia Creative Commons.

Los cambios en los libros de Agatha Christie no son los únicos modificados. A fines de febrero de 2023, a través de un largo reportaje para el diario inglés Telegraph, los periodistas Ed Cumming, Abigail Buchanan, Genevieve Holl-Allen y Benedict Smith revelaron cómo la editorial infantil Puffin Books había decidido —junto a la Roald Dahl Story Company— cambiar algunos pasajes en obras del inglés Roald Dahl.

En el libro The Witches suavizaron los rasgos con los que describen a las brujas. En Mathilda transformaron las referencias colonialistas inglesas. Dentro de James and the Giant Peach, los Hombres-Nube se han renombrado como Personas-nube. Todos estos cambios han buscado suavizar algunas expresiones. En muchos casos esta “suavización” de la obra de Dahl ha significado su reescritura.

Pero tal como ha pasado con Agatha Christie, el mismo Dahl tuvo que hacer cambios de sus libros mientras estaba vivo —falleció en 1990. Sobre todo por sus clásicos Oompa Loompas, los personajes en Charlie y la fábrica de chocolates. Ellos, en la versión original de 1964, eran pigmeos africanos, que el propio Willy Wonka había esclavizado. A fines de los años 60, Dahl los reescribió para que los personajes no sean afrodescendientes. 

Y ya con la película de 1971, dirigida por Mel Stuart y protagonizada por Gene Wilder, los Oompa Loompa tenían la piel naranja y el pelo verde. Algo que tuvo su impacto en la edición de 1973 del libro: Dahl transformó a estos personajes en pequeñas criaturas fantásticas. 

Sin embargo, hay algo más para reflexionar sobre los cambios actuales a la obra de Dahl. En 2018, a través de una biografía, se revelaron las ideas racistas, misóginas y antisemitas que Dahl profesaba y que enunciaba en ciertos círculos. El escándalo fue grande, tanto que la familia y la Roald Dahl Story Company publicaron un comunicado en 2020.

Ante las acusaciones escribieron: “La familia Dahl y la Roald Dahl Story Company se disculpan profundamente por el dolor duradero y comprensible causado por algunas de las declaraciones de Roald Dahl. Esos comentarios prejuiciosos son incomprensibles para nosotros y contrastan marcadamente con el hombre que conocimos y con los valores en el corazón de las historias de Roald Dahl, que han impactado positivamente a los jóvenes durante generaciones. Esperamos que, al igual que hizo en sus mejores momentos, en sus peores momentos, Roald Dahl pueda ayudarnos a recordar el impacto duradero de las palabras”.

Los cambios en algunas historias de Dahl no estarían reescribiendo la historia, sino siguiendo una línea lógica frente al impacto que estas palabras y expresiones tienen. 

El caso Dahl no es el único.

La Ian Fleming Publications LTD —empresa que tiene los derechos de las obras que escribió Ian Fleming y su personaje más importante James Bond— anunció en febrero de 2023 que las nuevas ediciones de las novelas sobre el espía más famoso de Inglaterra incluirían cambios. El objetivo: reducir el tono racista en algunas páginas. 

A diferencia de lo que sucede con los otros autores, los cambios serán puntuales. Pero las novelas incluirán una advertencia: “Este libro fue escrito en una época en la que eran habituales términos y actitudes que los lectores modernos podrían considerar ofensivos (…) en esta edición se han realizado una serie de actualizaciones, aunque manteniéndose lo más cerca posible del texto original y de la época en la que se ambienta”.

¿Por qué está sucediendo esto? 

Sencillo, las editoriales han llevado al terreno de los libros de adultos, un concepto que se usa en los procesos de libros infantiles: los lectores sensibles. ¿Qué hacen estos lectores sensibles? Son profesionales que leen la obra y marcan aquellos pasajes o frases posiblemente polémicas, basándose en una conciencia contemporánea sobre el uso de ciertos términos. 

La escritora Zoe Dubno ha criticado estas reescrituras. Escribió que las considera más una protección empresarial a productos por parte de las editoriales, que una preocupación con lo literario. 

“A medida que los libros se convierten en activos, los editores se convierten en gestores de activos que intentan asegurar el futuro de sus inversiones tóxicas, como BP invirtiendo en energías verdes”, dice Dubno. Para ella se trataría, entonces, de una forma de limpieza de imagen, para que grandes firmas puedan seguir siendo motivo de lucro, esto en un mundo cada vez más consciente de que importa la forma en que se definen a las personas. 

Por ejemplo, la obra de Dahl ha sido vendida a Netflix y quienes manejan al personaje de James Bond en libros quieren que se abandone el carácter misógino del personaje, lo que las películas han conseguido con Daniel Craig haciendo de Bond. 

El drama real es la decisión empresarial

Portada de la edición paperback de You only live twice, de Ian Fleming. Fotografía tomada de la cuenta de Flickr de Jim, bajo licencia Creative Commons.

Portada de la edición paperback de You only live twice, de Ian Fleming. Fotografía tomada de la cuenta de Flickr de Jim, bajo licencia Creative Commons.

Si bien los cambios en el lenguaje de libros no es nada nuevo, lo que sucede ahora es que todo se filtra a través del tamiz de una dicotomía propia de esta época: la corrección política versus la libertad.

Esto impide una discusión concreta y real. Porque no se trata necesariamente de gente que quiere que el mundo se vuelva un lugar oscuro, o de personas que defienden el ejercicio pleno de libertad, que vendría a ser la escritura literaria, o la lectura. 

Para algunos siempre será un problema que se cambie o se edite una obra, sobre todo cuando esos cambios provienen de un espacio que no es el literario. Lo que está fuera del mundo literario debe ser visto con recelo y duda, porque involucra violentar la decisión de la persona creadora.

Así sea que exista una buena razón detrás de ese cambio. Por ejemplo, que el autor o autora sea o haya sido una persona terrible o con ideas que han causado mucho daño a la humanidad. Intervenir y cambiar una obra de arte, por la causa que sea, es peligroso. Eso debemos aceptar de entrada. Porque si se trata de desaparecer ideas o expresiones, incluso las más horrorosas, se está vulnerando la propia naturaleza humana. Se quiere editar la misma historia humana para crear una imagen que no pasó. 

Por eso, defender las obras de arte es importante.

Incluso hasta para generar un diálogo sobre los temas, las ideas y las tensiones que hay en libros sobre diversos colectivos o seres humanos, eso debe permanecer escrito tal cual se lo escribió. Lo contrario suena a esconder ideas debajo de una alfombra. Y si no somos capaces de enfrentar las ideas, hasta las peores, a través de los libros o de otros espacios a nuestra alcance, realmente no habrá forma de reconocer al ser humano en toda su dimensión. 

Con lo cruel y lo sublime que tiene.

Así que, pese a que sean basadas solo en titulares, muchas de las críticas que surgieron tras la eliminación de algunas palabras en los libros —que como dice Dubno, tienen mucho de marketing— tienen razón y mucha. 

Sin embargo, el error de estas críticas es que reducen estas reescrituras a la corrección política. Y desde esa posición se elimina cualquier posibilidad de comprender por qué sucede esto, más allá de su evidente aprovechamiento por conglomerados editoriales para que sus títulos estén alejados de cualquier polémica. 

Si todo se reduce a esa definición —a la corrección política— hay muchas cosas que se dejan de lado. La primera es el hecho de que en la actualidad los lectores son capaces de exigir a los autores, casi en tiempo real, cosas que pueden incluso afectar lo que sucede dentro de la historia. 

Un lector con un poder considerable que ha convertido al reclamo, sobre todo a través de redes sociales, en una herramienta de representación: no es que quieran cambiar el pasado en sí. Lo que se exige es que se tome en cuenta todo aquello que, como grupos minoritarios —comunidades LGBTI, afros, migrantes, discapacitados, etc— han pedido siempre, especialmente respeto y consideración.

Y ese pedido de respeto es contundente. Directo y muy difícil de refutar, más allá de acusaciones de “suavidad” o de que estamos ante una “generación de cristal” que no se enfocan en las ideas, sino en lo que se percibe como la consecuencia de estos pedidos.

Agatha Christie en una imagen que acompaña una de sus publicaciones.

Agatha Christie en una imagen que acompaña una de sus publicaciones. Fotografía tomada de la cuenta de Flickr de Peter576, usada bajo licencia Creative Commons.

Si bien muchas veces esto ha conducido a la temida “cancelación”, la realidad es más sencilla.

Porque mientras hay gente que quiere que la responsabilidad sea retroactiva —y en este caso eso se manifiesta en la decisión de una empresa, que se aprovecha del hecho—, hay gente que no necesariamente lo quiere así. El problema es la exageración y este es el caso de los libros de Christie, Dahl y de Ian Fleming. Esta es una acción editorial que, para quienes la han ejecutado, parece ir acorde a esta nueva época y a nuevos lectores. 

Y, que yo sepa, nadie ha pedido hoy en día que las obras de estos tres autores sean intervenidas para que suavicen el tono. El reclamo debería estar dirigido a la estructura editorial que lleva las cosas mucho más allá. 

Por eso, caer en el lugar común de culpar de esto a una especie de movimiento que no tiene nada de cohesión —a “los progresistas”, como creen algunos—, las críticas terminan equivocándose: no es la corrección política la que ha generado esto.

Es una decisión editorial. Que también debe adicionarse a la gran cantidad de razones que existen para que, con los años, una obra literaria deba ser intervenida. Ya sea porque el habla ha cambiado, o porque socialmente un término ha dejado de ser usado de una forma en particular o su significado es otro.

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Eduardo Varas
Periodista y escritor. Autor de dos libros de cuentos y de dos novelas. Uno de los 25 secretos mejor guardados de América Latina según la FIL de Guadalajara. En 2021 ganó el premio de novela corta Miguel Donoso Pareja, que entrega la FIL de Guayaquil.
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